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Descubrimientos científicos nazis para salvar vidas, ¿es ético?


¿Por qué leer esta nota?

En 2019 se cumplen 50 años de que el hombre llegó a la luna. Se trata de un hito histórico que llevaron a cabo los astronautas Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins a bordo del Apolo XI. Esta es una de las mayores hazañas de la historia de la humanidad. ¿Podría estar manchada por la polémica?

Cuando una estación de noticias calificó de brillante al ingeniero aeroespacial Wernher von Braun, fue duramente criticada por no haber mencionado que el hombre era nazi. Sin su tecnología, este hito histórico no hubiera existido y, aunque quizá habría llegado varios años más tarde, no podemos saber si el mundo se encontraría donde se encuentra hoy.

A menudo, las guerras son el origen de grandes avances tecnológicos. ¿Es ético utilizarlos más tarde para el progreso global?

Ese es el planteamiento que Frank Swaine hace en esta columna publicada para BBC. Transcribimos a continuación para que puedas echarle ojo. Cuéntanos tu opinión en los comentarios.


En la búsqueda de un ángulo local en el 50º aniversario de la llegada del hombre a la Luna, la estación de noticias WTOP de Washington DC publicó una elogiosa biografía del «brillante» ingeniero aeroespacial Wernher von Braun, quien fue enterrado cerca de la ciudad de Alexandria en Virginia, Estados Unidos, en 1977.

Sin embargo, el artículo causó gran polémica y fue eliminado rápidamente. ¿La razón? Que no se había mencionado que él era nazi.

Hay pocos rincones del progreso científico que no hayan sido empañados, en algún momento de su historia, por un comportamiento inmoral o poco ético.

Física, biología, zoología, medicina, psicología, antropología, genética, nutrición, ingeniería… Todos están plagados de descubrimientos hechos en circunstancias que pueden describirse como poco éticas y hasta ilegales.

¿Cómo deberíamos sentirnos haciendo uso de ese conocimiento, especialmente cuando podría ser de gran ayuda para la civilización e incluso salvar vidas?

La presencia de von Braun en el programa Apolo no fue un caso atípico.

Más de 120 científicos e ingenieros alemanes se unieron a él, incluido su compañero de las SS, el oficial Kurt Debus (quien se convirtió en director del Centro de Operaciones de Lanzamiento de la NASA) y Bernhard Tessmann (diseñador del colosal edificio para el ensamblado vertical de vehículos espaciales en lo que actualmente es el Centro Espacial Kennedy).

Ellos estaban entre los 1.600 científicos que fueron reclutados por espías al final de la Segunda Guerra Mundial, como parte de la Operación Paperclip, lo que les otorgaba protección ante un posible enjuiciamiento y un salvoconducto para ingresar a Estados Unidos y permiso para proseguir su trabajo.

Polémicas aportaciones

Las fuerzas aliadas también se sirvieron de otras innovaciones nazis.

Agentes neurotóxicos como tabún y sarín (que impulsarían el desarrollo de nuevos insecticidas, así como armas de destrucción masiva), la cloroquina antipalúdica, la metadona y las metanfetaminas, la investigación médica sobre hipotermia, hipoxia, deshidratación y más, fueron todos producidos a partir de experimentos con humanos realizados en campos de concentración.

Los tableros de aglomerados, algunas formas de caucho sintético y el refresco Fanta también fueron desarrollados por los alemanes bajo el régimen nazi.

Pero esto estaba lejos de ser un caso excepcional de investigación poco ética en la historia de la ciencia.

Durante 40 años, a partir de 1932, investigadores de la Universidad de Tuskegee en Alabama rastrearon el progreso de la sífilis en cientos de hombres negros pobres, ninguno de los cuales había recibido jamás un diagnóstico o tratamiento, pese a que el antibiótico de la penicilina que podría curar la enfermedad estaba ya disponible en aquel momento.

En un estudio relacionado, médicos estadounidenses en la década de 1940 infectaron intencionalmente a pacientes con infecciones de transmisión sexual para estudiar estas enfermedades. Conscientes del escándalo que esto podría provocar, los experimentos se realizaron en Guatemala.

De 1955 a 1976, en lo que se conoció como «El desafortunado experimento», cientos de mujeres con lesiones precancerosas fueron dejadas sin tratamiento para ver si desarrollaban cáncer cervical. Los detalles del estudio solo salieron a la luz tras una denuncia de dos defensoras de la salud de las mujeres, Sandra Coney y Phillida Bunkle.

El estudio, que se desarrolló en Nueva Zelanda, quería comprobar unas teorías sobre la importancia de la intervención temprana, pero una pesquisa posterior sobre esta investigación realizada por la jueza Silvia Cartwright criticó el tratamiento de los pacientes por parte de los médicos que llevaron a cabo el estudio.

La vacuna contra la polio, además de muchos otros avances médicos, debe su existencia a las células humanas que fueron tomadas de Henrietta Lacks sin contar con su conocimiento o consentimiento.

Ella nunca recibió ninguna compensación. La línea celular cultivada a partir de esas muestras iniciales se ha utilizado en innumerables investigaciones sobre drogas, toxinas, virus y también para estudiar el genoma humano.

En la década de 1950, Robert G Heath fue pionero en el uso de electrodos implantados en el cerebro en un intento por cambiar la orientación sexual. Hoy en día, una tecnología similar es utilizada como tratamiento para la epilepsia, la enfermedad de Parkinson y el cordón neuronal anunciado recientemente por Elon Musk.

Dilema ético

No es controversial afirmar que estos experimentos jamás debieron haber ocurrido. Pero ahora que sucedieron, ¿qué debe hacerse con la información obtenida?

«La intuición elemental es que si una información fue obtenida de manera poco ética y nosotros usamos esa información, entonces nos convertimos en cómplices de esa acción pasada», dice Dom Wilkinson, especialista en Ética Médica de la Universidad de Oxford.

Esta es una visión bastante común, incluso entre aquellos que hacen uso de tales hallazgos.

En la revista de bioética The Hastings Center Report, en 1984, Kristine Moe relata una conversación que mantuvo con John Hayward, un destacado experto en hipotermia de la Universidad de Victoria en Canadá que utilizó datos nazis en sus estudios.

«No quiero tener que usar esta información, pero no existe otra ni la habrá en un mundo ético», dijo. «Lo he justificado un poco. Pero no usarlo sería igualmente malo».

Pero la experiencia de Hayward fue inusual.

«Yo creo que es importante decir que estos hallazgos rara vez proveen información clave de manera aislada», dice Wilkinson. «En su mayor parte, la información científica es como una pieza de un rompecabezas: encaja en un rompecabezas general».

Las contribuciones de Wernher von Braun al programa espacial Apolo pueden haber sido considerables. Pero es imposible saber si la NASA podría o no haber resuelto el problema de cómo aterrizar en la Luna sin su ayuda y el conocimiento que obtuvo mientras trabajaba en el programa de cohetes V-2 de los nazis.

Mientras tanto, los resultados del llamado «desafortunado experimento» y el de Tuskegee no modificaron drásticamente nuestra comprensión de la sífilis o el cáncer ni sus hallazgos fueron tan imprescindibles.

«No hay muchos otros estudios observacionales que vean qué sucede si no se da tratamiento al cáncer de cuello uterino», comenta Wilkinson. «Pero incluso si dijiste que ‘no usamos esta parte de la ciencia’, no tendríamos una comprensión diferente del cáncer de cuello uterino».

Puede resultar tentador pensar que las prácticas médicas poco éticas son cosa del pasado, que la medicina moderna reñida con la inmoralidad fue un incidente aberrante a mediados del siglo XX y que a medida que avanzamos el trabajo realizado entonces pasará a ser irrelevante desde el punto de vista científico.

De ahora en adelante, podríamos decirnos a nosotros mismos que toda nuestra recopilación de datos será legítima y nuestros descubrimientos serán éticamente sólidos. Pero lamentablemente, ese no es el caso.

A semejanza de los estudios de sífilis realizados en Guatemala, muchos ensayos clínicos se llevan a cabo en la actualidad en países en desarrollo por las mismas discutibles razones: las regulaciones son más laxas y se reduce el riesgo de sufrir daños de reputación por cualquier resultado negativo.

Un informe de 2008 publicado por el Centro de Investigación sobre Corporaciones Multinacionales dio a conocer detalles de muchos de estos ensayos poco éticos, llevados a cabo en India, Nigeria, Rusia, Argentina y Nepal, entre otros.

Este reporte reveló las muertes no registradas de 14 mujeres en Uganda durante un ensayo de Nevirapina, un medicamento contra la transmisión del VIH.

También hizo público que ocho pacientes en la ciudad de Hyderabad, en India, murieron durante un ensayo del fármaco anticoagulante estreptoquinasa y ninguno de ellos sabía que formaba parte de dicho experimento.

Mal ejemplo

La necesidad de hacer algo bueno con los datos, incluso si estos fueron obtenidos de forma poco ética, conlleva sus propios problemas. Aparte de acarrear el peso de la complicidad, ¿el uso de los hallazgos le dice a los investigadores actuales y futuros que es mejor pedir perdón que pedir permiso?

«Hay algo muy particular sobre el conocimiento y es que es irreversible. No se puede desconocer algo», dice Wilkinson.

«Una de las preocupaciones de utilizar los datos es que manifiesta la postura de que esta investigación estuvo bien y alienta a futuros investigadores: ‘la historia me juzgará positivamente’. No queremos hacer eso. No queremos promover la investigación poco ética».

Wilkinson destaca el caso reciente del investigador chino que anunció en 2018 que había creado los primeros bebés a partir de genes editados. «Es un ejemplo realmente sorprendente; parece que estaba motivado por la fama particular asociada con ser el primero«, señala Wilkinson.

La Comisión de Salud de China comparte ese punto de vista. Su indagación sobre la investigación concluyó que el científico «llevó a cabo ilegalmente la investigación en busca de la fama y la ganancia personal».

He Jiankui, el científico chino que aseguró haber modificado genéticamente a dos bebés.

Al igual que otras personas que cometen crímenes que llaman la atención en busca de notoriedad, dice Wilkinson, debemos hacer esfuerzos para no aprobar su comportamiento o darles la promoción que persiguen.

Pero incluso si podemos separar las acciones de las personas de la ciencia que estas realizan, condenando al investigador mientras se hace algo bueno con la información que obtuvo, todavía no nos encontramos fuera del laberinto moral. ¿Qué sucede cuando la investigación problemática aún no se ha hecho, pero podría ser ejecutada?

Ese es el dilema que plantea una polémica colección de muestras de sangre de más de tres millones de escoceses que está actualmente en la Junta de Salud del NHS Greater Glasgow y Clyde.

Las muestras fueron recogidas como parte de una prueba rutinaria de «pinchazo en el talón» realizada a todos los recién nacidos para verificar una serie de condiciones genéticas. Pero de 1965 a 2003,nunca se solicitó el permiso de los padres para almacenar las muestras de sangre, lo que significa que toda la base de datos es legalmente cuestionable.

Como la colección más antigua y más grande del mundo de tarjetas Guthrie (como se conoce a este tipo de registros), la base de datos ofrece una visión extraordinariamente amplia de la genética de la nación, por lo que representa un recurso único para los investigadores médicos.

Pero debido a los problemas relacionados con cómo fueron recopilados, actualmente existe una moratoria para llevar a cabo investigaciones utilizando las tarjetas.

«Este tipo de situaciones no son directamente ‘éticas’ o ‘poco éticas’: implican preocupaciones éticas contrapuestas, todas las cuales deben tenerse en cuenta», afirma Anne Wilkinson, encargada del programa en el Consejo de Bioética de Nuffield, quien ha escrito sobre las tarjetas Guthrie de Escocia.

Ella considera que pueden obtenerse importantes beneficios sociales mediante el uso de la base de datos. «Pero esto no superaría simplemente las preocupaciones sobre el consentimiento, la privacidad, los riesgos para las personas asociadas con el uso de su información personal y el respeto de las opiniones de las personas sobre su uso», apunta.

Las autoridades sanitarias de Escocia participan ahora en consultas con investigadores, especialistas en ética, pacientes y ciudadanos sobre lo que debe hacerse con las tarjetas Guthrie.

Una opción es permitir salirse a quienes se oponen a ser parte de cualquier investigación realizada con las tarjetas, pero no es una tarea fácil demostrar que se ha buscado adecuadamente el permiso de tres millones de personas de forma retroactiva.

Es propio de la naturaleza humana tratar de sacar algo bueno de las situaciones malas. Incluso en los guetos de Varsovia, señala Moe, los médicos judíos hicieron notas meticulosas sobre la salud de sus compañeros residentes, datos que fueron contrabandeados y después publicados como un estudio sin precedentes sobre los efectos de la inanición sobre la salud.

«La decisión de utilizar los datos no debe hacerse sin lamentar o sin reconocer el horror incomprensible que los produjo», asegura sobre la investigación nazi.

«No podemos dar ninguna aprobación implícita a los métodos. Sin embargo, tampoco debemos dejar que la inhumanidad de tales experimentos nos ciegue ante la posibilidad de que algo bueno pueda ser rescatado de las cenizas».

Fuente: BBC


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