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Matices: Martha Álvarez

scan0013Testimoniales de mujeres victoriosas del cáncer de mama

Soy Marta Álvarez, tengo 44 años y me detectaron cáncer de mama hace tres. Yo me sentí una bolita y fui corriendo al médico, porque para ese entonces tenía programado un viaje largo a Europa. Mi médico me dijo que no era nada, no le dio importancia, así que me fuí de viaje muy tranquila. Paso un año y de nuevo volví a mi chequeo anual.

La bolita habia crecido un poco. Tengo una hermana a la que siempre le han salido bolitas y se las ha quitado como tres o cuatro veces, pero nunca han sido malas. Yo pensé que conmigo pasaba lo mismo, que había antecedentes en la familia de «bolitas» pero no de cáncer.

Pasó otro año y la bolita había crecido un poquiot más, entonces el médico me hizo un ultrasonido y me dijo que era fibrosis, que no había problema con esto. Seguí confiando en su diagnóstico.

Para el tercer año la bolita había crecido considerablemente, y fue cuando el doctor dijo: «Ah, esto sí ya no me gustó. Hay que hacerte un ultrasonido y una mastografía».

Me realicé los estudios y ahí el médico se dió cuenta de que era cáncer; pero nunca me lo dijo. Él nada más me mencionó que había que quitar esa bolita y, si resultaba maligna, quitaría tambien los ganglios de la axila.

Quiero hacer hincapié en que cuando nos sintamos una bolita acudamos al oncólogo, ellos son los expertos en el ramo, no los ginecólogos. Yo, por ignorancia o por ser tan confiada, pasé cosas que no debí pasar. Mi ginecólogo tuvo que haber tenido la humildad de reconocer que él no era el indicado para extraerme la bolita; ante esta posibilidad, por más remota que sea, la paciente debe ser canalizada al especialista, es decir, al oncólogo.

Por desgracia en mi caso no sucedió así. El ginecólogo me operó de inmediato. Yo estaba tranquila, confiada, jamás pasó por mi mente la posibilidad de cáncer de mama. Es más, les dije a mis hijos «Al ratito vengo, voy a quitarme la bolita». «¿Y si es mala?», pregunto mi hija. «Si es mala me quedo en el hospital, le contesté, pero convencida de que eso jamás sucedería. Estaba segura de que mi caso sería como el de mi hermana.

Mi ginecólogo me operó el día acordado. Cuando salí del quirófano y me dió el diagnóstico, mi indignación fue enorme. «¡Cómo es posible que no me lo hayas dicho!», le dije, y su respuesta me indignó aún más: «Antes de operarte consulté por teléfono con un oncólogo para ver qué es lo que te tenía que quitar».

¡No me lo dijo, tampoco invitó al oncólogo a participar en la operación! ¡Dios mío, cómo es posible tanta soberbia! Si sabía que era cáncer, ¿por qué no me lo dijo, por que no pidió ayuda al experto? Yo tenía derecho a tomar mis decisiones, pero bien informada, sabiendo los riesgos que existen; sólo yo tengo derecho a decidir qué hacer con mi cuerpo, con mi salud, con mi vida y con mi futuro.

Cuando tomé conciencia de mi realidad, me asusté mucho. Tenía tres hijos que aún está chicos y a los que les hago falta, así que había que echarle muchas ganas para seguir viviendo, para estar mucho más tiempo con ellos.

Al ser operada por un ginecólogo, no por un oncólogo, esté quiso ser muy conservador. No me quitó la glándula mamaria ni los ganglios, sólo me vacio el pecho, y lo hizo de tal forma que la cirugía parecía una carnicería de las de hace 40 años.

Al haber perdido toda la confianza con mi ginecólogo, decidí buscar la ayuda de un oncólogo, quien me aconsejó que, si estaba en mis posibilidades, me fuera a Houston a pedir una opinión. Él dice que los aparatos de México no son tan sofisticados ni tan precisos como los que hay en Estados Unidos.

Seguí su consejo y me fui a Houston. Los médicos estaban impresionados por el tipo de cirugía que me habían hecho. Decían que en su vida habían visto una cosa igual. La cicatriz y las puntadas eran prácticamente de la prehistoria. Con decirles que el oncólogo que me trato más tarde me pidio permiso para tomarle unas fotos a mi cirugía y así enseñarles a sus alumnos lo que «no se debe hacer jamás».

En Houston me dijeron que no había necesidad de volver a intervenir quirúrgicamente, así que me traje el esquema de tratamiento a México. Aquí encontré a un médico maravilloso y empecé las quimioterapias.

Tenía tres infusores y andaba con ellos por todos lados. El «veneno» me iba pasando durante tres días seguidos. Al terminar estos tres días era cuando me sentía mal, cuando me pegaban fuerte los efectos de la quimio y pasaba algunos dias en «medio reposo» con náuseas y cansancio.

Yo soy una persona muy activa, que no sabe estar sin hacer nada. Soy muy deportista, me encanta jugar tenis y golf, pero tuve que suspenderlos.

Por lo que se refiere a mis demás actividades, seguí con mi mismo tren de vida. Tengo un negocio de joyería y también hago una labor social, en la cual recaudo fondos para becar a niños y que puedan ir a la escuela. Así, la vida transcurrió «normalmente».

Intenté seguir adelante siendo optimista y luchona. No me permití deprimirme, ni que me afectara demasiado a mis expectativas de vida. tenía dos hijos por quienes luchar; una familia, que es lo que más quiero en la vida: ellos se convirtieron en mi gran motor.

Sabía que se me iba a caer el pelo, así que antes de que eso sucediera me lo corté chiquito. Pero justo a las tres semanas de la primera quimioterapia, al levantarme vi la almohada llena de pelos. La idea me estremeció tanto que fui a la peluquería y pedí que me raparan.

La señorita, muy prudente, no preguntó nada, y yo sólo observe cómo se iba todo mi pelo. «Llevé mi gorra para taparme al salir y, cuando llegué a mi casa, dije: «Chin.. ya no tengo pelo». Me hice a la idea de que todo era un proceso y que tarde o temprano volvería a tenerlo.

Una amiga me regaló una peluca del mismo color y corte de mi pelo. La usé como dos horas, y despues me la quite porque no la aguantaba. Tampoco me acomodé con las mascadas así que decidí que ya no me taparía la cabeza, que estaría pelona. Sólo en invierno para protegerme del frío, usaba una gorrita.

A mí no me importaba andar sin pelo, pero a mis hijos, sobre todo al principio, les costó trabajo asimilarlo. Cuando llegaban sus amiguitos a la casa me decían: «Mamá, tápate por favor». Pero sentí que ellos tenían que aceptar mi nueva realidad, entonces no les hacia caso. Los domingos cuando iba a misa, la gente me volteaba a ver y mis hijos me decían: «Mamá, todo el mundo te volte a ver», pero a mí no me molestaba. Al poco tiempo todos se acostumbraron a verme así.

No me enojé con la vida ni con Dios, pero sí con el ginecólogo. Gracias a su negligencia estaba pasando por este momento tan difícil.

Mi seno, aunque no me hayan quitado la glándula lo siento «cucho», como anestesiado, pero no le doy importancia porque sé lo que es esta enfermedad y lo que puede ser; estoy muy agradecia con la vida y con Dios por estar aquí, con mi familia.

Todos sabemos que un día nos vamos a morir y que hay que vivir la vida, pero creo que cuando te dicen cáncer y asocias cáncer con muerte, como que dices ¡chin!, estás más consciente de que hay que vivir la vida, aprovechar los momentos y hacer todo lo que tienes ganas de hacer; no dejar nada para después. Hay que vivir cada momento muy intensamente…

Yo vengo de una familia muy numerosa, somos catorce hermanos, y nunca me dajaron sola, mis amigas tambien estuvieron conmigo todos los días, siempre había alguien en mi casa. Yo siento que eso fue un gran estímulo y un apoyo super importante para ayudarme, sobre todo los primero días, que fueron los más difíciles. Mi marido fue mi inseparable compañero. Cada vez que yo salía de la quimioterapia, llegaba a mi casa y tenía un arreglo de flores divino. Cada 21 días había uno. Cuando acabé las quimios emepecé a extrañar esas flores que tanto me subían el ánimo.

Hoy doy gracias a la vida de que estoy aquí, de que pasé por un momento difícil pero vencí los obstáculos. Ahora la vida es más intensa para mí.


Fundación Cim*ab

Fuente: Matices. 27 testimonios de sobrevivientes de cáncer de mama; Lindero Ediciones, 2003. p96-97

3 COMENTARIOS

  1. Me enorgullece tanto ser de tu genero ( mujer ) y saber lo fuerte y valiente que fuiste…Nunca he estado en una situación nisiquiera parecida y sé que no estoy excenta así que Dios no me lo permita pero si me hiciera vivir una experiencia parecida a la tuya espero con toda mi alma nunca olvidar tu testimonio y ser una guerrera como tu, luchar y vencer.
    Sin conocerte te mando un fuerte y humilde abrazo y mi admiración.

    Alma Delia Pérez de Sánchez

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