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La reivindicación de los pañales

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Cada vez que Ayumi Matsuzaka va al baño se siente culpable al ver cómo se van por el desagüe -junto con grandes cantidades de agua- su orina y heces. Matsuzaka, una artista japonesa de 37 años, tuvo una epifanía en 2008, mientras visitaba a una amiga en Finlandia, quien tenía en su casa un inodoro de compostaje (las heces no pasan por el drenaje, sino que terminan en un depósito, donde después son recuperadas para hacer composta). «Cuando lo tuvé que limpiar, enterré los excrementos en el bosque», recuerda. «Ahí vi unas plantas de arándano y pensé: ¿será posible fabricar tierra de mi propio cuerpo?»

De regreso en Berlín, donde reside desde 2006, empezó a trabajar con excrementos. Colectaba, por ejemplo, los propios para usarlos como abono y cultivar vegetales (que luego consumió). Con el tiempo, Matsuzaka, quien cursó una maestría en Arte Público en la universidad alemana de Weimar, montó varios proyectos artísticos basados en excretas de humanos. Empleaba sus heces y las del público, siempre con la idea de convertirlas en abono y crear ciclos sustentables.

Fue en 2013 cuando, impulsada por su afición para aprovechar al máximo los desechos orgánicos, enfocó sus esfuerzos en encontrar una solución efectiva que disminuyera el impacto de los residuos sólidos. Así, fundó Dycle por diaper (pañal) y cycle (ciclo). En ese entonces, usó como caso práctico el ejemplo de Berlín, donde existen unos 100 000 niños menores de tres años que utilizan, en promedio, medio millón de pañales al día; ¿por qué no compostar los pañales cuyo manejo representa un reto ambiental y convertirlos en humus, en lugar de tirarlos a la basura?

Dicho y hecho. En mayo de 2015, en compañía de sus ocho compañeros, Matsuzaka arrancó el programa piloto. Durante una semana, 20 familias berlinesas usaron pañales bíodegradables y los colectaron en botes de 10 litros. Al final del séptimo día, el equipo de Dycle recogió los contenedores y empezó el compostaje.

La transformación de los pañales en humus o tierra fértil se realiza en dos fases:

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1) Los pañales se mezclan con carbón vegetal, que neutraliza el mal olor, mientras que los nutrientes de la orina y las heces lo activan. «Por su estructura, el carbón vegetal tiene una superficie muy grande, así que funciona como esponja», explica Kathrin Romer, geógrafa de la Universidad Libre de Berlín, quien apoya el proyecto.

Durante esta fase, el bote está completamente cerrado para que su contenido se fermente y las heces sean modificadas por microorganismos.

2) Después de unas cinco semanas, el carbón vegetal y los pañales prefermentados se trituran y se mezclan con más material orgánico (como lombricomposta o residuos de la cocina), lo que al final produce tierra negra, altamente fértil. «La prueba piloto nos mostró que hay un gran potencial», comenta Romer. «Bajo condiciones ideales, toda la transformación del pañal al humus toma tres meses», agrega.

Para entender el aporte de esta innovación, es necesario, sostiene el edafólogo -especialista en suelos- Haiko Pieplow, remontarnos hasta las civilizaciones precolombinas que, durante siglos, acostumbraron producir tierra negra usando excrementos humanos y carbón vegetal. «Trágicamente, este conocimiento se perdió tras la llegada de los españoles y portugueses a América», dice.

El científico hace hincapié en otra de las características positivas de este tipo de tierra: «en una composta convencional, las bacterias generan CO2 en exceso durante la putrefacción de la materia orgánica. Esto no sucede cuando se produce tierra negra con carbón vegetal, por lo que la composta no se calienta».

Con una capa de humus de 25 centímetros se pueden captar alrededor de 45 toneladas de carbono en una hectárea de tierra, calcula Pieplow. Por lo tanto, el uso de carbón vegetal es una medida muy efectiva para reducir la cantidad de CO2 en la atmósfera.

Para Pieplow, Dycle estimula dos transformaciones cruciales: «una es la conversión de los pañales en humus. La otra es la de nuestra forma de pensar. Dycle rescata un conocimiento casi perdido».

Ayumi Matsuzaka y sus colaboradores tienen grandes planes para 2016. A partir de marzo, harán un piloto a gran escala, con 100 familias en Berlín, y no sólo durante una semana, sino por meses. Ahora están buscando familias interesadas en participar pero, reconoce, no es una labor fácil. «La gente piensa que les querernos vender pañales», cuenta. «Sin embargo, para nosotros los pañales nada más son el empaque, lo que nos interesa es el contenido, ¡la caca!». La información se ha esparcido como pólvora y Dycle ya recibió Correos de familias interesadas de Ecuador, Colombia y África del Sur, pidiendo más información sobre el proyecto.

Por el momento, Matsuzaka tiene otras preocupaciones. Si realmente encuentra al centenar de familias, cada bebé va a producir 1000 kilos de humus por año (un total de 100 000 kilos). «¿Qué va a hacer con tanta caca y tanta tierra?», se pregunta. «Por cada kilo de humus querernos sembrar un árbol», dice.

La meta última de Dycle es que en algunos años los mismos bebés que ahora contribuyen los pañales podrían degustar una manzana de un arból que se sembró con su humus. Es la mejor innovación de todas. Se llama ciclo de la naturaleza.


Fuente: Crónica Ambiental
Edición (Enero 2016)
Página: 42/44

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