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ColumnistasMás trabajo sí… ¿La promoción y el aumento para cuándo?

Más trabajo sí… ¿La promoción y el aumento para cuándo?

Mucho se habla de cómo las mujeres han logrado abrirse espacios en la sociedad y los cambios culturales derivados de ello. También es frecuente oír que las mujeres son un grupo discriminado cuya valía la comunidad no ha sido capaz de valorar.

La verdad se ubica entre estos dos puntos con amplios matices que varían según el país (e incluso de acuerdo a una región u otra dentro de un mismo país), la cultura, el sector productivo que se analice y el rubro sobre el cual se fije la atención.

A nivel mundial el Índice de Brecha de Género 2010, presentado en el Foro Económico Mundial evidencia avances significativos en acceso a la salud y a la educación y ubica a México en el lugar 91 de 134 países. Específicamente para el caso de este país, se ha logrado ya igualdad en el acceso a la educación primaria e incluso hay más mujeres que hombres en la educación secundaria. En cuanto a las tasas de analfabetismo y de estudios terciarios, las brechas se siguen cerrando consistentemente y estamos llegando a niveles casi de igualdad.

Los resultados son también alentadores en términos de igualdad de acceso a la salud en donde la brecha entre hombres y mujeres se considera cerrada. Es importante anotar que estos indicadores no significan, ni mucho menos, que se hayan superado los desafíos en estos temas y que los problemas de salud y educación estén resueltos en México. Lo que arroja el índice es que hombres y mujeres están teniendo las mismas oportunidades en ambos casos. Las evidentes desigualdades en acceso que se presentan, se deben pues a otras razones como pudieran ser los recursos, la ubicación geográfica, o la cultura.

Las brechas en cuanto a la participación económica y política se han cerrado de manera más lenta. A nivel mundial, sólo 12 de los 190 mandatarios de países son mujeres. En México ni siquiera el sistema de cuotas electorales de género ha garantizado igualdad de oportunidades en la ocupación de puestos parlamentarios y con funciones ministeriales.

Aunque en términos de acceso al mercado laboral, los avances son evidentes, las cifras ocultan una importante realidad: si bien hay más participación en el empleo, todavía existe una gran desigualdad entre hombres y mujeres cuando se analizan la remuneración y el tipo de trabajo.
En casi todos los países, las mujeres que participan en el mercado laboral están en posiciones de nuevo ingreso o de nivel medio. En el caso mexicano, el sueldo promedio anual de las mujeres es 0.42% del promedio de los hombres. En cuanto a la variable que determina si el sexo incide en la remuneración recibida trabajos similares, México recibió una calificación de 3.79, siendo 1 el peor escenario y 7 el mejor.

Las mujeres como grupo no han logrando llegar a los puestos más altos dentro de ninguna profesión. Las parlamentarias en el mundo son sólo el 22%; apenas 2% de las empresas dentro de las 500 más importantes según la revista Fortune, tienen una mujer como CEO; 15% de quienes ocupan cargos ejecutivos pertenecen al sexo femenino; e incluso en las organizaciones de la sociedad civil, un campo tradicionalmente considerado propio de las mujeres, sólo el 20% de los directivos son mujeres. Para el caso de México la participación de mujeres es de 36% a nivel parlamentario, 12% en cargos ministeriales y 3% (15 mujeres) están en la dirección de “Las 500 empresas más importantes de México”.

Dos grandes preguntas surgen de esta reflexión: ¿Cómo es que mujeres igualmente preparadas y con las mismas condiciones de salud tienen menos participación en la vida política y laboral? ¿por qué las empresas y los gobiernos no han logrado abrir espacios para las mujeres en los mismos términos que los de los hombres?

Sin duda, la inclusión de la mujer es un asunto de justicia pero también es cuestión de conveniencia tanto para gobiernos como para empleadores. Si la mitad del capital humano son mujeres, cerrar la brecha no es sólo un lujo, es una necesidad por equidad y por eficiencia.
La inclusión de las mujeres dentro de la fuerza laboral es una solución inmediata para la carga prestacional y de atención a una población que envejece. Además, se ha comprobado que la reducción de las desigualdades entre hombre y mujer promueve la productividad y el crecimiento económico. Al interior de la empresa, se percibe que los equipos de trabajo diversos fortalecen las estructuras de liderazgo y mejoran los resultados financieros. Al exterior, es una realidad que la mayor capacidad adquisitiva de las mujeres promueve el flujo económico (85% de las decisiones de compra son influenciadas por una mujer).

Sin duda, el problema es un asunto complejo que tiene muchas variables a considerar. Urgen soluciones desde la arena política, desde las empresas con propuestas novedosas para hacer los trabajos más flexibles, desde los hogares para propiciar también una equidad en los quehaceres domésticos que alivie a las mujeres su doble carga de trabajo dentro y fuera de casa, y desde las mujeres para que reconozcan el valor de su esfuerzo. Sobre todo, es imperativo que la sociedad en general venza los estereotipos, remunere igual por el mismo trabajo y entienda que el pleno retorno a la inversión en educación y salud de las mujeres sólo se dará cuando existan las condiciones que hagan más compatible su plan de vida personal con su desarrollo profesional.

Por Sandra Herrera López
Consejera Comisión Mexicana de Derechos Humanos
Directora de Responsabilidad Social Universidad del Valle de México

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