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El terrible costo de ser un mal jefe

Mal jefe vía Shutterstock
Mal jefe vía Shutterstock

Es como una mancha de tinta en un mantel blanco: sus malos efectos se van extendiendo. Y aunque no hay un solo tipo de mal jefe, todos generan gastos adicionales y dañan la imagen de la empresa.

A lo largo de mi vida profesional he tenido el privilegio de colaborar con personas a las que he admirado, que me han guiado y me han llevado a dar resultados mucho mejores de los que yo jamás imaginé. También, desde luego, me ha tocado trabajar con jefes difíciles, mediocres o ineficientes, con quienes aprendí que hay formas para darles la vuelta y conseguir buenos resultados. Me ha tocado estar al lado de ejecutivos de los que he aprendido y que me han mostrado formas mejores para hacer las cosas; también de personas necias a las que por más que uno intenta, no hay forma de hacerse escuchar. Todo ello, lo sabemos, forma parte del trabajo, y de cierta manera es lo que en conjunto representa el escenario laboral; no obstante, hay que saber diferenciar. Hay personas que dañan y cuyo impacto destructivo lastima al individuo y perjudica a la empresa. El terrible costo de ser un mal jefe alcanza niveles cuantificables que dejan afectaciones medibles.

Los líderes tóxicos, según Nicolás Torres, de la Universidad de Harvard, son esas personas que, dados sus modos directivos, generan como resultado un envenenamiento serio y duradero en la vida de las personas que forman sus equipos de trabajo y en las organizaciones en las que se desempeñan, generan gastos innecesarios y forjan riesgos absurdos. Son personas sobreexigentes, volubles, adictas al trabajo que terminan afectando la productividad y el compromiso de su equipo de trabajo y la reputación de las empresas.

No me refiero a esos jefes estrictos que exigen resultados a sus subordinados ni a personas malhumoradas ni a supervisores autoritarios; ésos están haciendo su trabajo y la gente a su cargo sabe perfectamente cuáles son los parámetros de exigencia y cómo responder a ellos para obtener resultados. Incluso, pueden llegar a tener ciertos rasgos de sequedad, pero la gente los respeta, pues sabe sobre qué terrenos está avanzando. Un mal jefe, por el contrario, es una persona que puede parecer amable pero genera una gran tensión en el lugar de trabajo. Un director ineficaz puede ser muy laxo y desperdigar un alto grado de toxicidad a la empresa que eventualmente se convertirá en pesos y centavos que le costarán a la empresa. O bien, los líderes tóxicos son personas majaderas que muestran conductas abusivas con sus subordinados y dañan el ambiente laboral. Me refiero a un tema serio y pernicioso. Son individuos que ejercen autoridad causando daño por sus conductas irresponsables, comportamientos desconsiderados o por su simple y llana incompetencia.

Cualquier extremo de la recta entre la intolerancia absoluta y la falta de dirección suele representar un riesgo a los resultados. Los malos jefes son aquellos que cortan alas, acaban con la creatividad y generan gastos que pudieran ser evitados. Los líderes tóxicos presentan una gama muy amplia: van desde aquellos que quieren controlar el más mínimo movimiento de su gente, hasta los que no se involucran con el equipo y quieren llevarse todas las palmas si hay éxito, pero sacan las manos cuando hay un resultado adverso.

No hay un solo tipo de jefes malos:

  • El que a base de nimiedades agota a su equipo.
  • El que maneja perfectamente los procesos y las cifras pero carece de habilidades para relacionarse en forma humana con su gente.
  • El mediocre, que llegó a la posición de mando sin merecimientos y ahora ve a sus subordinados como una amenaza.
  • El voluble (el peor), quien al verse al espejo contempla una imagen distorsionada de sí mismo: manifiesta ser abierto, pero se cierra a los cambios; no puede controlar situaciones de riesgo ni es capaz de detectar ventanas de oportunidad; es el que un día da una instrucción y al siguiente la olvida o da otra en sentido contrario.

Insisto, no hay un solo tipo de jefe malo, pero todos dan los mismos resultados: generan gastos adicionales a su empresa y dañan la imagen.

Tristemente, hay quienes se niegan a ver estos daños. El primer costo que emana de un liderazgo tóxico es que la creatividad del equipo de trabajo tiende a desaparecer. Las iniciativas para mejorar son más escasas y la innovación se seca como una planta a la que le falta riego.

En segunda instancia, otros costos se relacionan con la adopción de la cultura del como sea, o del sí señor, que tienden a debilitar las estructuras corporativas debido a una falta de análisis y a una mala gestión de riesgos y debilidades. Nadie se atreve a alertar sobre posibles dificultades en el camino, y menos a mostrar desacuerdos con tal de no provocar al jefe. Las consecuencias de guardar silencio, de aguantar o de anticipar problemas sin poderlos expresar induce una gran frustración en el equipo de trabajo, que pierde entusiasmo y empuje. El costo deviene de esa falta de prevención y planeación adecuada, de una imposibilidad para aprovechar oportunidades o de forjar fortalezas.

Otro costo que surge de la toxicidad de un líder es un entorno laboral enrarecido. Un jefe que exige que sus subordinados estén accesibles las 24 horas del día, los siete días de la semana, que busca jornadas de trabajo extenuantes, que no respeta las condiciones laborales, que falta al respeto, que amenaza con despedir a su gente y que muestra una actitud abusiva con sus empleados provoca gente descontenta o, peor aún, atemorizada. Un empleado molesto, un trabajador enojado, una persona muy presionada está en condiciones difíciles para llevar a cabo sus labores en forma armónica. Generalmente, en este tipo de condiciones la gente comete errores, cuida menos, desperdicia más.

Los costos evidentes de tener un líder tóxico sobrevienen de los problemas laborales que provocan: demandas, líos, quejas, resentimientos, además de incrementar salidas de dinero en forma de honorarios para abogados, pero no son los únicos, pues también afectan el prestigio de la empresa, y cada vez resulta más difícil atraer y retener personas talentosas.

Una de las mejores definiciones sobre los malos timoneles es la de Cubeiro y Gallardo: “Un líder tóxico es una persona inaguantable para sus colaboradores. No permite que su equipo tome iniciativas ni desarrolle su trabajo con criterio y, además, causa pérdidas.” El pretexto que utilizan para justificar sus conductas es la preocupación por el trabajo y la presión que sienten de conseguir resultados. Sin embargo, no hay forma de que una persona se desempeñe adecuadamente si recibe gritos, malos tratos o si se siente subyugado o lastimado.

El terrible costo de ser un mal jefe es como una mancha de tinta sobre un mantel blanco: sus malos efectos se van extendiendo y su diámetro es cada vez más extenso. Cualquier líder corre el riesgo de convertirse en un jefe tóxico; es por ello que debemos reflexionar y tener claridad y cuidado en las formas en que se ejerce el liderazgo, tanto por un aspecto ético como por una cuestión de resultados. Ser un mal jefe es muy costoso.

Fuente: Forbes

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