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El equipo

“Las exportaciones mexicanas, en 2011, alcanzaron 350 mil MDD; es decir, México exporta más de mil MDD al día a EUA y a todo el mundo”.

Así lo informó el Presidente Calderón a través de su cuenta de twiter.

Luego, apareció más información sobre el tema, como la de que México exporta más manufacturas que todos los países de América Latina y el Caribe juntos, incluyendo Brasil.

Todo eso lo dijo Calderón, en el marco del Congreso de Comercio Exterior Mexicano.

Por supuesto que también mencionó lo que ha dicho últimamente, que aunque la crisis global es tremenda, en México mantenemos nuestra estabilidad económica, que tenemos acceso a nuevos financiamientos, que se ha favorecido el crecimiento y la generación de empleos.

Sin duda el Presidente tiene razón.

Sobre todo si su visión del crecimiento se circunscribe al crecimiento cuantitativo y no cualitativo. Si cree que con buenos números la población está contenta y satisfecha, si supone que los porcentajes son capaces de generar desarrollo humano y felicidad.

Un error.

Es cierto que reportamos los mejores números en materia de comercio exterior. Es cierto que un empleo generado por una empresa que exporta implica un 37% más de ingresos. Es cierto que se han generado empleos, no tantos como se festina, pero si suficientes para sostener medianamente la macroeconomía.

Pero también es cierto que existen amplias regiones del país, fundamentalmente por donde se produce ese crecimiento económico del que presume el Presidente, donde las condiciones de vida han disminuido dramáticamente. Por ejemplo las fronteras.

En las fronteras no se puede trabajar de noche, las maquiladoras han disminuido los terceros turnos, las preparatorias para trabajadores ya no tienen turno nocturno y los servicios al comercio exterior que se realizaban de noche ya sólo los toman los muy necesitados.

De día las cosas tampoco están mejores. La inseguridad provoca que las clases se suspendan y que los padres de familia tengan que salir de sus empleos para ir por sus hijos. Ir a un centro comercial de día, representa el mismo dilema que ir a un antro de noche.

La clase media busca como irse a vivir al “otro lado”, al menos como pasarse allá los fines de semana para evitar el desasosiego.

En las fronteras hay empleo y hay ingreso pero no hay gasto ni gente, mucho menos inversión. Nadie lo quiere hacer, nadie se quiere mover. Ante ello, la economía general se desmantela y el ánimo colectivo se deprime: un círculo vicioso y degradante.

Son ciudades enfermas y esa enfermedad no se cura con dinero, mucho menos con números económicos.

Todos sabemos lo que ocurre en las fronteras, todos sabemos que la inseguridad las asola, pero también sabemos que son ciudades en las que el sentido de pertenencia aun no ha cundido, en donde quienes se han asentado, han buscado hacer un negocio y lo han logrado, pero no se arraigan, así que cuando es el momento, huyen sin más, dejando el terreno para quien ahora vea otro negocio, tanto lícito o ilícito, da igual. Ciudades fantasmas o a punto de serlo.

Quienes viven de la derrama de ese abundante comercio exterior, no la logran ver; la microeconomía agoniza.

El gobierno, tanto el federal como los otros órdenes, casi nunca llegan a observar ese fenómeno, porque lo que buscan es justificar sus acciones, su gasto, su ejercicio. A eso le llaman rendir cuentas, cuando en verdad es una simple justificación.

El fenómeno del que se enorgullece el Presidente es meramente coyuntural y el tiempo y la competencia de otras regiones con mayor infraestructura humana lo frenará. Será imposible sostener ese crecimiento si no se invierte en el mejoramiento real de las condiciones de vida de quienes habitamos estas ciudades, si no se invierte en el capital social, en el desarrollo ético de los negocios, en la formación y capacitación de los empleados, en el cuidado del medio ambiente.

Vivimos paradójicamente en medio de dos expectativas: las del crecimiento del comercio exterior que son de largo plazo y las expectativas de vida de las ciudades en donde se opera ese comercio, que son cortas y están en riesgo latente.

La participación responsable de todos se hace indispensable. De las empresas, de las universidades, de las organizaciones, de los gremios.

A su vez, esa participación deberá unirse en una Red de empresas y organizaciones que tenga un mismo objetivo: hacer equipo y elevar el capital social de la ciudad, para que ya nadie se vaya, para que nadie nos gane ese espacio que heredamos y del que somos responsables.

Todos debemos entrarle, comenzando por quienes encuentran una manera de hacer negocio en la frontera, porque son ellos quienes tienen la oportunidad de hacer que ese negocio trascienda o que se pierda para siempre.

Hagamos equipo.

Fuente: Colaboraciones

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