En la medida que los días avanzan, los problemas financieros globales se agravan.
No es ya sólo un asunto que se defina por los excesos del llamado neoliberalismo.
La cuestión es más de fondo y tiene que ver con procesos civilizatorios que se remontan a fines del siglo XVIII.
Existen dos ejes ordenadores (o detonadores) que ayudan a entender un complejo desenvolvimiento social mundial:
la revolución industrial y la aparición de los Estados nacionales.
La modernidad ha sido el discurso más racional de un proceso bastante devastador.
Es cierto que la urgencia es tan mayúscula que gobiernos y organismos mundiales están en alerta roja, pero por eso mismo se requiere redefinir el Estado nacional, democrático, de responsabilidad social, de derecho y activo impulsor de la investigación científica.
Política que asuma la ruptura del paradigma del capitalismo salvaje y su gris contraparte de los socialismos personalizados y autoritarios.
Política de reconversión tecnológica e industrial, de energías renovables y tecnologías aplicadas a escala que rompan nuestra obsesiva historia y pugna ideológica en torno al petróleo.
La era del conocimiento, de la revolución informática, está detrás de la misma crisis, exhibiendo las debilidades estructurales de una cultura del abuso en todos los ámbitos.
Reforma, Tomás Clavillo en “Opinión”, Opinión, p. 13
