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Por casa se inicia la responsabilidad social

No está bien que una responsabilidad más próxima sea desplazada por una más lejana, entendiendo que esta proximidad o lejanía no se mide sólo en términos geográficos.

El tema de la responsabilidad social en el ámbito empresarial es hoy un lugar común. Verdaderos caudales de tinta se han consumido para destacar su importancia y promover sus ventajas. Nos topamos con él prácticamente a diario: revistas y periódicos, congresos internacionales, encuentros sectoriales, avisos publicitarios de todos los colores y sabores, periodistas, empresarios y académicos se encargan de recordarnos con insistencia sus bondades.

Nadie puede estar ausente de esa cita. Quien de una manera u otra no tenga conexión con un proyecto de esa naturaleza, «no está en nada».

De hecho, creo que es, en parte, la razón por la que estoy escribiendo estas líneas. Mi ego se resiste a quedar relegado a la triste condición de «excluido».

Aprovechando el caos que se ha generado por cuenta de la reparación de la pista norte del Aeropuerto Eldorado y la consiguiente demora en los vuelos, he encontrado un espacio para la reflexión y para estampar unas pocas ideas en este artículo.

No vamos a cuestionar lo que se entiende o no por responsabilidad social corporativa. Hay mil maneras de definirla, todas seguramente muy válidas y respetables. En principio, todo proyecto de responsabilidad social es digno de aplauso pues, aunque en algunos casos nos parezca que la intención que lo inspira está viciada por un interés económico, el servicio que presta, en últimas, beneficia a alguien.

Se hacen críticas al ‘marketing social’ en cuanto utilización de los proyectos de responsabilidad social para generar marca o para favorecer la imagen corporativa.

«Deja un cierto aroma de egoísmo que resta méritos a la acción», se dice. Sin embargo, si preguntáramos a los niños que se toman el vaso de leche diario, o a quienes disfrutan de un rato de esparcimiento en el parque de la comunidad, o a quienes padecen cualquier tipo de discapacidad y reciben el apoyo económico de una empresa, con seguridad encontraremos caras felices, personas radiantes y agradecidas por tan noble gesto.

No obstante, creemos que la responsabilidad social debe empezar por casa. Ciertamente, no estamos frente a una simple opción sino que es un deber moral de no poca monta. Quienes más tienen, están llamados a compartir con los menos favorecidos.

Es cuestión de simple humanidad, por no decir, de sentido común. Sin embargo, no somos igualmente responsables ante todas las personas. Como enseña Carlos Llano, filósofo empresarial mexicano, por el principio de proximidad somos más responsables de aquello que más próximamente nos concierne.

La responsabilidad adopta así la forma de círculos concéntricos. Es sencillo de entender: cuando lanzamos una piedra en un lago, las ondas se van esparciendo en forma de círculo desde el centro hacia fuera, ampliando su diámetro hasta desvanecerse. Pues bien, siguiendo este símil, somos más responsables ante aquellas personas que están más próximas a nosotros; son nuestro prójimo, propiamente dicho.

En este orden de ideas, podemos afirmar que somos responsables, en primer lugar, de nosotros mismos. Tenemos que hacernos cargo de nuestra propia humanidad en el sentido de formarnos en los principios morales, en desarrollar virtudes para enriquecernos interiormente y, de esa manera, tener algo para dar a los demás.

Somos responsables, en segundo lugar, de nuestra familia, no solo en los aspectos materiales sino también en los afectivos, en el cariño y atención que ofrecemos a la esposa(o), a los hijos y a nuestros progenitores; en tercer lugar, hemos de ser responsables con nuestra empresa y quienes allí trabajan; luego atenderemos a las empresas asociadas y enseguida a las empresas del sector; posteriormente, nos haremos cargo de la economía del país y, finalmente, prestaremos atención a la economía mundial.

De acuerdo con este criterio, no está bien que una responsabilidad más próxima sea desplazada por una más lejana, entendiendo que esta proximidad o lejanía no se mide en términos exclusivamente geográficos. Si mi empresa tiene una planta de producción en Shanghai, soy más responsable por lo que ocurre en esa planta que el gerente de una fábrica que se encuentra ubicada al lado, en dicha ciudad.

Seamos claros: con sentido práctico, sería un desorden atender a los niños hambrientos de África, cuando tenemos la pobreza rodando por nuestras calles sin siquiera detenernos ante ella. Para un empresario sería un desorden dedicar todo su empeño y energía para sacar adelante los proyectos de su organización gremial por muy importantes que ellos sean, descuidando necesidades apremiantes de su propia empresa.

Es un desorden para la persona del directivo privilegiar la atención de sus colaboradores, aunque es una responsabilidad que le compete de manera grave, mientras su familia se desmorona por su falta de atención y de apoyo.

Sería una contradicción que una empresa tenga programas de responsabilidad social, a la vez que se desentiende de las necesidades más inmediatas de sus colaboradores: pagar un salario justo, proporcionar una capacitación adecuada y efectiva, brindar posibilidades ciertas de desarrollo, facilitar las condiciones para que dispongan de tiempo para estar con sus familias, etc.

Si lo pensamos bien, son ideas sencillas, de sentido común. A nadie se le ocurre ir a apagar el fuego en la casa del vecino mientras su propia casa arde en llamas. No se trata de complicarle la vida a nadie. Basta con poner un poco de orden, es cuestión de establecer prioridades.

Parafraseando a Covey, es tener claro que ‘primero es lo primero’. Lo interesante del principio de proximidad -destaca el profesor Llano- es que «no sólo sirve para actuar bien sino que además ayuda a direccionar los esfuerzos de nuestro trabajo». Si queremos impactar positivamente la sociedad, es necesario guardar un orden, empezar la tarea por el principio. Es que es muy difícil que podamos influir seriamente en nuestro país, si no asumimos primero la responsabilidad de nuestra familia y de nuestra empresa.

Sean bienvenidos todos los proyectos de responsabilidad social. Tenemos que ser solidarios y con altas dosis de generosidad. La sociedad lo necesita. Así conseguiremos un mundo mejor, más justo, más humano. Pero antes de traspasar las puertas de la empresa, conviene echar un vistazo a la casa por dentro. No lo olvide, la responsabilidad social empieza por casa.

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