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El G-8 luchará contra el cambio climático

Los líderes de las ocho principales economías del mundo (G-8) se fijaron este miércoles como objetivo la reducción de las emisiones de gases causante del cambio climático en un 80% por parte de los países industrializados antes del año 2050 y un 50% para el resto de las naciones en el mismo plazo.

La resistencia de China e India impedirá, no obstante, que este paso sea ratificado mañana jueves en el foro de los 17 países más contaminantes que se celebrará también en la ciudad italiana de L’Aquila, aunque pueden anunciarse otras medidas menos ambiciosas.

Los miembros del G-8 negociaron este miércoles, además, una declaración contra la amenaza de la proliferación nuclear, que incluiría una advertencia a Irán y Corea del Norte sobre el riesgo de aislamiento y sanciones a que se enfrentan si continúan con sus programas atómicos al margen del control de la comunidad internacional.

La cumbre aceptó también una propuesta estadounidense para la creación de un fondo de ayuda a la agricultura de los países en desarrollo con el objetivo de garantizar lo que se denomina seguridad alimentaria en el planeta. Aunque el compromiso no menciona cifras precisas, el propósito de Estados Unidos es llegar hasta los 15.000 millones de dólares (unos 10.800 millones de euros).

Los jefes de Estado y de Gobierno de Estados Unidos, Rusia, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Canadá e Italia no consiguieron, sin embargo, progresos respecto al asunto de mayor preocupación mundial en estos momentos: la crisis económica. El documento final, conocido la noche del miércoles, alerta contra todo triunfalismo y, aunque reconoce signos de mejora, advierte que «siguen existiendo riesgos significativos para la estabilidad financiera y económica». Recomienda, por tanto, y en contra de lo que pretendía la canciller alemana, Angela Merkel, mantener pisado el pedal de los planes de estímulo «hasta que la recuperación esté asegurada».

Es decir, se ratifica en las decisiones tomadas por la cumbre del G-20 en abril, en Londres, a la espera de las correcciones que puedan hacerse en la siguiente reunión de ese organismo, el próximo mes de septiembre en Pittsburgh. «Vemos L’Aquila más bien como una etapa a medio camino entre las dos cumbres del G-20», admitió el viceconsejero nacional de Seguridad de la Casa Blanca para Asuntos Económicos, Mike Froman.

Los logros anunciados hasta el momento parecen suficientes como para que Barack Obama pueda considerar pasado este primer examen serio a sus condiciones de liderazgo en los grandes foros internacionales. Esta oportunidad era, además, particularmente difícil, puesto que llegaba en un momento de gran incertidumbre sobre el futuro del G-8 y de enorme escepticismo sobre las posibilidades de éxito.

El acuerdo sobre la reducción de emisiones, que se produjo después de sortear algunas diferencias importantes, representa un avance considerable respecto a la posición que algunos países, como Estados Unidos, sostenían hasta ahora, pero tiene todavía que consumarse dentro de la cumbre sobre el clima prevista para el próximo mes de diciembre en Copenhague. «Hay mucho aún que negociar hasta Copenhague», advirtió el portavoz norteamericano.

Estados Unidos, que es el mayor contaminante del planeta, se va a ver obligado a hacer un esfuerzo mucho mayor que los demás en el proceso de reconversión industrial para cumplir esos objetivos. Antes del inicio de esta reunión era reacio a llegar a un compromiso sin que su principal competidor, China, la nación más poblada del mundo y que más crece económicamente, se sume a él.

La Administración norteamericana ha concentrado sus esfuerzos en política medioambiental en la reunión de hoy, a convocatoria de Obama, de los 17 países causantes, ellos solos, de más del 80% de los gases que provocan el efecto invernadero. La ausencia del presidente chino, Hu Jintao, que ha regresado a su país apresuradamente ante el deterioro de la situación en la provincia de Xinjiang, puede complicar la obtención de acuerdos fundamentales para que las grandes economías emergentes se sumen al consenso mundial.

El principal asesor político de la Casa Blanca, David Axelrod, confirmó que, en materia de proliferación nuclear, se habían conseguido progresos suficientes como para que pueda esperarse la aprobación de una declaración conjunta del G-8.

Las dudas permanecían sobre el grado de condena a Irán y Corea del Norte, especialmente al primero, con una pugna entre los que pretenden una advertencia rotunda y convincente, y los que no quieren empujar a esa nación hacia una mayor marginación. Entre los primeros están Reino Unido, Francia e Italia; entre los segundos, Alemania y Rusia. Estados Unidos, que busca aún oficialmente una solución dialogada con la República Islámica, ha ido oscilando en las últimas semanas hacia la primera posición. El riesgo de la proliferación nuclear es uno de los temas favoritos de la agenda internacional de Barack Obama, y un asunto que considera de trato prioritario por parte de las grandes potencias.

El impulso del presidente norteamericano ha podido ser decisivo para salvar una reunión que empezó con pésimas perspectivas. La ausencia del presidente chino parecía dejar en evidencia el hecho de que algunos países que no pertenecen a esta organización ejercen un poder real mucho mayor que el de participantes oficiales como Canadá o Italia.

La eficacia de la cumbre se ve afectada severamente, además, por las sucesivas ampliaciones del número de invitados, que, en la última jornada, convertirán este foro en una multiplicación de encuentros en los que participan hasta 39 países sin proyectos serios que aportar ni fuerza política para defenderlos.

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