La muerte del Papa Francisco ha abierto nuevamente un espacio de reflexión sobre el futuro de la Iglesia Católica. Esta vez, el enfoque se ha desplazado hacia un tema histórico, simbólico y profundamente político: la posibilidad de elegir al primer papa negro en la historia moderna. En un momento donde los ojos del mundo observan con atención el relevo espiritual del Vaticano, África se perfila como un continente con fuerza moral, crecimiento religioso y un clero con cada vez mayor protagonismo.
En un contexto global donde la equidad, la inclusión y la lucha contra la discriminación son temas centrales, la elección del primer papa negro no solo representaría un hito para la Iglesia, sino un poderoso mensaje sobre su capacidad de transformación. Sin embargo, no podemos ignorar que aún persisten barreras estructurales, prejuicios raciales y resistencias dentro de una institución marcada por siglos de eurocentrismo y jerarquías excluyentes.
Un papa negro: ¿justicia simbólica o transformación profunda?
Hablar del primer papa negro va más allá de la representación. Significa cuestionar siglos de hegemonía blanca y europea en la máxima autoridad de una religión global. A pesar de que los orígenes del cristianismo se encuentran en Medio Oriente y África del Norte, el rostro del poder eclesiástico ha sido, con pocas excepciones, predominantemente occidental.
La historia recuerda que algunos papas del primer milenio nacieron en el norte de África o eran de ascendencia africana, aunque los registros sean difusos. La posibilidad de una figura negra en el trono de Pedro sería, más que una novedad, un acto de justicia histórica y un reconocimiento a los orígenes diversos de la Iglesia.
Sin embargo, el riesgo de una elección meramente simbólica sin un compromiso real con las causas estructurales del sur global —como la pobreza, la exclusión o la migración forzada— debe hacernos cautelosos. La representatividad vacía no transforma estructuras.
África: crecimiento espiritual y deuda histórica
El continente africano representa hoy el epicentro del crecimiento católico. Con más del 20% de los católicos del mundo y millones de nuevos fieles cada año, África se ha convertido en el corazón palpitante de la Iglesia. Este crecimiento no ha sido acompañado, sin embargo, por una representación equitativa en la jerarquía vaticana.
Postular a líderes como el ghanés Peter Turkson, el congoleño Fridolin Ambongo o el marfileño Ignace Bessi Dogbo como candidatos al primer papa negro responde, en parte, a esta deuda histórica. Son hombres con trayectorias sólidas, comprometidos con la justicia social, la paz y el papel transformador de la fe.
A pesar de esto, las posibilidades reales siguen siendo bajas. Ninguno de ellos ha sido sometido al nivel de visibilidad y escrutinio que enfrentan los cardenales europeos. Y en una Iglesia herida por escándalos recientes, la prudencia institucional muchas veces pesa más que el impulso renovador.
Conservadurismo, tensiones y resistencias internas
La elección de un primer papa negro también enfrenta desafíos ideológicos. Aunque algunos candidatos africanos comparten la sensibilidad social de Francisco —como la preocupación por el cambio climático o la justicia económica—, muchos de ellos sostienen posturas conservadoras en temas como los derechos LGBT+ o el rol de la mujer.
Este contraste genera tensiones: ¿se trata de avanzar en la inclusión racial a costa de retroceder en otros frentes de derechos? La Iglesia está dividida entre quienes buscan continuar el legado progresista de Francisco y quienes desean un retorno a formas más tradicionales del dogma católico.
Además, la fuerte influencia del conservadurismo en muchos sectores africanos puede generar reservas entre los cardenales que votarán en el cónclave. El riesgo de un retroceso doctrinal podría pesar más que los beneficios simbólicos de una elección histórica.
Racismo estructural: la barrera más difícil de romper
Aceptar la idea de un primer papa negro implica enfrentar el racismo estructural que ha permeado incluso a instituciones religiosas. A lo largo de la historia, la Iglesia ha replicado —consciente o inconscientemente— estructuras coloniales y eurocentristas, limitando la participación plena de los pueblos del sur global en la toma de decisiones clave.
Aunque se habla de la “universalidad” de la Iglesia, su poder sigue concentrado en Europa. Y si bien se ha avanzado en representaciones regionales, el Vaticano no ha logrado descolonizar su liderazgo de forma efectiva.
El desafío no es solo elegir un papa negro, sino crear condiciones que permitan su liderazgo con legitimidad plena, sin paternalismos, exotizaciones ni cuestionamientos constantes a su capacidad o visión.
El legado de Francisco: ¿camino abierto o contradicción?
La figura del Papa Francisco fue disruptiva por su firme defensa de los pobres, su crítica al sistema económico global y su cercanía con los pueblos del sur. En África, su voz fue especialmente significativa, al denunciar el expolio de recursos naturales y exigir respeto a la soberanía africana.
Un primer papa negro podría dar continuidad a ese legado, fortaleciendo la relación entre el Vaticano y los pueblos históricamente marginados. Sin embargo, también podría enfrentarse a contradicciones internas: ¿hasta qué punto está dispuesto el Vaticano a permitir que ese liderazgo se exprese libremente?
El desafío del sucesor no será solo llenar los zapatos de Francisco, sino superar los límites de una institución que aún lucha por reconciliarse con su diversidad y con el mundo moderno.
La posibilidad de tener al primer papa negro en la historia moderna es un espejo de las tensiones, aspiraciones y contradicciones que vive la Iglesia Católica en 2025. Es una conversación urgente que atraviesa temas de justicia social, antirracismo, inclusión y transformación institucional.
Más que un símbolo, esta elección puede ser una oportunidad para replantear el futuro de la Iglesia: uno que no tema reflejar la diversidad del mundo que dice representar. Pero para que eso ocurra, el cambio debe ser profundo, auténtico y acompañado de una revisión crítica de los sistemas de poder internos.