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Los ‘pueblos bioenergéticos’, un movimiento que se acelera

Los viernes por la noche, los habitantes del pequeño pueblo Oberrosphe, en el oeste de Alemania, acuden al único bar para jugar a «Clavo y madera», una aventura animada con cerveza que consiste en incrustar un clavo en un tronco de pie a la máxima velocidad y con la mayor precisión. A continuación, vuelven a sus casas, cuyo sistema de calefacción funciona exclusivamente con la energía generada por una planta de madera construida en 2008.

«No necesitamos juegos sofisticados para beber; tenemos madera», dice Hans-Jochen Henkel, portavoz del pueblo de 850 habitantes y miembro del comité que ayudó a financiar la planta. «Tampoco necesitamos energía de grandes corporaciones. También tenemos madera para eso».

Mucho antes de que el gobierno alemán anunciara sus planes para desmantelar la energía nuclear después del desastre en Japón, decenas de pueblos en Alemania, recelosos de las fuentes de energía dominantes, empezaron a generar su propia calefacción y electricidad a partir de biocombustibles. Su meta era evitar una posible catástrofe atómica y la dependencia de petróleo extranjero, a la vez que trataban de unir a sus comunidades alrededor de un mayor sentido de propósito.

«No queremos 3.050 litros de crudo de algún buque de Arabia Saudita», dice Hans Bertram, un jubilado de 72 años que vive en Oberrosphe. De esta manera, «el dinero se queda aquí, en la comunidad».

El deseo de estimular las economías locales además de la seguridad que viene con la estabilidad de los precios de la energía son los principales factores económicos detrás de este movimiento, señala Uwe Fritsche, un investigador del Instituto Öko, un centro de estudios especializado en ecología en Darmstadt.

El primero de los llamados «pueblos bioenergéticos», el enclave de 750 habitantes de Jühnde en la región central del país, empezó como un experimento a gran escala de los científicos de la Universidad de Göttingen. El pueblo empezó en 2005 a producir calefacción y electricidad a partir de abono líquido y cosechas locales.

Desde entonces, otros 70 pueblos en Alemania son ahora totalmente «biopueblos», es decir, que usan combustible derivado de materiales como las astillas de madera, cosechas o abono para calentar sus hogares y generar electricidad que luego venden a la red local. Otras 14 pequeñas ciudades están en un proceso de conversión hacia otras fuentes de energía renovables, como la eólica y la solar, según el Ministerio de Agricultura.

Si bien estas comunidades representan una pequeña fracción de la demanda energética general de Alemania y ciudades más grandes siguen reacias a pasarse completamente a los biocombustibles, estos pueblos ecológicos «son precursores edificantes», asegura Fritsche.

Construido como un rectángulo estrecho con casas de madera en un frondoso valle inclinado, Oberrosphe tuvo que instalar más de 7.000 metros de tuberías para convertir el biocombustible en calor. Los habitantes votaron a favor de que los residentes paguen una tasa fija de 6.000 euros (US$8.650) para conectarse a la nueva red de calefacción, independientemente de cuál fuera su proximidad a la planta de madera.

«No queríamos que una familia tuviera que pagar más sólo por el lugar donde vivía en el pueblo», dice uno de los residentes Otto Krebs.

Oberrosphe construyó la planta de madera para que generara energía para 55% de los hogares que inicialmente se unieron a la red e instalaron paneles solares sobre la planta para generar más electricidad que se pudiera vender al proveedor local. El pueblo planea instalar una planta de biogás en noviembre para asegurarse de que puede satisfacer la demanda de todos los hogares.

Muchas familias que hace tres años dudaban sobre si unirse a la cooperativa ahora quieren ser miembros, aunque tengan que pagar 2.000 euros en tarifas pasadas, explica Henkel, el vocero. Aunque el gobierno alemán otorga ayudas para algunos de estos proyectos (Oberrosphe recibió 1 millón de euros en subsidios del total de 4,2 millones en capital que necesitaba), la mayor parte del financiamiento corre a cargo de las comunidades. Muchos residentes aseguran que la inversión valió la pena.

Los habitantes de Oberrosphe calculan que ahorran entre 400 y 500 euros al año en gastos de calefacción e incluso más si se tienen en cuenta los costos de mantenimiento de los calentadores que funcionan con petróleo. Los de Jühnde, por su parte, ahorran hasta 900 euros al año.

En contraste, los costos de la calefación en Alemania han subido un promedio de 19% para el gas y 94% para el petróleo en todo el país desde enero de 2005, según estadísticas de marzo de Verivox.

Fuente: Reforma, The Wall Street Journal Americas, p. 7.
Por: Mary M. Lane
Publicada: 30 de junio de 2011.

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