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La responsabilidad social de las universidades

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Aunado a problemas añejos de la humanidad (vulnerabilidad, pobreza, desigualdad), hoy se suman problemas nuevos como el cambio climático asociado a niveles de hambruna, que no tiene precedentes en la historia, crisis del agua, así como una huella ecológica lamentable, entre otros.

Lo paradójico de estos problemas es que se dan en un marco donde el desarrollo tecnológico está a la orden del día, baste con mencionar la especie de “concurso” que las inmobiliarias en todo el orbe han desarrollado por construir edificios cada vez más altos, ostentosos e incluso “inteligentes” o bien el desarrollo en telecomunicaciones así como los avances computacionales, donde un “smartphone” es obsoleto dos meses después de su lanzamiento. La paradoja se resuelve, cuando uno mira que a la par de este estupendo desarrollo tecnológico, también se ha desarrollado un sistema económico global en donde es exacerbado el carácter excluyente y concentrador que caracteriza a las sociedades capitalistas, particularmente las que defienden la autorregulación del mercado.

Una consecuencia de la crisis internacional (2007-2008) es que ha provocado una desigualdad creciente, tanto en países avanzados como en desarrollo, tendencia que comenzó con el llamado modelo de libre mercado impulsado desde la década de 1970.

En los tres primeros años de esta última crisis la desigualdad creció más que en los 12 anteriores. En los países avanzados de Europa, el ingreso de 10 por ciento de las familias más pobres cabe nueve veces en el ingreso de 10 por ciento de las familias más ricas. En Estados Unidos, el ingreso de la décima parte de familias más pobres cabe 14 veces en el de los más ricos. En México esa relación es de 25 veces, es decir, 10 por ciento de los más ricos tienen un ingreso 25 veces mayor que los más pobres, mientras que en Brasil esta proporción es de 50 veces y en Sudáfrica es de 100 veces. La desigualdad no sólo ha aumentado, sino que lo ha hecho a una enorme velocidad.

En este contexto las universidades juegan un papel importante en la creación, desarrollo y aplicación del conocimiento que da lugar a los ya mencionados desarrollos tecnológicos, empero, dichas instituciones al ser parte de una sociedad no quedan excluidos de los ciclos económicos y los sociales, ni de sus tendencias. El espíritu exacerbadamente excluyente e individualista también ha impregnado la forma de impartir y recibir clases, así como la secularización entre los campos de conocimiento. Aún más, la relación que tienen las instituciones educativas, particularmente las de nivel superior, con la sociedad es cada vez más nula.

Resolver dicha desvinculación pasa por replantear la forma de hacer ciencia, romper en la medida de lo posible (pues la especialización también es importante) la falta de diálogo entre las diversas disciplinas; revalorar áreas de conocimiento como filosofía y campos de la misma como ética, que ayuden a recuperar el sentido social de la universidad.

Es necesario que las universidades retomen acciones que se funden en resultados de investigaciones conducidas con rigor académico, pero con un nuevo ethos en el que se entienda que el mayor logro está en el avance social y no en el ascenso meritocrático. A su vez, las sociedades también deben revalorar el papel de las instituciones de educación superior, es decir, hacer más caso a un estudio con rigor científico que a la demagogia , siempre agradable al oído, pero catastrófica en términos prácticos.

Todo lo anterior implica, como ya lo he argumentado en otras notas, el replanteamiento no sólo del modelo económico donde todo lo dejemos a la venia del libre mercado sino también de la estructura de la psique social en la que dicho modelo nos ha involucrado. Urge que la universidad recupere su carácter social pues, citando a John Stuart Mill, “La idea de una sociedad en la que los únicos vínculos son las relaciones y los sentimientos que surgen del interés pecuniario es esencialmente repulsiva”.

La Universidad del presente debe ser constructora de una agenda de futuro: el papel de arcón del conocimiento debe dar paso a un nuevo protagonismo donde la pertinencia, la calidad del conocimiento y el compromiso con su entorno social definen el sentido de su existencia.

De las tareas sustantivas de producción, reproducción y transmisión del conocimiento se debe transitar a un concepto de pluralidad de saberes, articulación de actores y promoción de valores y conceptos de atención a una sociedad que aprecia y demanda la utilidad del conocimiento aplicado.

Fuente: El Financiero

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