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El cambio climático desde Kant-Kuhn

Desde su encierro en Königsberg, Immanuel Kant vio con simpatía la llegada de la Revolución Francesa y la de Independencia de Estados Unidos. Lo dicen casi todas las biografías del filósofo, pero muy pocas se refieren a su opinión sobre la Revolución Industrial que, desde luego, nadie en ese momento pensó en las repercusiones que tendría sobre la naturaleza misma: el llamado cambio climático global.

Cuando en 1962 Thomas S. Kuhn publicó La estructura de las revoluciones científicas no vislumbró una forma de hacer ciencia que entonces estaba surgiendo: la simulación computacional. Además, en esos tiempos apenas se completaban tres años de mediciones sistemáticas del contenido de bióxido de carbono en la atmósfera sobre Mauna Loa, evidencia observacional que, junto con los modelos, sustenta la teoría del cambio climático.

Sin embargo, la dupla Kant-Kuhn permite ver mejor lo que se hizo y se dejó de hacer en Cancún. En efecto, para Kant la moral ha de basarse más en la razón que en la fe. Para Kuhn la razón de una comunidad de profesionales está en compartir una matriz disciplinar. La cumbre climática de Cancún (la COP 16) restableció la confianza en las negociaciones internacionales: se aceptó que un calentamiento adicional de dos grados centígrados promedio para el planeta sería catastrófico; se confirmó un fondo de 30 mil millones de dólares anuales para adaptación al cambio climático de los países más vulnerables —que se había anunciado en la COP 15— y se acordó para el año 2020 un Fondo Verde para mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero por cien mil millones, pero no se avanzó en un acuerdo vinculante que comprometa la reducción de emisiones y que en 2012 pueda sustituir al Protocolo de Kioto.

Las discusiones en Cancún oscilaron entre las posturas morales que aluden más al temor apocalíptico que a la razón, y se esgrimieron razones de expertos que no han acabado de construir “la relativa plenitud de su comunicación profesional y la relativa unanimidad de sus juicios profesionales” que reclamaba Kuhn en el adenda de 1967.

No se puede hablar de cambio climático sin detenerse a pensar qué es el clima. En español, a las condiciones atmosféricas de un momento o hasta de unos cuantos días se les conoce como el tiempo meteorológico. El clima es la descripción de las condiciones atmosféricas de meses a años o incluso milenios. En nuestro idioma el tiempo corresponde al verbo estar, y el clima, a ser. El inglés y el alemán no distinguen entre ser y estar, pero el alemán hace la diferencia de tres periodos para aludir al estado atmosférico: wetter, que es el equivalente a tiempo (weather en inglés); witterung, referido a las condiciones mensuales o incluso anuales, y klima, para varios años (climate en inglés). Sutilezas de los idiomas aparte, si el clima es la síntesis de varios años del tiempo meteorológico, entonces es una condición que no puede experimentarse sensorialmente, pues lo que se experimenta cotidianamente es el tiempo meteorológico.

Cuando en 1781 Kant publica La crítica de la razón pura prácticamente había dejado fuera de su obra a la filosofía de la naturaleza —las llamadas ahora ciencias naturales—, no obstante que un lustro antes había incursionado con éxito en la cosmografía con La historia natural general y teoría de los cielos. En 1802, dos años antes de morir, publica su Geografía física, basada en buena medida en lecturas de los viajes de Alexander von Humboldt. Es la de Kant una geografía salida de sus apuntes de clase, más con datos de ficción que de la realidad, pero como profesor de la materia seguramente se topó con los términos clima y climatología que Humboldt popularizó a fines del siglo XVIII e inicios del XIX entre los naturalistas europeos.

El clima se verá por muchos años como algo fijo, igual que las características de una planta o de una roca, que tardan milenios en evolucionar. Por tanto, las primeras aproximaciones a su estudio son taxonómicas y así surgen las clasificaciones climáticas que hasta la fecha se usan, pero que difícilmente reflejan la complejidad de un sistema que se compone de la atmósfera, la biósfera, la hidrósfera, la litósfera y la criósfera (glaciares y superficies nevadas). Entre ellas comparten y se reparten la energía que llega del Sol, el agua que está en permanente cambio de fase, eso que los físicos llaman momento mecánico, reacciones químicas y ciclos biológicos. Poco o nada de estas interacciones se refleja en una clasificación climática.

La crítica de la razón pura plantea, en esencia, que antes de tratar un problema es preciso dilucidar cómo conocemos y hasta qué punto es válido decir que conocemos. Eso que llamamos clima es el resultado de las interacciones apuntadas arriba y su expresión es una síntesis, estadística las más de las veces, del tiempo meteorológico. Éste, a su vez, es un conjunto de datos de la temperatura, la humedad, la nubosidad, la precipitación pluvial, el viento, el soleamiento y la actividad eléctrica de la atmósfera, principalmente.

Es fácil, con instrumentos de medición o incluso sin ellos, distinguir cuando cambian las condiciones atmosféricas. Desde hace medio siglo los satélites meteorológicos y los sensores de precisión nos acompañan en la tarea; hoy desde internet casi todo el mundo puede asomarse a sus valores. Pero para el hombre de la calle el concepto de clima —y por ende el de cambio climático— sigue siendo difícil de asir.

También hace cinco décadas la computadora permitió pasar del sistema climático al modelo computacional. Las componentes y sus interacciones físicas —ecuaciones, varias de ellas conocidas desde un siglo atrás— se fueron introduciendo en la computadora. Otras interacciones siguen en la sombra del conocimiento, pero paulatinamente se van incorporando a los modelos.

De manera por demás curiosa, en los años ochenta del siglo pasado convergen tres hechos fundamentales: la certeza de que los gases de efecto invernadero —como el bióxido de carbono— están aumentando en el planeta de manera importante desde la Revolución Industrial y que pueden causar un calentamiento global, la posibilidad de simular el sistema climático computacionalmente y la disminución de las tensiones internacionales por la caída del muro de Berlín y el alejamiento del fantasma del invierno nuclear, fenómeno que se esperaba ocurriera como producto de la gran cantidad de partículas y cenizas que quedarían flotando en la atmósfera tras un guerra atómica.

Así pudo entrar a los medios de comunicación el llamado calentamiento global. La vieja historia que se inició en los tiempos de Kant y que apenas empezó a adquirir relevancia científica en los tiempos de Kuhn y cuya página más reciente es la Cumbre de Cancún.

En 1861 un científico irlandés de 41 años, John Tyndall, publicó en el Philosophical Magazine and Journal of Science su descubrimiento de eso que ahora llamamos el efecto invernadero: que los rayos solares puedan traspasar la atmósfera, pero la radiación que emite la superficie del planeta se queda atrapada por algunos gases atmosféricos calentando el ambiente.

El inglés Guy Stewart Callendar postuló en 1938 que la producción artificial de carbono podría estar calentando la atmósfera, y tres años más tarde el alemán Hermann Flohn se ocupaba del papel de la humanidad en la modificación del clima terrestre, lo que reforzó el físico canadiense Gilbert Norman Plass en un artículo de 1956 publicado en la prestigiada revista científica noruega Tellus. Como ya se dijo, en 1958 se iniciaron en Mauna Loa las mediciones precisas del bióxido carbónico en la atmósfera, y en 1988 la ONU constituyó el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, el famoso IPCC, al que actualmente pertenecen como dos mil quinientos científicos no sólo expertos en clima, sino en prácticamente todas las disciplinas.

La prueba científica de que el clima terrestre está cambiando por los gases de efecto invernadero tiene tres piezas. Por una parte, la evidencia de que el planeta se ha calentado como siete décimas de grado centígrado en los cien años recientes; que los gases de efecto invernadero están aumentando —de manera mejor documentada el bióxido de carbono que se mide sistemáticamente desde hace cincuenta años, pero cuya historia milenaria se puede reconstruir con procedimientos paleoclimáticos— y que ese calentamiento reciente no lo pueden reproducir los modelos sin que se les incorporen los gases de efecto invernadero antrópicos. Las catástrofes cada vez más intensas por hidrometeoros extremos no necesariamente son ya una consecuencia del cambio climático, pero así las interpreta el común de la gente, y a los políticos les sirven para justificar desidias, torpezas o corrupción que han permitido asentamientos humanos en zonas con alto nivel de peligro de inundaciones, deslaves o sequías.

En 2007 el panel emitió su cuarto reporte. Incorpora tal nivel de certeza y contundencia a sus análisis que le valió el Premio Nobel de la Paz. Se ocupa de las bases físicas del fenómeno, plantea sus posibles consecuencias sociales y económicas, y proyecta distintos escenarios futuros de desarrollo demográfico y económico que, consecuentemente, traerán muy distintas tasas de consumo de energía y, por tanto, de emisiones de gases de efecto invernadero.

¿Se puede hablar a estas alturas de una ciencia del cambio climático? Quizá sea más apropiado hablar de las ciencias. Entre los climatólogos puros todavía hay quienes defienden a ultranza la visión de las clasificaciones sin adoptar la visión dinámica del sistema climático convertido en modelo. Kuhn diría que esta ciencia está en una etapa preparadigmática.

Las bases físicas de la modelación son apenas un eslabón, pero no se integran del todo con los conteos de los consumos de energía y las fuentes y sumideros de gases de efecto invernadero; los impactos sociales el cambio climático no se pueden desprender directamente de los modelos físicos, y la comprensión entre unas jergas y otras es todavía dificultosa. Además, los juicios morales que deben sustentar los acuerdos de una cumbre mundial no se basan en la razón. Por una parte porque predominan los intereses económicos, pero por otra porque la tal razón todavía no tiene clara su matriz disciplinar. Abrevando en Kant-Kuhn uno se explica lo que pasó en Cancún.

Fuente: Milenio Diario, Suplemento Campus, p.162, 163.
Ensayo: Alberto Tejeda Martínez.
Publicada: 27 de enero de 2011.

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