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Notas a propósito de la “Caritas in Veritate” (y 4)

rouaultEn las anteriores notas he puesto de relieve algunas contribuciones que, desde la CV, se hacen al análisis de la realidad empresarial y que podrían tomarse en consideración desde una aproximación a la RSE que no viva encerrada sobre sí misma. Pero, para concluir, es necesario reconocer también que, a veces, la principal dificultad para que se dé una recepción de la DS proviene de ella misma.

Y no me refiero solamente al hecho de que a veces la práctica eclesiástica parece incapaz de mirarse al espejo de su propia doctrina. De esto ya hemos hablado y, con ser un serio problema de coherencia y consistencia, no lo explica todo. Las resistencias o la indiferencia ante el discurso de la DS no siempre (ni solamente) son debidos a la cerrazón o a la poca sustancia de sus potenciales oyentes, sino que se encuentran en limitaciones estructurales de la propia DS. Veamos algunas de ellas, particularmente presentes en la CV.

4. ¿Desde dónde se habla y para quién?

Esta pregunta es, finalmente, una pregunta insoslayable para la CV, en la medida que pretenda no tan sólo explotar y diseminar sus planteamientos, sino también hacer posible su recepción. ¿Qué pretende (o qué busca) con su discurso? En este sentido, creo que se le pueden plantear a la CV tres tipos de cuestiones.

4.1 En primer lugar, en la CV se acentúa una tensión que, desde mi punto de vista, ha acompañado siempre a la DS. Por una parte, un discurso ético en el que predomina lo que podríamos denominar el universalismo por abstracción: la creencia de que cuanto más abstracto y más generalista es un discurso moral, más universal es… sin considerar que, a lo mejor, esto es lo que lo convierte en más insulso y más irrelevante. Por otra parte, el hecho de querer preservar incontaminado este universalismo por abstracción a menudo permite que, a la hora de la verdad, se lo pueda vincular a prácticas concretas de lo más diverso y a veces incompatibles entre sí.

La creencia en el universalismo por abstracción les permite a muchos discursos eclesiásticos a la vez aislar al discurso sobre los principios éticos del debate concreto, les permite presentarse como una especie de instancia crítica poco criticable, y les permite liberarse de la confrontación de alternativas… pero, claro, al precio de crear las condiciones para no ser referencia para nadie que no esté convencido a priori de ello. De ahí la reiteración en la DS de que la Iglesia no ofrece soluciones técnicas (al menos a cierto nivel), o de que las delega fuera del marco de la DS para que se desarrollen desde otras instancias que no la comprometan institucionalmente. Hasta aquí, pues, podríamos decir que no avanzamos en lo que es un punto bastante convencional y reiterado del debate sobre la DS (lo que no significa que esté resuelto y superado).

Pero, por otra parte, resulta que del bien común, a la hora de la verdad, solo se puede hablar contextualizadamente, y resulta también que las prácticas empresariales se dan siempre en contextos determinados: la responsabilidad siempre es también una heurística y una hermenéutica, no una norma de aplicación deductiva. Su verdad se juega en los contextos y no en el diccionario o en los tratados de filosofía y de teología. Y aparentemente, en lo que respecta a esta cuestión, en la CV se abre paso claramente una enfoque que se sitúa más allá de esta polaridad dualista que va de los principios a su aplicación, y la reformula en el ámbito de lo que podríamos denominar preferencias.

Se diría, leyendo la CV, que quizás la DS no tiene soluciones técnicas, pero que claramente tiene preferencias (y rechazos). Rechaza muchas prácticas empresariales dominantes en los últimos años (en una crítica sin contemplaciones a los procesos que han desembocado en la última crisis financiera, crítica que ha sido convenientemente escamoteada a la opinión pública) y a lo largo del texto aparecen múltiples preferencias en lo que se refiere a modelos empresariales, prácticas sectoriales e instrumentos de gobierno. La CV arranca con un enfoque enunciativo en el que predomina el universalismo por abstracción y una visión jerárquico-deductiva de la verdad, pero en su desarrollo va incorporando acentos, observaciones y preferencias en una dinámica más cercana a lo que la misma CV denomina la «ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo» (CV, 21). Creo que es en este segundo nivel (que se sitúa en lo que yo denominaría el binomio discernimiento-preferencias frente al binomio de la aplicación jerárquico-deductiva desde la verdad poseída y administrada) donde la CV plantea cuestiones muy relevantes para el debate sobre el «modo de entender la empresa», como ya he ido subrayando a lo largo de mi comentario. Y está por ver dónde se irán situando en el futuro la DS y sus epígonos. Esperemos que, al menos, no se sitúen en uno u otro de estos registros en función de su conveniencia.

Llegados a este punto, sólo cabe añadir que todo lo anterior plantea también un reto muy importante (y no siempre bien resuelto) en términos de coherencia para todas las facultades de economía y escuelas de negocios que se remiten a la DS, coherencia que no queda satisfecha simplemente con la presencia de cursos formales dedicados a hablar de ella. Precisamente porque la CV invita a cambios profundos en el modo de entender la empresa, y a llevar a cabo un discernimiento que desemboque en preferencias, las facultades de economía y escuelas de negocios que se remitan a la DS ya no pueden en ningún caso -si quieren ser coherentes con lo que dicen de si mismas- limitarse a reproducir la misma aproximación al management y a la empresa que se puede encontrar en cualquier otra facultad o escuela de negocios, y añadirle el complemento de una presentación de los principios de la DS.

La CV le plantea al mundo empresarial que no todo lo aceptable es igualmente preferible desde el punto de vista de la DS (incluso en lo que se refiere a prácticas empresariales y modelos de empresa), y esto parece que debería reflejarse en dichas instituciones educativas aunque no coincida con el discurso dominante en la cultura empresarial o deba confrontarse con él. Porque la DS creo que sólo podrá ganar presencia en el espacio público (algo que también reclama la CV) si se vincula al ejercicio de concretar preferencias y rechazos llevados a cabo desde lo que la CV denomina «discernir y proyectar». Y, en cambio, el interés de lo que pueda decir mediante el mero universalismo por abstracción es perfectamente descriptible.

4.2. En segundo lugar, la CV consolida un planteamiento que representa un cambio muy significativo en la DS, sobre el que me parece que se ha pasado muy de puntillas en muchos de los comentarios que ha suscitado, porque nadie se puede sentir demasiado cómodo en él. La CV propone la articulación y la integración de la doctrina social y lo que ella misma denomina la ética de la vida. Por decirlo con una imagen plenamente vaticana: la CV empaqueta en una unidad la Populorum Progressio y la Humane Vitae.

Este es un cambio muy importante, sustancial, que, entre otras cosas, liquida alegres y diversas banalidades de autoservicio ético consistentes en decir que el discurso de la Iglesia católica es progresista en lo social y conservadora en lo sexual, para que después cada uno se quede a su gusto con lo que le conviene o le encaja. Por seguir con la imagen: a veces parece que para algunos lo que existe es un supermercado de encíclicas donde escoger (sea para someterse, sea para denostarlo) la que encaja mejor con los propios gustos morales. La integración entre doctrina social y ética de la vida que se subraya en la CV dificulta que esta operación se pueda seguir haciendo a plena conciencia y/o justificadamente.

Pero toda solución genera sus propios problemas y, en este caso, introduce una nueva tensión que puede tener repercusiones –entre otras- en la cuestión de fondo que estamos tratando, tensión que hasta ahora no ha sido tan patente. Tengo para mí que en la ética social la doctrina de la Iglesia ha sido más tolerante, receptiva e incluso indulgente con la consideración de los contextos, y la ética de la vida lo ha sido mucho menos. En el límite, lo ha sido muy a menudo en el primer caso y no lo ha sido casi nunca en el segundo. Esto explicaría que desde la DS se haya mantenido siempre una cierta distancia ante las denominadas soluciones técnicas en su ámbito, lo que no ocurre con la ética de la vida, antes bien al contrario. El hecho que se quiera presentarlas cada vez más de manera integrada las obligará probablemente a a reformular su aproximación a los contextos, en aras de la integración coherente que se propone… a no ser que se pretenda algo tan difícil de sostener como sería que ambas son igualmente irrenunciables, pero que responden a lógicas, planteamientos y argumentaciones diferentes.

Por simplificar: no es lo mismo considerar que el contexto (y las opciones que se dan en él) es un espacio que se subordina mediante la obediencia a la aplicación de los principios morales; que considerarlos a ambos (contexto y opciones) como un espacio para el discernimiento, la indagación o la deliberación; que considerar que el contexto (y las soluciones que se dan en él) tienen una autonomía que no permite que se identifique directamente a ninguno de ellos con los principios morales. La respuesta que predomine a esta cuestión nos sitúa en la necesidad de clarificar hasta qué punto es una necesidad insoslayable la no disociación entre el discurso moral y los contextos de interpretación, y creo que marcará, entre muchas otras cosas, no tan solo el desarrollo de los nuevos modos de entender la empresa, sino el contenido de estos modos y las preferencias entre ellos. Incluso para alguien que se considere un mero espectador ajeno personalmente a las cuestiones eclesiales, ver como la Iglesia resuelve en el futuro inmediato la coherencia formal y material de sus aproximaciones a lo social y a la ética de la vida (en la medida que ella misma dice que no deben ir por separado) es algo que puede despertar algo más que curiosidad.

4.3 Finalmente, la CV arrastra intrínsecamente una cuestión que afecta no tanto a sus condiciones de posibilidad y a sus condiciones de credibilidad, sino a lo que podríamos denominar sus condiciones de aceptabilidad. Y esto se refiere directamente a cómo se sitúa en el espacio público (algo cuya legitimidad y necesidad la CV reclama con insistencia, y creo que con razón). Por decirlo con una imagen de la que últimamente gusta Benedicto XVI, hay que aclarar si la DS se sitúa en el interior del templo o en el patio de los gentiles. Es decir, si es un discurso interno a la comunidad de creyentes o es una contribución al debate público. Las dos cosas a la vez y en plenitud dudo que sean posibles, pero dudo todavía más que sean aceptables y asumibles.

Porque esto establecerá hasta que punto resulta sustantivo e indispensable, para poder asumir y aceptar lo que dice la DS, identificarse con afirmaciones como «Sin Dios el hombre no sabe a dónde ir ni tampoco logra entender quién es» o «el humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano» (CV, 78) o «Dios es el verdadero garante del desarrollo del hombre» (CV, 29). Afirmaciones de este tipo delimitan el alcance y la pretensión de su discurso. Entre otras razones porque también es importante deliberar sobre este tipo de afirmaciones y dejar claro a qué responden y lo que se pretende con ellas. ¿Son un juicio (y una condena) para los que parten de aproximaciones diferentes?; ¿arrastran una pretensión de superioridad moral?; ¿son el testimonio de una convicción que a lo mejor no quiere ser excluyente pero tampoco vergonzante?; ¿son un lenguaje propio del templo pero no del patio de los gentiles, y que convendría no confundir?; ¿son una manera como mínimo poco adecuada si lo que se pretende es dirigirse «a todos los hombres de buena voluntad» y comunicarse y dialogar con ellos?; ¿o son la expresión de lo que se pretende de verdad y en última instancia, y a dónde se quiere llegar con la DS? En el proceso de «discernir y proyectar» para «gobernar la globalización» y conseguir «cambios profundos en el modo de entender la empresa», también es necesario aclarar este tipo de cuestiones porque en último término afectan directamente y de manera decisiva a la escucha, la consideración y la aceptación de planteamientos como los que se proponen en la CV.

Visite la fuente en el blog de Josep M. Lozano



Josep M. Lozano

Profesor del Departamento de Ciencias Sociales e investigador senior en RSE en el Instituto de Innovación Social de ESADE (URL). Sus áreas de interés son: la RSE y la ética empresarial; valores y liderazgos en las organizaciones; y espiritualidad, calidad humana y gestión. Ha publicado sus investigaciones académicas en diversos journals. Su último libro es La empresa ciudadana como empresa responsable y sostenible (Trotta) Otros de sus libros son: Ética y empresa (Trotta); Los gobiernos y la responsabilidad social de la empresa (Granica); Tras la RSE. La responsabilidad social de la empresa en España vista por sus actores (Granica) y Persona, empresa y sociedad (Infonomía).

Ha ganado diversos premios por sus publicaciones. Fue reconocido como Highly commended runner-up en el Faculty Pionner Award concedido por la European Academy of Business in Society i el Aspen Institute. Ha sido miembro de la Comissió per al debat sobre els valors de la Generalitat; del Foro de Expertos en RSE del MTAS; del Consejo Asesor de la Conferencia Interamericana sobre RSE del BID; y de la Taskforce for the Principles for Responsible Business Education del UN Global Compact. En su página web mantiene activo un blog que lleva por título Persona, Empresa y Sociedad

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