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Cae históricamente el financiamiento a programas de la ONU

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El sistema humanitario global atraviesa una de sus crisis más severas. La ONU anunció este mes una reducción drástica en sus programas de ayuda debido a los recortes presupuestarios más profundos de su historia. Esta decisión amenaza la vida de millones de personas que dependen de estos apoyos para sobrevivir a conflictos, desastres naturales, hambre y enfermedades.

El financiamiento a programas de la ONU ha caído a niveles alarmantes. Mientras el organismo solicitaba originalmente 44 mil millones de dólares para 2025, ahora lanza un llamado “hiperpriorizado” por apenas 29 mil millones. Este recorte no solo refleja una crisis económica internacional, sino una pérdida preocupante de voluntad política y solidaridad global.

Financiamiento a programas de la ONU: ¿Por qué se están cerrando las puertas?

Desde el regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, el país —históricamente el mayor donante del mundo— ha reducido drásticamente sus aportaciones a la cooperación internacional. Esta decisión ha tenido consecuencias devastadoras para campañas de vacunación, tratamientos contra el VIH/SIDA y ayuda de emergencia.

El financiamiento a programas de la ONU se ha visto afectado por una combinación de nacionalismo político, prioridades militares y un entorno económico incierto. Otros países donantes también han recortado sus contribuciones, agravando la crisis humanitaria mundial.

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Según Tom Fletcher, jefe de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), se trata de “decisiones brutales que nos dejan con opciones brutales”. Su llamado no es solo por dinero, sino por un compromiso ético y colectivo de humanidad.

Las cifras de una tragedia silenciosa

Hasta la mitad de 2025, la ONU solo ha recibido el 13% del financiamiento que solicitó originalmente para este año: apenas 5.6 mil millones de dólares de los 44 mil millones requeridos. Esta alarmante brecha financiera condena al abandono a millones de personas en más de 70 países.

Incluso antes de los recortes, el plan de la ONU ya reconocía que 115 millones de personas quedarían sin asistencia. Ahora, se enfrentan a una triage humanitaria sin precedentes: decidir quién vive y quién muere con base en los pocos recursos disponibles.

La nueva estrategia buscará concentrar la ayuda en personas en condiciones extremas o catastróficas, una medida que aunque racional, evidencia el retroceso global en materia de derechos humanos y justicia social.

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Zonas críticas en alerta máxima

Un reciente informe conjunto de la FAO y el Programa Mundial de Alimentos identifica 13 puntos críticos de hambre. En cinco de ellos —Sudán, Sudán del Sur, Haití, Mali y los territorios palestinos— comunidades enteras ya enfrentan hambre extrema o riesgo inminente de hambruna.

El recorte en el financiamiento a programas de la ONU está profundizando estas crisis. Las agencias reportan no solo la falta de alimentos, sino obstáculos crecientes para acceder a las poblaciones más vulnerables por razones políticas, de seguridad o logísticas.

La advertencia es clara: sin recursos ni acceso, será imposible salvar vidas. Cindy McCain, líder del WFP, calificó el informe como una “alerta roja” y urgió a los gobiernos a actuar antes de que sea demasiado tarde.

¿Qué implica este retroceso para la sostenibilidad global?

En un mundo que se compromete cada año a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), los recortes al financiamiento a programas de la ONU representan una contradicción frontal. Se debilita la capacidad de respuesta ante el hambre, las enfermedades y los desplazamientos forzados, pilares fundamentales de la agenda 2030.

Este desfinanciamiento también afecta la reputación de países que históricamente han liderado la cooperación internacional. Retirarse en momentos de crisis debilita el multilateralismo y refuerza narrativas de indiferencia frente al sufrimiento ajeno.

Para el sector privado comprometido con la responsabilidad social, esto representa un llamado urgente a fortalecer alianzas y llenar, en la medida de lo posible, el vacío que están dejando los Estados.

El contraste con el gasto militar: ¿Dónde están las prioridades globales?

Uno de los llamados más contundentes de la ONU ha sido el contraste entre el gasto militar y la inversión humanitaria. Tom Fletcher lo resumió con crudeza: “Todo lo que pedimos es el uno por ciento de lo que el mundo decidió gastar el año pasado en guerra”. La declaración interpela no solo a los gobiernos, sino a toda la comunidad internacional.

En 2023, el gasto militar mundial superó los 2.2 billones de dólares, según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI). Frente a esa cifra, los 29 mil millones que solicita la ONU representan una fracción mínima, pero pueden significar la diferencia entre la vida y la muerte para millones de personas.

Este desequilibrio revela una falla ética sistémica. Mientras los conflictos armados reciben inversiones millonarias, la asistencia a quienes más la necesitan se relega a “lo que queda” del presupuesto. Revertir esa lógica es uno de los mayores desafíos para la responsabilidad social global.

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¿Qué podemos hacer desde la responsabilidad social empresarial y ciudadana?

El sector empresarial y las organizaciones civiles deben considerar esta crisis como un punto de inflexión. No se trata solo de filantropía, sino de asumir un rol activo en la construcción de resiliencia y en la defensa de los derechos humanos.

La caída en el financiamiento a programas de la ONU también abre espacios para nuevas formas de cooperación. Iniciativas de impacto colectivo, fondos filantrópicos regionales y colaboraciones entre empresas y ONG pueden ser una vía para sostener la ayuda a poblaciones vulnerables.

En este escenario, la transparencia, la medición de impacto y la incidencia política se vuelven esenciales para que la ayuda no solo llegue, sino transforme. La responsabilidad compartida es más urgente que nunca.

La reducción del financiamiento a programas de la ONU no es un dato más en los informes internacionales. Es una señal alarmante del debilitamiento del compromiso global con los más vulnerables. Frente a este panorama, quienes trabajamos en responsabilidad social no podemos ser espectadores.

Es momento de redoblar esfuerzos, alzar la voz y construir redes de apoyo más allá de fronteras. Porque mientras el mundo gasta millones en guerras, millones de personas esperan que alguien decida salvarles la vida.

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