El desfile militar organizado por Donald Trump para conmemorar el 250.º aniversario del ejército estadounidense y su cumpleaños número 79 no solo generó polémica por su carga simbólica y política, sino también por su severo impacto ambiental. Aunque se justificó como un homenaje a las fuerzas armadas, el evento expuso una vez más las contradicciones entre el discurso oficial y las acciones que profundizan la crisis climática global.
La concentración de más de 150 vehículos militares, incluidos tanques de 60 toneladas, sumado al despliegue aéreo de más de 50 aeronaves, generó más de 2 millones de kilogramos de emisiones contaminantes. Este volumen de CO₂ es comparable al consumo energético de 300 hogares durante un año completo de calefacción, lo que ha encendido alarmas entre especialistas en sostenibilidad y justicia climática.
Una demostración militar con un alto precio ecológico
El impacto ambiental del desfile de Trump no se limitó al evento en sí. Para calcular el daño total, el Institute for Policy Studies consideró también el transporte de vehículos desde sus bases, la producción del combustible necesario y el despliegue logístico. Esto reveló una cifra preocupante: las emisiones equivalentes a las generadas por 67 millones de bolsas de plástico.
Además, muchos de los vehículos usados –como los bombarderos y tanques antiguos– consumen cientos de galones de combustible por hora. Su uso en este contexto, lejos de tener una finalidad operativa o defensiva, fue meramente simbólico, lo que subraya la falta de sensibilidad hacia los compromisos climáticos y la responsabilidad institucional.
Protestas, recortes y prioridades cuestionables
El evento no solo suscitó críticas medioambientales, sino también sociales y presupuestales. Mientras se destinaban 45 millones de dólares a una celebración de poderío bélico, Trump mantenía en su agenda recortes a programas de atención médica, oficinas de protección ambiental y fondos para investigaciones médicas como la vacuna contra el VIH en Sudáfrica.
El contraste entre el gasto en armamento y la disminución de recursos para políticas públicas revela una gestión que prioriza la demostración de fuerza sobre el bienestar colectivo. El impacto ambiental del desfile de Trump se convierte entonces en un reflejo de prioridades políticas alejadas del bien común y de los compromisos internacionales en materia de cambio climático.
Una huella de carbono institucionalizada
La discusión sobre el impacto ambiental del desfile de Trump también puso de nuevo sobre la mesa el rol de las fuerzas armadas en la crisis climática. Según investigaciones recientes, los ejércitos del mundo generan al menos el 5.5% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Dentro de ese escenario, el Departamento de Defensa de EE. UU. se posiciona como el mayor emisor institucional del planeta.

Es importante considerar que este tipo de eventos no solo representan emisiones puntuales, sino también una normalización del uso excesivo de recursos fósiles por parte de organismos gubernamentales. La invisibilización de estas emisiones en los acuerdos internacionales es otro punto crítico que organizaciones sociales y ambientales están empezando a denunciar con mayor fuerza.
Narrativas que glorifican la guerra y ocultan el daño
El desfile fue presentado como un acto de homenaje y patriotismo, pero para muchas voces críticas, fue una glorificación de la maquinaria de guerra que ha contribuido históricamente a la devastación ambiental. La analista Hanna Homestead recordó que los vehículos desplegados también han sido utilizados en conflictos como la guerra de Vietnam o el actual asedio en Gaza.
Desde esta perspectiva, el impacto ambiental del desfile de Trump no solo puede medirse en toneladas de CO₂, sino también en términos simbólicos: perpetúa una visión del poder que prioriza la destrucción por encima del cuidado de la vida, el ambiente y los recursos naturales.
¿Qué podemos aprender de este episodio?
El impacto ambiental del desfile de Trump es una señal de alerta sobre cómo eventos aparentemente inofensivos pueden tener consecuencias graves en la lucha contra el cambio climático. También refleja cómo los discursos de homenaje pueden servir como cortinas de humo para políticas regresivas en términos sociales y ambientales.
Desde la responsabilidad social, este caso plantea la necesidad de repensar el uso de recursos públicos, incorporar criterios de sostenibilidad en todos los niveles de gobierno y denunciar las prácticas que contradicen los principios del desarrollo sostenible. En un contexto donde cada tonelada de CO₂ cuenta, actos como este deberían indignarnos, pero también movilizarnos hacia una cultura que priorice la vida sobre el espectáculo.