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Responsabilidad social y trabajo de todos

Reconozco que me gusta el fútbol y, por tanto, soy seguidora del Barça. Y reconozco que la rueda de prensa de Guardiola tras el partido con el Getafe fue ejemplar.

Tanto, que me sorprende que pese a la potencia movilizadora de este deporte, seamos incapaces de aprender de las palabras de un entrenador y darnos cuenta del peligro de la cultura del villarato, que parece enquistada desde hace décadas en nosotros, con o sin nombre, y que nos tiene absolutamente inmovilizados como sociedad y no sólo como espectadores de la liga.

Con o sin reforma laboral, tenemos que generar un cambio social. Podemos pasarnos días y meses criticando la propuesta del Gobierno y calificándola de insuficiente.

Podemos seguir alimentando al monstruo de la alienación, pidiéndole a la ley algo que podemos resolver desde la negociación colectiva, desde el contrato de trabajo y desde nuestras decisiones cotidianas aparentemente más superfluas, simplemente con algo de imaginación y visión estratégica. Mientras nos regodeamos en la crítica, olvidaremos que el movimiento se demuestra andando.

La reforma laboral, tenga el contenido que tenga, no es una solución a corto plazo, porque los problemas que aquejan a nuestro mercado laboral son extremadamente complejos, más allá de difíciles conexiones con los mercados financiero-especulativos y con la política económica dictada por la UE y la impuesta inexorablemente por la globalización.

El problema del desempleo entre los jóvenes está íntimamente relacionado con las tasas de fracaso escolar y por una ceguera endémica que, a diferencia de lo que ocurre en el norte de Europa, impide ver que todos los esfuerzos políticos y económicos deben centrarse en la inversión en educación, que no sólo formación, y en el cuidado, que no consentimiento, de nuestros niños y jóvenes.

El problema de la negociación colectiva y de su rigidez tiene mucho que ver con la visión centralista de las grandes organizaciones sindicales y patronales, con su concepción tradicional anclada en la lucha de clases y de intereses y la paradoja que supone haber irrogado a la negociación colectiva el papel de eje vertebrador del sistema de relaciones laborales y el temor a que, precisamente a través de la negociación colectiva, se generen marcos diferenciados de condiciones de trabajo entre territorios y sectores.

El problema de la flexibilidad interna, como consecuencia de lo anterior, viene determinado, de un lado, por el hecho de haber venido regulada a través de un modelo normativo uniforme y, por otro, por haberse considerado desde la estricta lógica empresarial y no como instrumento dual al servicio de la economía, pero también de las personas.

El problema del contrato a tiempo parcial sigue siendo su vinculación con las mujeres y el desenfoque cósmico de las políticas de conciliación de la vida familiar y laboral, incapaces de entender que conciliar requiere un balance de tiempo, pero también de satisfacción.

Ello arrastra el problema de la contratación temporal, existente sólo en determinados sectores productivos, y alimentado por la falta de comunicación sobre alternativas extraordinariamente útiles, muy vinculadas con el contrato a tiempo parcial, el contrato fijo discontinuo y la distribución irregular de la jornada.

Y el problema del coste del despido tiene algo que ver con la falta de adecuación y concreción legal de algunas causas que justifican el despido y en la imperdonable falta de una cultura de ingeniería de procesos en la gestión de personas, que provoca que en muchos casos se acaben pagando indemnizaciones por despidos que, gestionados preventivamente, pudieran haberse declarado sin problema como procedentes y sin coste alguno. Nada de esto se resolverá con la reforma.

Considero que no debe mezclarse el fútbol con la política, por tanto, soy seguidora sólo de la plantilla del Barça y, por eso, creo que es la propuesta de CiU de firmar un pacto de Estado la que, en un discurso serio, debería hacernos recapacitar, a políticos, pero también a ciudadanos.

Aunque vuelvo interesadamente a Guardiola. Podemos quejarnos de los árbitros, pero el fútbol del siglo XXI sólo se consigue a partir del compromiso, de la responsabilidad social y del trabajo de todos, desde el utillero hasta el presidente.

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