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Entrevista a Alejandro Calvillo: El Poder del Consumidor

Con una larga trayectoria en el campo de la defensa de derechos, Alejandro Calvillo, líder de la asociación El Poder del Consumidor, señala las claves para una cultura de consumo responsable.

No se trata de una asociación cual quiera por la defensa del consumidor.

Claro que esta asociación defiende nuestros derechos, pero su eje gira sobre una premisa que, al mismo tiempo que delimita muy claramente su campo de acción, le da un horizonte mucho más amplio a sus actividades: la promoción de un consumo responsable y, en consecuencia, su defensa.

¿y qué es lo primero que se requiere para que uno elija según sus necesidades y preferencias? Información veraz. No sirve de nada que los mexicanos nos entrenemos cada vez más en la práctica de leer las etiquetas de los productos, si estas no nos dan la información clave que nos deberían proporcionar, si la maquillan o si abiertamente su publicidad miente al respecto. Es frecuente escuchar sobre las libertades que las empresas tienen en México: el use de ingredientes prohibidos en otros países, propaganda engañosa o promoción de hábitos dañinos son posibles por la flexibilidad de las normatividades oficiales. Pese a ello, es posible cambiar las cosas mediante la denuncia pública y la presión social, es decir, de los consumidores.

El Poder del Consumidor se creó en 2006, cuando sus seis fundadores detectaron la ausencia en México de un organismo de esta naturaleza. Alejandro Calvillo, su director, tiene una amplia trayectoria en defensa de derechos, sólo que antes lo hacía desde el campo del medio ambiente, como director en México de Greenpeace. A la causa ambiental sumo la responsabilidad social, y arrancó un poderoso proyecto que a cinco años de haber nacido, tiene ya numerosos logros. ¿El más importante? Fortalecer la cultura de la protesta cuando se violentan nuestros derechos básicos de información. Aquí lo que nos dijo en entrevista exclusiva para Equilibrio.

¿Cómo nace la idea de fundar una asociación de defensa de los consumidores?

Analizamos muy detenidamente en que área podíamos marcar un cambio —aun con pocos recursos— que fuera trascendente, pero también del orden de lo cotidiano para la mayor cantidad de gente. En otros países latinoamericanos este tipo de organizaciones son muy fuertes, tienen mucho peso, y en México no había ninguna con estas características.

2006 además es un año clave en el tema de la salud, porque es cuando se hace la encuesta sobre obesidad y nutrición. A partir de los resultados surge un acuerdo mundial para combatir el ambiente obesigénico, es decir: se reconoce que la obesidad no solo es una mala decisión personal, sino que hay un ambiente que la propicia.

Y entonces deciden dirigir hacia allá sus esfuerzos…

Así es. En ese momento se da a conocer que México tiene el mayor índice de obesidad infantil. Es el inicio de la prohibición de la comida chatarra en el mundo. Tomamos acción.

Nuestro trabajo no está dirigido a dar servicio individual a los consumidores, sino a impulsar cambios sustanciales en las políticas públicas que nos protejan a todos. Somos la organización civil que jugó el papel más importante en el tema de alimentación de las escuelas.

Hicimos protestas enfrente de la Secretaría de Educación Pública (SEP) denunciando los acuerdos existentes con las grandes compañías, e hicimos una propuesta de regulación. Somos la única asociación que ha trabajado en contra de la publicidad de comida chatarra, que es costosa, dañina para la salud y brutalmente contaminante.

Ahora, cuando hablamos de consumo, también consideramos a los usuarios de servicios.

¿A qué tipo de servicios te refieres?

Por ejemplo, al transporte. Desde 2008 empezamos a trabajar en la eficiencia del transporte, por su relación con el cambio climático. Es el sector que más está creciendo en la emisión de gases de efecto invernadero, y también es una de los más difíciles de controlar.

Estamos estudiando en particular cómo brindar opciones para movernos en la ciudad de México. Solo 20% de los citadinos tiene automóvil. Con esa proporción, los usuarios de transporte público deberían tener más apoyo, eficiencia y comodidad.

Apoyamos la iniciativa del Metrobús. Creemos que es un buen medio. La falla es que se han multiplicado sus usuarios y está saturado porque faltan vías alternas que corran en paralelo a las líneas que ya existen. El sistema debe crecer.

El problema actualmente es que la mayoría estamos subsidiando a unos cuantos, y las políticas públicas tiene que ir dirigidas a que los costos sean más justos y más equitativos. Sobre la gasolina esta la polémica de su subsidio, que pagamos todos con nuestros impuestos, y en realidad estamos ayudando a un sector que si la puede pagar. Hay que ir incorporando los costos a quien los consume, y que cada quien decida.

Por el momento ser un usuario responsable implica más dinero, mas sacrificio, y así será mientras no se incorporen los costos reales a los servicios. Porque los costos ahí están, y cuando el usuario no los asume, entonces se trasladan a otros, que no están gozando de los beneficios pero que si tienen que pagar por ellos. En ese sentido el mercado es injusto: quien sí contamina paga menos, llega más rápido y va más cómodo.

En Europa es más caro y problemático usar el automóvil. La tendencia es esa. Tienes la libertad de usarlo, claro, pero lo pagas.

Y entonces cada quién escoge…

Claro, es parte del consumo responsable. Pero también debemos tener una política pública que vele más por el interés público que por el privado. Los envases plásticos en el norte de Europa, por ejemplo, han ido saliendo del mercado. En México estamos aumentando su uso. Ese tipo de directrices deben venir de una toma de decisiones gubernamentales.

En términos de agua estamos exigiendo que regresemos a como era hace 40 años, con bebederos en los lugares públicos. Hay un estudio de 2008 que dice que con el dinero gastado nada mas en botellas de agua en nuestro Congreso de la Unión, se podría tener ahí una planta potabilizadora de agua e incluso meter bebederos en 300 escuelas.

¿Qué falta en la legislación?

Nos faltan regulaciones para tener acceso a productos amigables ambientalmente. Ahora está de moda y resulta que todos son ecológicos, y existe en el consumidor un interés autentico por comprar productos menos dañinos para el ambiente. El problema es que no tenemos un sistema oficial que nos asegure que lo que dicen los productos es cierto. Si no tienen el sello de Certimex o alguno internacional —que si son fiables—, no puedes saber.

Muchas envolturas de plástico presumen ser biodegradables cuando siguen siendo muy contaminantes. Como la autoridad no está regulando esas cosas, cada quien inventa sus términos.

Hay una iniciativa a nivel mundial para que los productos tengan un etiquetado resumido en la parte de enfrente, para que al consumidor le sea más fácil saber qué está comprando. Muchas empresas en México ya se adelantaron y están poniendo en una esquina los datos de grasa, calorías, etcétera. Pero sigue siendo un engaño, porque no tienen la obligación de probarlo. Estamos buscando que esa información este verificada y que no pueda ser reportada sino bajo una norma oficial. Está en discusión.

¿Y a nivel de políticas públicas?

En general buscamos que haya una política pública para comprar verde. Si el gobierno del Distrito Federal quisiera, podría obligar a las empresas a hacer productos verdes. El papel reciclado con calidad para impresora es un ejemplo. Fue una medida a nivel de gobierno. Y así es como se hace el mercado. Muchos productos verdes ya existen en otros países, pero no están aquí porque no hay demanda suficiente, y eso sólo lo puede lograr el gobierno.

En la administración de Vicente Fox había un departamento de compras verdes en la SEMARNAT, pero no tuvo continuidad.

Los empaques también están siendo muy cuestionados.

Es que aún sí compras productos orgánicos, hay que cuidar otros detalles, como los aditivos o empaques innecesarios.

Se trata de todo un proceso cultural. La cuestión clave que debemos modificar está en el consumismo: comprar, tirar, comprar. No es necesario comprar todos los productos empaquetados. Para proteger tu salud y al medio ambiente, ve directo a la sección de productos no procesados. Es la más sano.

El crecimiento mundial no aguanta el crecimiento desproporcionado del consumo. La huella ecológica —el gasto energético de cada individuo- dice que no deberíamos necesitar más de 2.2 hectáreas para vivir; el modelo estadounidense anda como en seis.

La respuesta está en volver a una dieta tradicional, a una vida más austera, sin depender de tantos estímulos. La comodidad de nuestra vida contemporánea no está peleada con ser responsable. Es lo que promueven las corrientes del slow food y slow life que están tan en boga. Se trata de que recuperemos nuestra calidad de vida a través de prácticas más simples. De educar a nuestros hijos para que su felicidad no dependa del consumo, sino de la comunidad, del encuentro y aprendizaje que lo pueden brindar los otros.

Más información www.poderdelconsumidor.com

Fuente: Equililbrio, p. 34-37.
Por: Tanya Pliego.
Publicada: Agosto 2011.

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