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El futuro es solar

Durante las últimas dos centurias, nos dedicamos a quemar petróleo a diestra y siniestra. La relativa abundancia del oro negro, así coma un precio artificialmente bajo, logró que se convirtiera en el motor de las economías desarrolladas.

En el siglo XIX se pasó de una visión que contemplaba al mundo y a Dios como el centro del universo a otra en la que lo es el hombre. Las enseñanzas del galo François Quesnay (1694-1774), quien diseñó una tabla económica en la que proponía tomar de la naturaleza solo lo que podemos regresar, fueron relegadas por completo. El fundo la escuela fisiocrática, palabra que proviene del griego y quiere decir gobierno de la naturaleza. Ya en pleno siglo XVIII intuía que crecer dañando el medio ambiente en realidad constituye un retroceso.

Hacia el cambio

Como en toda actividad humana, los ciclos del péndulo son constantes, y ahora pasamos de un desprecio a nuestro entorno a retomar las filosofías de Quesnay. Las energías renovables se consideran en la mezcla de opciones de energía, donde la eólica ha tenido un desarrollo muy importante. Sin embargo, la energía basada en el viento tiene un potencial limitado a largo plazo, dada su variabilidad y a que unidades cada día más potentes son difíciles de instalar y demandan claros muy amplios entre cada una, lo que significa que nos faltaría superficie.

De todas las energías renovables, la que mayor posibilidad de éxito tiene a futuro es la solar. Su uso apenas está despegando de nuevo, después de que Ronald Reagan mató su desarrollo en EU.

El funcionamiento de esta energía es tan sencillo, que hasta los más legos pueden aplicarla. Puede ser instalada en el orden de MW o ya bien en instalaciones domesticas que suman unos cuantos KW. Tiende a considerarse que no puede ser utilizada en forma masiva y que su costo no es competitivo, lo cual es un mito, si se hacen los cálculos sin considerar las externalidades ni el costo de la infraestructura; deben compararse peras con peras.

Uno de los papeles preponderantes de los gobiernos debe ser evitar monopolios. Para ello, la generación distribuida debe apoyarse. De otra forma, los mitos, que según Roland Barthes ponen un velo permanente de inmutabilidad sobre el status quo, se convertirán una realidad.

En un buen árbol de decisiones nunca debe dejar de considerarse el peor escenario, por más remoto que sea. El accidente de Chernobyl costó 350 mil millones de dólares, y en esta cifra no se considera el daño a las personas que vivían en la periferia. ¿Qué sucede si se incluye el 1% de probabilidad de catástrofe? Pues hay que aumentar 3 500 millones de dólares al proyecto, lo que lo torna inviable.

Modificar paradigmas

Tenemos que romper con los hábitos del pensamiento y no concluir que las únicas soluciones que podemos barajar son las de las cartas con las que siempre hemos jugado.

Adicionalmente a la obligación de combatir a los monopolios, resulta importante que ninguno de los participantes goce de ventajas sobre el otro. Un ejemplo flagrante lo constituyen los subsidios a la gasolina. Mientras existan, la eficiencia energética será desincentivada, y el despegue del auto eléctrico o la venta de modelos híbridos quedarán sin lograr su pleno potencial.

Actualmente hay una tendencia, con gran tinte político, de considerar seriamente los biocombustibles. No vale la pena detenerse en ellos, pero sirva de ejemplo que producirlos de maíz, consume 29% más energía de la que otorgan, y en el caso de la madera, es peor 45%. Los subsidios hacen lucir viable una alternativa a todas luces insostenible.

Un ejemplo adicional de una competencia no igualitaria lo constituye el que, en general, las plantas nucleares tienden a excederse en el presupuesto en varios órdenes de magnitud; es más, terminarlas en tiempo y forma constituye la excepción y no la regla.

La solución de problemas depende de la mente con la que se vea; por ejemplo, cuando en 1540 García López de Cárdenas llegó al Cañón del Colorado, lo describió como «una abominación inútil de la naturaleza». No existía el turismo como industria, y como él buscaba El Dorado, una barrera de semejante tamaño solo podía causarle una tremenda frustración. No podía imaginarse que además del potencial recreativo del desierto, si se colocaran celdas solares que midieran 190 kilómetros por lado, tendría, en 2011, la energía suficiente para proporcionar toda la electricidad que requiere EU.

El principal obstáculo lo constituye, por ahora, el almacenamiento. La tecnología de almacenamiento por medio de sal fundida luce prometedora, y las baterías, al igual que los supercapacitores, mejoran cada año.

Can tan sólo 0.0.25% de la energía que recibimos del sol, tenemos para cubrir nuestras necesidades no actuales, sino las proyectadas para el año 2050; por eso los escenarios catastrofistas no son tan preocupantes. El viento, por otra parte, tiene un límite que algunos estudios sitúan en 2.1 TW, insuficiente para cubrir las necesidades globales.

La irradiación hace una gran diferencia en el desempeño. Entre un sistema instalado en Sonora y otro en Toluca, la eficiencia puede ser hasta 5 veces menor. La solución consiste en utilizar otras técnicas, como la transmisión en corriente directa que en 3 000 kilómetros sólo tiene 12% de pérdidas. Ésta ya se usa para transportar grandes bloques de energía entre Itaipú y Sao Paulo, el norte de Canadá y Nueva York, o de la presa Tres Gargantas en China, para dar potencia en Shangai.

No podemos depender de una sola forma de energía. Por ejemplo, un avión eléctrico no está ni siquiera en las posibilidades en las décadas futuras; sin embargo, la electricidad representa ya más del 50% de la energía en el mundo. En 1940 era 10%; 25% hace 40 años, y al inicio del siglo XXI, 40%. Aun más importante es su participación en el PIB, que ya sobrepasa el 60%. En pocas palabras: nos hemos convertido en dependientes de la electricidad.

Con estos incentivos sólo será cuestión de tiempo que los emprendedores desarrollen mejores celdas fotovoltaicas, así como medios idóneos de almacenamiento: confiemos en la inteligencia de los ingenieros y en el espíritu capitalista, ya que el premio para quien lo logre es de trillones de dólares.

Fuente: Equilibrio, p. 8 y 9.
Por: Santiago Barcón.
Publicada: septiembre 2011.

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