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¿De dónde sacamos los billones de dólares para cumplir los ODS?

Desde la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Comercio y Desarrollo (UNCTAD) se ha estimado que para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en 2030 necesitamos invertir entre cinco y siete billones de dólares (de cinco a siete trillones en términos americanos), anualmente. La magnitud es impresionante y el reto de movilizarlos es monumental.

Es imposible que con los fondos de Ayuda al Desarrollo disponibles seamos capaces de financiar esa cantidad, aunque constituye un pilar fundamental para muchos países. Ningún agente aislado podrá cubrir este volumen de fondos; y el capital privado, que hasta ahora no ha entrado en este juego, va a ser definitivo. Según dicen las Naciones Unidas, “está cada vez más claro que la clave para alcanzar la Agenda 2030 recae en el sector privado”. Parecería que es una forma muy elegante de sacar balones fuera y apoyarse en un sector al que tradicionalmente han maldecido, muchas veces con razón, como causante de los problemas de nuestra época para redimir su culpa, pero es verdad que sin su apoyo y sobre todo sin las fuerzas, capacidades y mecanismos del mercado, acceder a esa ingente cantidad de capital se hace más que optimista.

El volumen de ayuda oficial al desarrollo por los países desarrollados según el Banco Mundial supuso en 2016 sobre 157 mil millones de dólares, lo que en 2014 significaba un 0,26% de la riqueza total de los llamados particulares de alto patrimonio (HNWIs), mientras que los Gobiernos europeos o americanos siguen apretándose el cinturón al tener constantes presiones internas de sus ciudadanos.

Con los incentivos adecuados y la posibilidad de alcanzar resultados económicos e impacto social, el sector privado es capaz de apalancarse en los mercados de capitales y tratar de alcanzar el volumen de capital necesario para complementar los fondos públicos y las acciones filantrópicas de las ONG. Este es el nuevo concepto de moda entre los que nos que nos dedicamos a combatir la pobreza, la inversión de impacto. El “doing well by doing good” (consigue el éxito haciendo el bien) es el nuevo mantra. Parece que la sociedad en general también va por este camino y demanda este cambio.

Según Julia Balandina, autora del libro Guide to Impact Investing, en 2030 el ser humano consumirá un 30% más de agua, un 40% más de energía, y un 50% más de comida que hoy, por lo que los fondos para atajar problemas como la desnutrición o el uso de recursos naturales no pueden esperar.

La inversión de impacto se define como aquella que intencionalmente busca un impacto social y medioambiental, medible, con un retorno financiero como mínimo igual al del capital principal invertido. Los parámetros clave que la diferencian de una inversión tradicional son: la intencionalidad expresa del inversor en solucionar un problema social; el compromiso de medir, evaluar y gestionar lo conseguido, y el retorno financiero que lo distingue de cualquier donación.

Según el Global Impact Investing Network (GIIN), el mínimo de fondos dedicados en el ámbito mundial a la inversión de impacto en 2017 fueron 228.000 millones de dólares (228 billones en términos americanos), más que triplicado en dos años, en 2015 se alcanzaron los 77.000 millones de dólares. Pero todavía constituye menos de un 5% de lo que se estima necesitamos.

La inversión de impacto no solo cataliza fondos del sector privado para abordar los ODS, también desarrolla nuevas maneras de abordar problemas sociales y medioambientales de forma innovadora, así como explicita la responsabilidad sobre el impacto de estas acciones.

Las principales inversiones de impacto a nivel mundial en este momento se centran en el sector inmobiliario (casas asequibles en barrios marginales) y sector financiero (principalmente microfinanzas) con un 27% cada una, seguidas de energía (sobre todo sistemas solares y mini grids) con un 10%, centros asequibles y accesibles de salud (5%), y finalmente agricultura (sistemas de irrigación, semillas mejoradas…) con un 5%.

Acumen Fund, el primer fondo que desarrollo la inversión de impacto, ha invertido ya más de 110 millones de dólares en 102 empresas en 13 países atajando problemas como la falta de energía, saneamiento, inclusión financiera o mejoras en la productividad agrícola la mayoría en países en desarrollo.

Hablamos de inversiones en empresas como Sanergy, que genera fertilizante a través de la venta de unidades de saneamiento en los barrios marginales de Nairobi y otros asentamientos informales. A su vez sus propietarios rentabilizan este servicio cobrando por uso y dando acceso a una defecación digna y limpia. Sanergy diariamente recoge el uso de cada unidad para generar el fertilizante que luego vende. La empresa ha conseguido fondos por valor de 3,5 millones de dólares en seis rondas diferentes para financiar sus operaciones.

Otra compañía es D.light, de la que hablé en mi árticulo “Cinco empresas que han cambiado la vida de millones de pobres”. Recientemente ha logrado un préstamo de 50 millones de dólares del Banco Europeo de Inversiones, responsAbility Investments y otros inversores del mismo perfil para financiar su expansión y desarrollo de nuevos productos. D.light ha vendido más de 19 millones lámparas solares y paneles solares asequibles (desde unos cinco euros) para los sustratos más vulnerables de la población en más de 62 países en los últimos 10 años. Ya habían conseguido levantar fondos para invertir en acciones de 40 y 22 millones de dólares respectivamente. En este momento, las entidades microfinancieras a nivel mundial cuentan con más de 132 millones de clientes que mejoran sus negocios gracias a un microcrédito, un volumen de préstamo en 2016 de 102.000 millones de dólares.

Aún así y su creciente popularidad, la inversión de impacto sigue siendo un nicho. El sector está en plena juventud, han pasado poco más de 15 años desde que Acumen Fund empezó con su teoría del capital paciente para empresas con un impacto social y el ecosistema empezó a formarse hace alrededor de 10 años. El reto más importante ante el que nos encontramos sigue siendo la medición de impacto, clave para su desarrollo. Todavía no hay unos estándares de medición comúnmente aceptados por el sector, aunque sí diversas metodologías. El mayor problema es encontrar una forma pragmática y efectiva en coste de recoger la gran cantidad de datos a analizar. Deberíamos poder alcanzar el mismo rigor en la medición de impacto que en la del retorno financiero. Pero eso va a llevar tiempo y no podemos esperar.

Por otro lado, normalmente el impacto se realiza a largo plazo, por lo que estas inversiones suelen llamarse de “capital paciente” y los inversores tienen que cambiar su horizonte temporal para recobrar sus inversiones. Con 250.000 billones de dólares en riqueza privada disponible para invertir, el potencial de impacto es increíble.

La Agenda de Addis Abeba (AAAA) menciona explícitamente la inversión de impacto en los párrafos 37 y 42 como una forma de alcanzar los ODS. Pero en España todavía estamos en pañales.

En mayo 2018 se creo Foro Impacto, grupo de Trabajo español promovido por la sociedad civil, con el objetivo de que el país se adhiera en 2019 al Global Steering Group (GSG) for Impact Investment, organismo internacional compuesto por 18 países que fomenta la inversión de impacto social presidido actualmente por Sir Ronald Cohen, al que España todavía no pertenece.

Desde entonces, numerosas organizaciones de la sociedad civil nos hemos reunido para definir la estrategia de desarrollo de la inversión de impacto en España. Como en pocas ocasiones, el sector está enteramente representado y remando en la misma dirección. La oferta de capital con los pioneros en nuestro país como Creas y GAWA, y los emprendedores sociales demandantes de capital ambos con años de travesía predicando en el desierto y todo el ecosistema de apoyo que se ha ido creando alrededor de las inversiones de impacto con entidades como ship2be o Untld (Unlimited) entre otras a la cabeza. Esperamos que la entrada de España en el GSG suponga un espaldarazo a este sector y que sea la punta de lanza en su desarrollo. Para ello tenemos que sumar fuerzas tanto públicas como privadas en un movimiento que nos beneficia a todos.

Fuente: El País

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