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Cumbre del G8: Otro canto de sirena

No cumplieron su propio compromiso de 2005 en Escocia, no cumplen sus compromisos con los Objetivos del Milenio, no han cumplido tampoco con su promesa del año pasado de donar 6.400 millones de dólares para reforzar a la FAO.

En la Cumbre del año pasado los líderes de los ocho países más ricos del mundo miraron a otro lado cuando los más pobres les hicieron demandas imperiosas para hacer frente a la repentina elevación en los precios de los alimentos que estaba produciendo la especulación financiera, una actividad que las instituciones gobernadas por los ricos habían consentido cuando no alentado mediante sus medidas liberalizadoras.

Ahora, en Italia, al menos han incluido en la agenda cuestiones como la seguridad alimentaria y el cambio climático que hasta hace bien poco ni siquiera merecían la naturaleza de problemas que hubieran de ser planteados abiertamente en las cumbres. Incluso se ha hablado con cifras en la mano y de cantidades más generosas.

Novedades que han merecido las alabanzas de muchos medios de comunicación, de dirigentes políticos y creadores de opinión de las tendencias más variadas. “Papi” Silvio manifestaba su propio sentir y cabe pensar que el de los demás líderes al decir que tenía «la gran satisfacción de anunciar que se ha acordado crear un fondo contra el hambre de 20.000 millones de dólares».

Las agencias enseguida anunciaban que “el G8 se moviliza contra el hambre”, que toma las riendas de la lucha contra el cambio climático y que Obama ha logrado imponer un impulso nuevo y más contundente para que este grupo de países privilegiados se convierta efectivamente en el motor que permita aplicar las soluciones que tanto se echan en falta en el mundo.

Mucho más, si se tiene en cuenta que el acuerdo sobre ese fondo se enmarca en un ambicioso conjunto de reuniones diversas y siete documentos, y que recogen los debates y decisiones de la Cumbre y que tratan sobre el liderazgo responsable para un futuro sostenible, del avance en el Tratado de No Proliferación, de la lucha contra el terrorismo, de la necesidad de elaborar una agenda global, de los problemas económicos y del cambio climático, de los compromisos para afrontar la situación del continente africano y de la seguridad alimentaria.

Es verdad, pues, que se incorporan elementos novedosos y algunos compromisos que desde luego serían extraordinariamente importantes si se resolvieran en medidas concretas. Pero ni siquiera así se puede considerar que el resultado de la Cumbre sea alentador. No me parece que podamos considerar que se haya dado una respuesta decente ante la situación en la que se encuentra, concretamente, la economía y el Planeta en su conjunto.

¿Cómo podemos sentirnos satisfechos como Berlusconi, o aceptar que se diga que el G8 se ha movilizado contra el hambre, porque se proponga crear un fondo de 20.000 millones de dólares? ¿Cómo no tener en cuenta que esa cantidad es unas 900 veces más pequeña que la que sólo Europa y Estados Unidos han dedicado a rescatar bancos irresponsables cuando no sencillamente corruptos? ¿Se puede considerar que poner esa cifra en tres años significa una verdadera “movilización” contra el hambre cuando cada día mueren entre 25.000 y 30.000 personas de hambre, cuando sólo en 2009 va a haber 100 millones más de personas hambrientas como consecuencia de la crisis económica? ¿Acaso es decente decir que eso es una medida contundente y comprometida, satisfactoria, contra el hambre cuando estamos hablando de una cantidad que es más o menos la misma que en un año malo como 2008 ganaron solo el Banco de Santander y el BBVA? Y lo que es peor, ¿cómo creer que esta vez los países ricos sí van a cumplir sus promesas y que van a movilizar de verdad esos recursos, algo que hasta ahora nunca, nunca, nunca han hecho?

No cumplieron su propio compromiso de 2005 en Escocia, no cumplen sus compromisos con los Objetivos del Milenio, no han cumplido tampoco con su promesa del año pasado de donar 6.400 millones de dólares para reforzar a la FAO. Nunca cumplen y ahora nos quieren hacer creer que están dispuestos a cambiar el mundo porque hablan de un compromiso mayor pero sin dedicar ni un minuto ni una sola línea de sus conclusiones a explicar por qué no han hecho lo que nos dijeron otras veces que iban a hacer. Como tampoco han cumplido sus compromisos relativos al medio ambiente que ahora pretende hacer creer que saldrán reforzados tras la Cumbre.

¿Cómo sentir satisfacción y no indignación cuando los líderes que han incumplido esos compromisos y ni siquiera se detienen a analizar su incumplimiento dicen ahora en sus conclusiones que “han decidido actuar resolutivamente para implementar decisiones para erradicar la pobreza y el hambre”? ¿Acaso hay algo más resolutivo que cumplir inmediatamente con las demandas de las Naciones Unidas, o con sus propios compromisos anteriores? ¿Por qué no se limitan a cumplir con sus propias propuestas y promesas? ¿Es satisfactorio que se acuerde que los líderes de los países más poderosos del mundo van a llegar al acuerdo de acordar que hay temas sobre los cuales son necesarios acuerdos para alcanzar respuestas eficientes? ¿Acaso no están claros esos problemas y no están sus soluciones desde hace años sobre la mesa, propuestas por cientos de organizaciones civiles, por las Naciones Unidas, por instituciones o científicos y otros líderes de todas las tendencias? ¿Cómo creernos que su “compromiso para promover la salud global” es sincero si para alcanzarla bastaría con que hicieran frente a las obligaciones que ellos mismos establecieron al respecto en los Objetivos del Milenio? Y, ¿cómo no pensar que eso es puro humo si al mismo tiempo no se habla de aumentar el gasto público y de establecer sistema sanitarios públicos que es lo único que puede garantizar un objetivo como ese?

Los documentos del G8 vuelven a estar cargados de palabrería. E incluso de mentiras, como cuando dicen que «los mercados abiertos son la llave del crecimiento económico y el desarrollo».

Una clamorosa mentira porque ni uno solo de los países que ahora afirman eso ha llegado a su situación actual de desarrollo privilegiado renunciando a la protección o abriendo sus mercados. Es más, ni siquiera ahora lo hacen, o lo hacen solo en los ámbitos en los que, protegiéndose, han logrado hacerse ya con el dominio de los mercados.

De esta manera, el G8 no busca ayudar a los países pobres sino que lo que hacen en realidad es «quitarle la escalera», en la expresión de Ha-Joon Chang, que ellos utilizaron para que ya no puedan subir hasta su exclusiva y privilegiada posición.

El G8 vuelve a mencionar los acuerdos de las reuniones de Washington y Londres del G30 sobre la crisis financiera pero sin promover ni un solo avance, sin concretar ni una sola medida que sirva de impulso o para galvanizar actuaciones efectivas.

Es más, habla de adoptar medidas que tengan en cuenta la situación de los más necesitados y de los países más pobre pero no se menciona ni una sola que comporte la seguridad de que eso es lo que va a ocurrir.

Todo lo contrario, porque textualmente se afirma que ese beneficio de los más pobres va a ser el resultado del relanzamiento del crecimiento económico que va a provocar la apertura de los mercados. Una quimera (u otra mentira) tan grande que, como está siendo evidente, ni ellos mismos se la creen y ponen en marcha otros tipo de medidas intervencionistas.

Ulises se hizo amarrar al mástil de su barco para evitar el canto de las sirenas. Nuestra tabla de salvación no puede ser otra que un proyecto social distinto al de los poderosos que crean los problemas y luego cantan para hacernos creer que son ellos quienes tienen las soluciones.

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