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¿Cuál es el peor enemigo de la responsabilidad social?

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Si alguien te pregunta ahora qué es lo que una persona necesita para tener éxito en la vida, seguramente responderías que trabajar muy duro y ser muy disciplinado, ya que estos elementos son fundamentales en la fórmula que todos conocemos para llegar a las metas que nos hemos propuesto; el problema llega cuando la palabra sacrificio se une a ellas casi como sinónimo del esfuerzo. Frases como «se ha sacrificado mucho para llegar hasta ahí» o «lo he logrado con mucho sacrificio» forman parte de nuestra realidad cotidiana e incluso se han colado como parte de canciones y citas famosas.

No se puede conseguir el paraíso sin sacrificios. – Julia Navarro

Un gran logro generalmente nace del sacrificio… – Napoleón Hill

Y claro, ¿quién podría no estar de acuerdo con el hecho de que lograr aquello que deseamos únicamente es posible cuando nos esforzamos por alcanzarlo? porque tal como nos han dicho nuestros padres, todo lo que vale la pena cuesta trabajo y en nuestro camino al éxito nos encontramos con tantos obstáculos que nos ha quedado realmente claro que llegar a nuestras metas no será una misión fácil de cumplir. ¿Cuál es el problema con ello?

Exploramos el significado de la palabra sacrificio y nos encontramos con la definición que ofrece la Real Academia de la Lengua Española:

sacrificio

Podríamos dedicar un libro entero a hablar sobre las implicaciones que esta palabra ha tenido en la historia y cómo fue que llegamos a construir la cultura del sacrificio que ha regido muchas de nuestras decisiones hasta el momento, y muchos expertos podrían sumarse a la tarea; pero lo que hoy nos concierne es únicamente reflexionar sobre su influencia en los modelos de producción y consumo, y el deber que tiene la responsabilidad social con la ruptura de este paradigma.

Si haces un esfuerzo por recordar los libros de historia durante tu infancia quizá caigas en la cuenta de que la primera vez que aparece este término en tu memoria es con los rituales de sacrificios humanos (luego tal vez te preguntes si no resulta aterrador para un niño enterarse de ello, pero ese es tema para otra ocasión), Las antiguas civilizaciones creían que quitar una vida humana era necesario para agradar a los dioses y obtener beneficios a mediano y largo plazo; de lo contrario posibles maldiciones se harían presentes. Desde entonces la humanidad no se detuvo.

Siglos más tarde la matanza de animales para consumo y la explotación de los recursos naturales se salió completamente de control, como si al evolucionar hubiéramos comenzado a pensar que en realidad era la naturaleza la que debía sacrificarse en favor del progreso humano; y aún esto no fue suficiente. Durante cientos de años millones de personas han sido sometidas a trabajos forzados y aunque la esclavitud como la vemos en los libros de historia parece lejana en tiempo y espacio, estas prácticas todavía no han terminado y las empresas han tenido que implementar acciones que les permitan asegurar la ausencia de diferentes formas de esclavitud moderna a lo largo de su cadena de valor.

¿Y en tu vida cotidiana?

Es probable que ahora mismo estés pensando que lo que has leído hasta el momento es terrible, pero no se ajusta del todo a lo que vives diariamente; así que permíteme decirte que te equivocas. La cultura del sacrificio en la que vivimos inmersos está más presente de lo que te imaginas en tu vida cotidiana y prueba de ello no son sólo las frases con las que comenzamos este texto, sino también el día a día dentro de tu oficina.

Si todavía te resulta difícil de creer, basta recordar cuántas veces has perdido importantes momentos en familia por un viaje de trabajo, las ocasiones en las que has olvidado comer por realizar una tarea que demandaba toda tu atención y los días en los que cancelaste una cita importante o dejaste de ir al gimnasio por cumplir con un par de actividades fuera de tu horario laboral. ¿Te sentirías culpable si no lo hicieras de esa forma?

Claro que esto no quiere decir que comprometerte con tu trabajo sea una mala idea o una práctica poco responsable; lo que sí es cuestionable es el paradigma que nos obliga a pensar que, a no ser que trabajemos 16 horas por día sin detenernos y sacrifiquemos todo aquello que puede hacernos felices, no estamos trabajando suficientemente duro.

Este paradigma de sacrificio ha dado espacio a la falta de equilibrio entre el desarrollo profesional y la vida personal con la que tanto luchan las empresas hoy en día, pero también al sentimiento de culpa que se deriva de prácticas como las vacaciones ilimitadas o los horarios flexibles.

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