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Consumir menos carne no es cuestión de lógica, sino de emociones: estudio

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Reducir el consumo de carne es una de las acciones más urgentes para mitigar el cambio climático, dado el papel que juega la industria cárnica en las emisiones de gases de efecto invernadero, la deforestación y el uso intensivo del agua. Aunque las dietas basadas en plantas presentan múltiples beneficios ambientales, los esfuerzos por modificar los hábitos alimenticios han tenido resultados limitados a nivel global.

Un nuevo estudio del PsyLab de la Universidad Católica de Milán sugiere que consumir menos carne no es una decisión que dependa solamente de la lógica o los datos científicos, sino de factores emocionales y morales. Dichos hallazgos redefinen las estrategias necesarias para impulsar dietas más sostenibles y apuntan hacia nuevos marcos de comunicación centrados en el asco, el placer y las justificaciones morales.

Consumir menos carne se logra mediante emociones, no argumentos

El estudio reveló que los mensajes que apelan al disgusto físico o moral pueden ser más eficaces para motivar a las personas a consumir menos carne. Los investigadores probaron distintos tipos de mensajes: uno mostraba heridas e imágenes insalubres en granjas industriales, otro apelaba a la injusticia del sufrimiento animal, y un tercero era neutral.

Los resultados indicaron que el mensaje con imágenes físicas provocó una reducción en el disfrute al comer carne. Esta disminución del placer no cambió directamente la conducta alimentaria, pero sí afectó las emociones asociadas al consumo. Como resultado, los participantes se mostraron más propensos a elegir alimentos de origen vegetal.

El asco no convenció mediante razonamientos, sino debilitando el atractivo emocional de la carne. Esta vía indirecta puede ser más efectiva que los argumentos tradicionales centrados en salud o impacto ambiental, que a menudo no logran modificar comportamientos profundamente arraigados.

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El papel del asco físico y moral en la dieta

El estudio encontró que las imágenes de condiciones antihigiénicas en la producción animal reducían la respuesta hedonista al consumo de carne. Aunque no generaban una decisión inmediata de cambio, abrían una ventana para adoptar una dieta vegetal a través del debilitamiento del placer alimenticio.

Por otro lado, el mensaje de disgusto moral —centrado en el sufrimiento animal— no tuvo efectos universales. Sin embargo, entre quienes creían firmemente en la superioridad humana, sí redujo la desconexión moral que permite justificar el consumo de carne pese al conocimiento del daño que provoca.

Este hallazgo muestra que quienes mantienen una postura antropocéntrica pueden ser más sensibles a argumentos que cuestionen su derecho moral a dominar a los animales. Así, consumir menos carne puede surgir no por salud o ecología, sino por el derrumbe de una narrativa de poder.

Justificación, placer y hábitos arraigados

Una de las barreras más resistentes para consumir menos carne es el hedonismo carnívoro. El estudio muestra que muchas personas siguen consumiendo carne no porque ignoren sus consecuencias, sino porque encuentran un alto nivel de satisfacción emocional en ella.

Incluso quienes no creen en la supremacía humana y poseen conciencia ética, mantienen el hábito debido al placer, no por desconexión moral. Por eso, el mensaje de disgusto moral tuvo menos efecto en ellos: ya están convencidos, pero no necesariamente listos para cambiar.

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Esto revela una dualidad en las motivaciones alimentarias: por un lado, la racionalización moral; por otro, la fuerza del hábito emocional. Cambiar la dieta, por tanto, no depende solo de la lógica, sino de intervenir en el sistema de gratificaciones y narrativas que sostienen nuestras elecciones cotidianas.

Nuevas herramientas para el cambio: más allá de la razón

Los hallazgos del PsyLab apoyan un cambio en la forma de comunicar temas ambientales y de salud pública. Las emociones, valores y normas sociales están demostrando ser más eficaces que los datos en sí mismos. En este contexto, el asco aparece como una herramienta de transformación cultural, pues según Patrizia Catellani, directora del estudio:

“El asco es más que una reacción visceral: puede ser una herramienta poderosa para desafiar creencias y hábitos arraigados”.

Por eso, enmarcar el consumo de carne como emocional y moralmente inaceptable podría ser más efectivo que insistir únicamente en los impactos ambientales.

Los responsables políticos y activistas que buscan que la gente consuma menos carne pueden integrar estos hallazgos en campañas más creativas y emocionalmente resonantes. Aunque los mensajes basados en el asco pueden generar reacciones adversas, también alcanzan a públicos resistentes o indiferentes a los argumentos racionales.

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Cambiar la dieta desde el corazón

El estudio demuestra que para lograr que las personas consuman menos carne, no basta con explicar los daños ecológicos o sanitarios. Es necesario apelar a emociones profundas como el asco, la culpa o la compasión, que conectan con dimensiones personales y morales. En este nuevo paradigma, los argumentos racionales se complementan con recursos narrativos más eficaces.

De cara a los desafíos del siglo XXI, los comunicadores sociales y responsables de políticas deben considerar el papel central de la emoción en el comportamiento humano. Solo así podrán diseñar intervenciones que no solo informen, sino que realmente transformen los hábitos alimentarios y, con ello, el futuro del planeta.

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