A pocos meses de la COP30, los obispos católicos del Sur Global han emitido un pronunciamiento sin precedentes: un llamado histórico por el Acuerdo de París, en el que demandan medidas climáticas urgentes, justas y ambiciosas. Representando a más de 800 millones de personas en África, Asia, América Latina y el Caribe, las conferencias episcopales se unieron por primera vez para exigir que los compromisos nacionales sean coherentes con la magnitud de la crisis climática actual.
Este llamado colectivo se da en un momento crítico: a diez años de la publicación de Laudato Si’ y de la firma del Acuerdo de París, cuando los efectos del calentamiento global ya impactan de forma devastadora en regiones vulnerables. A través de una declaración de 34 páginas, los líderes religiosos plantean una hoja de ruta ética y política que interpela tanto a gobiernos como a instituciones financieras internacionales.
Un llamado histórico por el Acuerdo de París y la acción climática
El llamado histórico por el Acuerdo de París fue presentado en una rueda de prensa desde la Oficina de Prensa del Vaticano, a través de una declaración conjunta de las Conferencias y Consejos Episcopales Católicos de todo el Sur Global. En este documento, los obispos instaron a los Estados a reforzar sus Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC) con la urgencia y ambición que exige la emergencia climática.
Según el acuerdo adoptado en 2015, cada país debe diseñar sus propias NDC para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y adaptar sus economías al cambio climático. Sin embargo, los obispos consideran que el ritmo de implementación ha sido insuficiente: “Diez años después de la publicación de Laudato Si’ y la firma del Acuerdo de París, los países no han respondido con la urgencia necesaria”, escribieron en el comunicado.

El cardenal Filipe Neri Ferrão, presidente de la Federación de Conferencias Episcopales de Asia, enfatizó la dimensión humana de esta crisis:
“En Asia, millones de personas ya están viviendo los efectos devastadores del cambio climático: tifones, migración forzada, pérdida de islas y contaminación de los ríos”.
Por ello, el llamado no se limita a lo técnico, sino que tiene un fuerte enfoque ético y de justicia global.
Un eco de Laudato Si’: la continuidad del llamado del papa Francisco
Este llamado histórico por el Acuerdo de París también representa una continuación directa del mensaje de Laudato Si’, la encíclica del papa Francisco publicada en 2015, que revolucionó el enfoque de la Iglesia sobre el cuidado de la casa común. El documento episcopal cita explícitamente esta encíclica como fundamento moral y espiritual para exigir una acción climática más decidida.
Laudato Si’ subraya la conexión entre el colapso ecológico y la pobreza, y ha sido uno de los textos más influyentes en el ámbito del desarrollo sostenible. Su espíritu se reflejó en el preámbulo del Acuerdo de París, reconociendo el rol de las religiones en la construcción de conciencia climática global.
Ahora, en vísperas de la COP30, los obispos reafirman esta postura, comprometiéndose a seguir abogando por los más vulnerables, fortalecer alianzas intercontinentales en el Sur Global y trabajar hacia una coalición climática entre el Norte y el Sur. El mensaje es claro: la crisis climática es también una crisis moral.
Justicia climática: deuda ecológica y financiamiento justo
El documento episcopal exige a los países ricos saldar su deuda ecológica sin generar nuevas cargas para los países en desarrollo. Según los obispos, la historia de contaminación del Norte Global impone una responsabilidad proporcional en la transición energética y en el financiamiento climático. “La financiación debe entregarse directamente a las comunidades vulnerables, con total transparencia”, señala el llamado.
También denuncian el uso contradictorio de las ganancias provenientes de los combustibles fósiles para financiar lo que se presenta como una transición energética. Para los obispos, esta lógica es inaceptable si no hay un compromiso claro de superar los modelos extractivos. “Resulta gravemente contradictorio”, expresan, “utilizar las ganancias de la extracción petrolera para financiar la transición energética”.
Los bancos de desarrollo y las instituciones financieras internacionales también son interpelados. El documento exige que cesen las inversiones en combustibles fósiles y proyectos extractivos, y pide poner fin a todo intento de “financiarizar la naturaleza”, es decir, de convertir ecosistemas como ríos y bosques en mercancías reguladas por el mercado.

Piden concretar uso de energía limpia para el futuro
Po su parte, el obispo Allwyn D’Silva, presidente de la Oficina de Desarrollo Humano de la Federación de Conferencias Episcopales de Asia, fue contundente al afirmar:
“Los combustibles fósiles pertenecen al pasado; el futuro debe ser impulsado por energía limpia y renovable”.
Esta declaración sintetiza el espíritu transformador del llamado: se trata de un giro de paradigma, no solo tecnológico, sino ético. Los obispos apelan al principio de precaución científica y exhortan a limitar el calentamiento global a 1.5°C, tal como lo señala la comunidad científica internacional. De no hacerlo, los impactos serían “catastróficos”, especialmente para las regiones más pobres del planeta. Por ello, su propuesta está acompañada por acciones concretas de la Iglesia en favor de la resiliencia climática y la defensa de los derechos humanos.
Además, la declaración reconoce el rol de los pueblos indígenas, las mujeres y los jóvenes en la protección de la biodiversidad y el clima. Son ellos quienes, históricamente excluidos de las mesas de decisión, hoy deben ser reconocidos como actores centrales en cualquier solución justa y sostenible.

La Iglesia, la justicia y el Acuerdo de París
Este llamado histórico por el Acuerdo de París no es solo una advertencia ante la crisis climática, sino una propuesta de transformación social basada en la justicia, la equidad y el respeto por la creación. Al elevar sus voces de manera conjunta, los obispos del Sur Global marcan un precedente sin igual en la historia de la diplomacia moral y la participación eclesial en temas internacionales.
Más allá de los discursos técnicos, este pronunciamiento interpela a los líderes mundiales, pero también a las empresas, instituciones financieras y sociedades civiles. En el marco de la COP30, el mensaje es contundente: el tiempo de las palabras ha terminado; ahora es el momento de actuar con la urgencia, profundidad y solidaridad que exige nuestro planeta.