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Y después del Mundial ¿Qué?

A dos meses de que se juegue el partido inaugural de la copa del mundo, el país anfitrión es hoy sinónimo de futbol. Sin embargo, el lunes 12 de julio, cuando haya terminado la fiesta, sus habitantes volverán preguntarse: ¿Valió la pena la inversión?

Al llegar a ciudad del cabo es imposible pasar por alto las señales que hacen prever que, cuando por fin arranque el Mundial de Futbol 2010, el campeonato se habrá apoderado por completo de la imaginación, del alma y de una parte importante del presupuesto de Sudáfrica.

Un nuevo estadio se ha erigido en el exclusivo barrio de Green Point, en la costa del Atlántico, y otros más en el resto del país. Además, se construyeron y remodelaron autopistas. Con una pasión que raya en lo obsesivo, los periódicos discuten si realmente era necesario dividir en temporada alta a las playas de Durban en el este, a fin de acondicionarlas para la Copa, o bien, si se debió permitir a los patrocinadores cubrir la emblemática ladera gris de la Montaña de la Mesa – que durante siglos ha indicado a los navegantes que han llegado a puerto seguro- con luces de colores, faros que ahora guiarán a quienes deseen realizar expediciones al centro comercial.

También se promueve la realización de antiguas ceremonias, que incluyen sacrificios de animales en presencia de guerreros y gente que entona cánticos con el fin de bendecir los estadios de futbol; sin embargo, “el juego hermoso”, como los aficionados llaman su pasión, no es la única contienda para la que se prepara este país.

Independientemente de lo agresivas o ingeniosas que sean las maniobras de los promotores, se prevé un interesante choque en Sudáfrica entre la creciente expectativa en torno al campeonato y las dudas y preguntas de los escépticos.

¿Vale la pena destinar tanta energía y dinero a este torneo en lugar de atender a los pobres y marginados? ¿Sudáfrica será capaz de organizar la justa deportiva sin que se vea afectada por la elevada tasa de criminalidad, la creciente xenofobia y la inconformidad social?

Dicho en otras palabras, a 15 años de haber instaurado su democracia, Sudáfrica estará a prueba tanto como las selecciones nacionales, y enfrentará un escrutinio particularmente severo en su calidad de embajador de un continente que los observadores externos pintan como escenario de fracasos consecutivos, epidemias, guerras y decadencia.

Desde luego, las grandes contiendas deportivas internacionales nunca se han tratado sólo de récords, y los países se convierten en combatientes en busca de otros prestigios. Baste recordar que en septiembre pasado Barack Obama, presiente de los Estados Unidos, viajó a Copenhague para buscar, sin éxito, que Chicago fuera la sede de los Juegos Olímpicos de 2016.

Además de ser un escaparate de proezas atléticas, los espectáculos deportivos muestran la percepción que un país tiene de sí mismo y del poder de sus sueños: de eso hablaban la precisión de los juegos pirotécnicos en los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008 o la coreografía supremacista de la olimpiada de 1936 en Berlín, durante el régimen de Hitler. Pero tras el sueño viene el despertar, como ocurrió después de los Juegos Olímpicos de 2004 en Atenas, cuyas instalaciones deportivas, que fueron el teatro donde se escenificó el drama y la gloria del oro, se convirtieron en monumentos abandonados al orgullo nacional.

Aun cuando se le mida con esos parámetros, la Copa Mundial de 2010, la primera a realizarse en África, tendría una esencia única, destilada a lo largo de una historia tortuosa que ha llevado al país anfitrión del aislamiento y el oprobio del pasado a los triunfos y tropiezos de la tan largamente perseguida democracia.

En la era del Apertheid, los boicoteos internacionales contra los equipos sudafricanos, dominados por blancos, mermaban la autoestima de la élite afrikáner y reforzaban su condición de parias mundiales. Para muchos integrantes de la mayoría negra, los equipos deportivos nacionales, conocidos como los Springboks, no eran sino emblemas de la opresión.
A medida que la división racial se extendió por el país, su influencia llegó a los deportes: el rugby era casi exclusivo de los blancos, en tanto que la mayoría negra conservó su entusiasmo por el futbol soccer, lo cual agrega una nota picante al Mundial.

CUANDO EL DEPORTE SE CONVIRTIÓ EN CURA
Después de las elecciones de 1994, Nelson Mandela sorprendió a sus seguidores al apoyar al vilipendiado equipo de los Springboks en la Copa Mundial de Rugby de 1995 – la historia inspiró la película Invictus, estelarizada por Morgan Freeman. Sin embargo, Mandela fue mucho más allá de expresar su respaldo político. Al ponerse la camiseta amarilla y verde de los Springboks, alguna vez considerada el estandarte el apartheid, Mandela invitó a los reticentes y temerosos blancos a aceptar el nuevo país multicultural que él estaba tratando de construir.

Estos momentos contribuyeron a crear en Sudáfrica la imagen de un país excepcional, decidido, capaz de lograr milagros, bendecido por lo que Peter Fabricius, columnista del diario Cape Times, definió como “una extraña combinación de influencia política y económica y autoridad moral impecable”. En la era del apartheid, los gobernantes blancos sostenían que su dominio provenía de un pacto divino.
Ciertamente, Sudáfrica ha hecho de la Copa Mundial un acontecimiento histórico para todo el continente. En 2007, el ex presidente Thabo Mbeki dijo que el campeonato generará “una ola de confianza desde Ciudad del Cabo hasta El Cairo” y, como “un momento en que África, resuelta y con la frente en alto, inició el cambio después de siglos de pobreza y conflictos”.

Sin embargo, hay quienes afirman que la Copa Mundial es un grave error, un derroche mal planeado con el cual los extranjeros explotarán a los ciudadanos de Sudáfrica. “Hemos observado una brutal represión contra habitantes de barrios pobres, vendedores callejeros, personas sin hogar, niños de la calle, sexoservidoras y organizaciones de personas marginadas, y es probable que a medida que se acerque la Copa Mundial la situación empeore, se intensifiquen los desalojos y la policía tire a matar con mayor frecuencia”, escribió recientemente el académico Richard Pithouse, de la Universidad Rhodes, en un foro de discusión en Internet.

“Todo el dinero y la voluntad políticas que hemos utilizado para organizar el Mundial pudimos haberlo invertido en construir casas, escuelas, bibliotecas, parques, guarderías, hospitales e instalaciones deportivas en cada ciudad”, señaló. Sin embargo, algunos afirman que esos argumentos tienen una perspectiva limitada, que no toman en cuenta la creación de empleos, la atracción de inversiones ni la generación de un ambiente de optimismo que convenza a los cínicos de que este continente se ha librado de sus demonios y estereotipos.

“Queremos demostrar que ha llegado el momento de África”, dijo el entonces presidente Mbeki en 2007. En junio 2010 llegará la hora de cumplir esa promesa.

Life & Style, pág. 92 – 97
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