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NoticiasRSESomos una sociedad que recompensa a quienes nos hacen más pobres

Somos una sociedad que recompensa a quienes nos hacen más pobres

Premiar a los malos actores
Paul Krugman

Los estadounidenses están enfadados con Wall Street, y con razón. Primero, el sector financiero nos hundió en una crisis económica, y luego fue rescatado a costa del contribuyente. Y ahora, con la economía todavía profundamente deprimida, el sector está pagándose a sí mismo primas gigantescas. Si no están furiosos, es que no han estado prestando atención.

Pero aplastar la economía y desplumar al contribuyente no son los únicos pecados de Wall Street. Incluso antes de la crisis y las ayudas de emergencia, muchos tiburones del sector financiero amasaron fortunas mediante actividades que eran inútiles, si no destructivas, desde un punto de vista social.

Y siguen erre que erre. Fíjense en dos noticias recientes. Una tiene que ver con el aumento de las operaciones de alta velocidad: algunas instituciones, Goldman Sachs incluida, han estado usando ordenadores superrápidos para adelantarse a otros inversores, comprando o vendiendo acciones una fracción de segundo antes de que nadie pueda reaccionar.

Las ganancias derivadas de las operaciones de alta velocidad son una de las razones por las que Goldman está obteniendo beneficios récord y probablemente pague primas también récord.

En un frente al parecer distinto, el New York Times del domingo pasado informaba sobre el caso de Andrew J. Hall, que dirige una rama de Citigroup que especula con petróleo y otras mercancías. Su sección ha ganado mucho dinero últimamente, y de acuerdo con su contrato, a Hall le deben 100 millones de dólares.

¿Qué tienen en común estas historias? La respuesta políticamente relevante, al menos por ahora, es que en ambos casos vemos enormes bonificaciones por parte de empresas que han sido las principales receptoras de las ayudas federales.

Citi ha recibido alrededor de 45.000 millones de dólares de los contribuyentes; Goldman ha reembolsado los 10.000 millones que recibió en ayuda directa, pero se ha beneficiado enormemente tanto de los avales federales como de los rescates de otras instituciones financieras. ¿Qué se supone que tienen que pensar los contribuyentes cuando estos casos de beneficencia tienen nóminas de nueve dígitos?

Pero supongamos que admitimos que tanto Goldman como el señor Hall son muy buenos en lo suyo y que es posible que hubieran obtenido beneficios enormes incluso sin toda esa ayuda. Aún así, lo que hacen es malo para Estados Unidos.

Pero dejemos las cosas claras: la especulación financiera puede tener un propósito útil. Por ejemplo, es bueno que los mercados de futuros ofrezcan un incentivo para almacenar combustible para la calefacción antes de que empiece a hacer frío o para acumular gasolina antes de la temporada de verano cuando todo el mundo saca el coche.

Pero la especulación basada en información que no está al alcance de la población en general es un asunto muy distinto. Como demostró en 1971 el economista de la Universidad de California en Los Ángeles Jack Hirshleifer, esa clase de especulación suele combinar «rentabilidad privada» con «inutilidad social».

Es difícil imaginar un ejemplo mejor que las operaciones de alta velocidad. Se supone que el mercado de valores encauza el capital hacia sus usos más productivos, como por ejemplo ayudar a empresas con buenas ideas a recaudar dinero. Pero resulta difícil ver de qué manera los agentes que colocan sus órdenes una treintava parte de segundo antes de que los demás hacen algo por mejorar esa función social.

¿Y qué hay de Hall? La información del Times da a entender que gana dinero básicamente siendo más listo que otros inversores, en lugar de dirigiendo los recursos donde se necesitan. Una vez más, es difícil encontrarle alguna utilidad social a lo que hace.

Y hay buenas razones para afirmar que dichas actividades son de hecho perjudiciales. Por ejemplo, las operaciones de alta velocidad probablemente degradan la función del mercado, porque es una especie de carga para los inversores que no tienen accesos a ordenadores superrápidos, lo cual quiere decir que el dinero que Goldman gasta en esos ordenadores tiene un efecto negativo para la riqueza nacional. Como dijo en 1973 el gran economista de Stanford Kenneth Arrow, la especulación basada en información privada impone una «pérdida social doble»: consume recursos y debilita los mercados.

Ahora bien, a lo mejor se sienten ustedes tentados a desestimar la especulación destructiva por considerarla una cuestión sin importancia (y hace 30 años habrían tenido razón). P

ero desde aquel entonces, las altas finanzas operaciones con valores y mercancías, en comparación con la banca normal y corriente se han convertido en una parte muchísimo más importante de nuestra economía, y su proporción del PIB se ha multiplicado por seis. Y los sueldos por las nubes en el sector financiero han desempeñado un importante papel en el drástico aumento de la desigualdad de ingresos.

¿Qué debemos hacer? La semana pasada la Cámara de Representantes aprobó un proyecto de ley que establece las normas para los convenios salariales de una amplia variedad de instituciones financieras. Ése sería un paso en la dirección correcta, pero lo cierto es que debería ir acompañado de una normativa mucho más amplia sobre las prácticas financieras y, diría yo, por unos tipos impositivos más altos para las rentas de gran tamaño.

Por desgracia, la medida de la Cámara tropieza con la oposición de la Administración de Obama, que todavía parece regirse por el principio de que lo que es bueno para Wall Street es bueno para Estados Unidos. Ni el Gobierno ni nuestro sistema político en general parecen dispuestos a enfrentarse al hecho de que nos hemos convertido en una sociedad en la que el dinero con mayúsculas va a parar a los actores malos, una sociedad que recompensa generosamente a quienes nos hacen más pobres.

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