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Seguridad alimentaria, un gran desafío

Durante casi 15 años no se reunieron los ministros de agricultura de los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

No había causas que les interesaran: la producción e inventarios de granos eran “confortablemente” suficientes (aunque casi 800 millones de seres humanos padecían hambre), y los precios declinaban suavemente para ser compensados por subsidios a los agricultores, según la capacidad fiscal y administrativa de cada país.

La semana pasada, los ministros de agricultura de la OCDE se juntaron en París, preocupados por los “riesgos sistémicos” que amenazan la seguridad alimentaria de muchos países, sin duda México entre ellos.

Hablaron de regos directos, dos principalmente: el cambio climático o calentamiento global, que es como se refieren los ecólogos al fenómeno, y la consecuente volatilidad de los precios de granos y oleaginosas en los mercados nacionales y en el mundial.

Entre los ministros reunidos estuvo Francisco Mayorga, secretario de Sagarpa. Discutieron esos riesgos sistémicos como políticos, o sea como representantes de negocios e intereses económicos. El problema es que el calentamiento global no es un asunto de política, sino de leyes físicas y de equilibrios rotos de la naturaleza que no se restauran con “el compromiso” de gobiernos “para reforzar acciones que lleven a la disminución de gases de efecto invernadero”.

Tampoco los movimientos de precios son algo que puedan parar los gobiernos, después de haberle apostado durante décadas a las leyes del mercado. Los precios de los principales granos escalaron a un nivel 80 por ciento arriba, en promedio, del que tenían antes de la llamada “crisis alimentaria” de 2007/2008, y ahí se quedaron. Tomando como referencia la tonelada de maíz amarillo en la bolsa agropecuaria de Chicago, su precio actual ronda los 140 dólares desde hace dos años, cuando fue de 80 dólares hasta 2007 (fuente: Grupo Consultor de Mercados Agrícolas).

No hay un solo dato que permita suponer que los precios regresarán a niveles previos a 2007 y, en cambio, lo incierto del clima obliga a anticipar que podrán volver a dispararse, impulsados por factores climáticos y por la especulación a que dan lugar cosechas inciertas; fue lo que llevó hasta a 300 dólares el precio de la tonelada de maíz amarillo en julio de 2008, crisis que elevó en 200 millones el número de personas hambrientas en el mundo. Hoy son casi mil millones.

La crisis alimentaria de 2007/2008 no fue tanto de escasez de productos como de precios exorbitantes, movidos por la decisión de usar maíz para producir biocombustibles y por incertidumbre climática (Australia, EUA) que se exageró, lo que acentuó el atractivo de las bolsas agropecuarias para especuladores que huían de las bolsas de valores depreciadas por la crisis financiera.

Eso bastó para casi cuadruplicar precios, que hoy se han estabilizado 80 por ciento arriba de lo que eran hace tres años. ¿Qué ocurriría con los precios si el cambiante clima en verdad redujera las cosechas destinadas al mercado mundial, como lo es en gran parte el de Estados Unidos?

La discusión de esa cuestión en la OCDE merecía acuerdos terminantes, como el de que cada país garantice su seguridad alimentaria aprovechando al máximo sus propias capacidades. También debió acordarse el apoyo a medidas para evitar la participación de especuladores en las bolsas agropecuarias de influencia mundial.

Países que, como México, importan la mitad de sus alimentos básicos, tienen que abatir es dependencia y aprovechar al máximo su potencial productivo. Ello implica cambiar la idea de que el crecimiento económico debe ser el eje del progreso y que se vale perseguirlo sin miramientos éticos ni ambientales. El cambio climático obliga a redefinir los conceptos de riqueza y valor mercantiles para introducir en las relaciones económicas criterios como los de equidad, responsabilidad y conservación ambiental.

Producir con responsabilidad ambiental supone elegir la agroecología, en vez de la oferta de semillas transgénicas que apenas sirven a la agricultura industrializada de monocultivo, a un elevado costo de dependencia ante las empresas fabricantes y que están teniendo efectos ambientales inesperados e imprevisibles. La agroecología es volver al uso de abonos orgánicos, semillas adecuadas a cada microclima y al agua limpia.

Ante los mercados mundiales, el presidente de Estado Unidos, Barack Obama, propuso medidas para restringir la presencia de especuladores en las bolsas agropecuarias de ese país. Si consigue salvar la oposición del sistema financiero, la medida sería un buen freno para que el alza de precios no vaya por encima de la ley de la oferta y la demanda de alimentos.

El Financiero, Opción, pag. 19
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