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¿Qué es el arancel rosa?

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Durante décadas, millones de mujeres en el mundo han pagado más que los hombres por productos similares o incluso idénticos. Esta diferencia no solo se debe al marketing o al diseño, sino también a políticas comerciales y arancelarias que penalizan el consumo femenino. Uno de los ejemplos más evidentes es el llamado “arancel rosa”, una práctica invisibilizada por años y normalizada tanto en precios de mercado como en impuestos de importación.

Entender qué es el arancel rosa implica mirar más allá de la superficie del consumo y analizar cómo ciertas políticas perpetúan desigualdades estructurales. En un momento en que la equidad de género es un principio clave para las organizaciones socialmente responsables, este tipo de distorsiones pone en evidencia que aún hay mucho por hacer. Las empresas y gobiernos tienen la responsabilidad de revisar estas prácticas si realmente buscan un impacto positivo y sostenible.

¿Qué es el arancel rosa?

El arancel rosa es una tarifa impositiva diferenciada que encarece ciertos productos femeninos al momento de ser importados. Aunque no es un impuesto oficialmente denominado así por las autoridades, el término se ha popularizado para señalar la disparidad de tasas arancelarias entre productos diseñados para mujeres y aquellos pensados para hombres, aun cuando sus características sean prácticamente idénticas.

Este fenómeno no es nuevo: lleva décadas operando bajo los criterios del Sistema Arancelario Armonizado de EE. UU., que clasifica artículos como ropa y calzado en función del género. Como resultado, productos femeninos pueden enfrentar tarifas hasta 3% más altas que sus contrapartes masculinas, encareciendo de manera sistemática el acceso de las mujeres a ciertos bienes de consumo.

Más allá del sobreprecio, el arancel rosa representa una forma de discriminación institucionalizada que perpetúa desigualdades económicas. La paradoja es que, en pleno siglo XXI, los impuestos al comercio exterior sigan operando bajo lógicas binarias y diferenciadas por género, sin que exista una justificación técnica, económica o ética que sustente esa diferencia.

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Más caro por ser mujer: la absurda lógica del mercado

Varios estudios han documentado que las mujeres pagan más por productos equivalentes a los de los hombres, lo que evidencia una tendencia sistemática en la estructura de precios. Un estudio de la Comisión de Comercio Internacional de EE. UU., citado por Politico, reveló que las tasas para ropa femenina eran hasta 16.7% más altas, mientras que las masculinas rondaban el 13.6%. Esta brecha no obedece a razones de fabricación o insumos, sino a criterios arancelarios heredados y poco actualizados.

El investigador Ed Gresser, del Progressive Policy Institute, lo dijo con claridad: “Es muy extraño y enormemente inapropiado que el gobierno de Estados Unidos tenga tasas impositivas diferenciales que atacan a las mujeres más que a los hombres por esencialmente las mismas cosas”. Su afirmación no solo denuncia una práctica absurda, sino que deja al descubierto una falla estructural en el diseño de políticas comerciales.

El problema no se limita a los aranceles. Esta lógica se replica en otros sectores, como la cosmética, el cuidado personal o incluso los seguros, donde las versiones femeninas de productos genéricos tienden a costar más. Se trata de un sistema que penaliza la feminidad desde el consumo y que, al mantenerse intacto, compromete los avances en igualdad de género.

Esta realidad no solo representa una injusticia económica, sino también un obstáculo para la autonomía financiera de las mujeres. Si el acceso a productos básicos viene condicionado por un sobreprecio sistemático, se refuerzan brechas de ingresos, sobre todo para aquellas en condiciones de vulnerabilidad económica.

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Guerras comerciales que castigan doble

La política arancelaria impulsada por el expresidente Donald Trump agravó esta situación para las mujeres consumidoras. Aunque las llamadas “tarifas rosas” no fueron el objetivo directo de la guerra comercial, sus efectos colaterales sí recaen con mayor fuerza sobre ellas, dado que los productos femeninos ya tenían una carga arancelaria mayor.

Cuando se impusieron aranceles adicionales a países como China, muchas empresas comenzaron a trasladar los costos a los consumidores mediante recargos visibles en sus facturas o en precios finales. Como la ropa de mujer ya estaba gravada con tasas más altas, cualquier incremento adicional impactó con más fuerza a las mujeres, exacerbando un sesgo que ya existía.

El Instituto de Políticas Progresistas estimó que este recargo de género equivalía a más de 2 mil millones de dólares al año en EE. UU. Si sumamos los efectos de las guerras comerciales y los nuevos impuestos de importación, esta cifra no solo aumenta, sino que perpetúa una lógica de penalización silenciosa. Lo preocupante es que estas medidas se implementaron sin un análisis de impacto de género, dejando intactas inequidades preexistentes.

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Implicaciones éticas y estratégicas del arancel rosa en el entorno empresarial

El mantenimiento de estructuras arancelarias que penalizan el consumo femenino plantea serias dudas sobre la coherencia ética de los sistemas comerciales actuales. Este tipo de distorsiones, aunque heredadas de normativas antiguas, persisten sin una revisión crítica por parte de los actores económicos y políticos. En un contexto donde la igualdad de género es un valor empresarial reconocido, permitir la existencia del arancel rosa contradice los compromisos públicos de equidad y justicia.

Las consecuencias de esta práctica no son menores. Los sobreprecios diferenciados impactan el acceso de las mujeres a bienes esenciales y refuerzan desigualdades económicas sistemáticas. Este escenario es especialmente problemático cuando se considera que muchas compañías que comercializan estos productos también se promueven como aliadas de la equidad. Persistir en una lógica de precios basada en diferencias de género mina la credibilidad institucional y debilita el propósito social que muchas marcas afirman tener.

La revisión de estas prácticas debe ir más allá de una lógica de cumplimiento normativo. Implica repensar cómo se construyen las políticas de precios, cómo se estructuran las cadenas de suministro y qué papel juega el género en las decisiones comerciales. No se trata de ajustes menores, sino de un cambio estructural que refleje una verdadera alineación entre valores empresariales y prácticas operativas.

Ignorar el arancel rosa en los análisis de sostenibilidad o en los informes de impacto social es mantener una brecha sin resolver. Las organizaciones que aspiran a generar valor compartido deben asumir este reto con seriedad y dejar de considerar estas desigualdades como detalles técnicos. Cuestionar el statu quo es una obligación ética para cualquier empresa que se precie de tener una visión de futuro alineada con la justicia social.

Un impuesto que perpetúa la desigualdad

El arancel rosa no es solo un detalle en el comercio internacional: es una expresión tangible de la desigualdad de género dentro de sistemas que se presentan como neutrales. Mientras las empresas fortalecen sus estrategias ESG y los gobiernos promueven leyes de igualdad, resulta inadmisible que existan estructuras impositivas que penalicen a las mujeres por consumir productos diseñados para ellas.

Eliminar estas prácticas no es una cuestión simbólica, sino una acción concreta hacia la equidad. Implica revisar códigos arancelarios, reformar sistemas regulatorios y asumir compromisos reales con la justicia económica. Las empresas tienen un papel clave como catalizadoras de este cambio, sobre todo aquellas que operan en cadenas globales de valor.

En tiempos donde la transparencia y la ética empresarial son demandas ciudadanas, los líderes corporativos tienen la oportunidad de impulsar reformas que no solo eliminen el arancel rosa, sino que erradiquen toda forma de discriminación de sus operaciones. La equidad de género no se defiende solo con campañas; se garantiza con decisiones firmes, estructurales y valientes.

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