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¿Por qué Gates va a cerrar su fundación? El plan detrás de los 200 mil millones

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En su 25º aniversario, la Fundación Gates sorprendió al anunciar su cierre definitivo para 2045. Con más de dos décadas transformando la salud global y combatiendo la pobreza extrema, este anuncio plantea dudas entre los actores clave del desarrollo sostenible. El legado de más de 100 mil millones de dólares y millones de vidas salvadas no es menor, pero el momento elegido para comunicarlo es particularmente sensible.

De acuerdo con una entrevista realizada por The New York Times, la decisión parece responder tanto a una estrategia de maximización de impacto como a una visión optimista (y debatida) sobre el futuro. La fundación se ha propuesto agotar sus recursos —incluyendo casi toda la fortuna personal de Gates— en los próximos 20 años, canalizando más de 200 mil millones de dólares en ese lapso. ¿Qué implica esto para el ecosistema filantrópico global? ¿Y para los países más vulnerables?.

El simbolismo del cierre de Fundación Gates

El anuncio del cierre de Fundación Gates es más que un punto final: representa una transición en la forma en que se entiende la filantropía moderna. Fundada en un momento de optimismo global, la organización se volvió símbolo de un tipo de ayuda eficiente, tecnificada y con fuerte respaldo financiero. Su desaparición marca el fin de una era donde el liderazgo filantrópico provenía de fortunas tecnológicas y compromisos personales.

Esta decisión lanza una señal ambigua: ¿es una victoria, una retirada o ambas? Por un lado, Gates afirma que se han creado herramientas para que los Estados y comunidades tomen la estafeta; por otro, el contexto internacional actual contradice esa confianza. ¿Podrán los gobiernos —con presupuestos reducidos y presiones políticas internas— llenar ese vacío?

En términos prácticos, el cierre de Fundación Gates también pone presión sobre otras organizaciones filantrópicas. Las expectativas de impacto, escala y eficiencia se elevan mientras se reduce la cantidad de actores capaces de sostener intervenciones a largo plazo. Esto obligará a redefinir el rol de la filantropía en un mundo cada vez más inestable.

El legado: avances y limitaciones

En sus 25 años de operación, la fundación logró reducir la mortalidad infantil global a la mitad y expandió la cobertura de vacunas en países donde antes no llegaban. Las cifras son claras: se salvaron decenas de millones de vidas y se generó una arquitectura de salud pública global más robusta. Sin embargo, los progresos no han sido lineales, y las emergencias recientes lo evidencian.

La pandemia de COVID-19 puso en pausa avances estructurales, afectando rutinas de vacunación, programas de salud sexual y reproductiva, y provocando retrocesos en indicadores de pobreza. A eso se suma la creciente deuda en los países más pobres, que ahora enfrentan mayores obstáculos para sostener los logros alcanzados gracias al financiamiento internacional.

Así, el cierre de Fundación Gates ocurre en un momento donde las grietas del sistema son visibles. Es justo preguntarse si este legado será resiliente o si quedará vulnerable ante la falta de continuidad. Lo que sí queda claro es que la capacidad de adaptación del sector dependerá de su habilidad para tejer nuevas alianzas y modelos de sostenibilidad.

El contexto político y el retroceso de la ayuda

Uno de los factores que más preocupan a Gates es el retroceso de la ayuda internacional, especialmente desde la administración Trump. La reducción drástica del presupuesto de programas como PEPFAR no solo afecta la salud global, sino que pone en riesgo avances fundamentales en la lucha contra enfermedades como el VIH y la polio. En palabras de Gates, los recortes podrían traducirse en millones de muertes adicionales.

La cultura de la filantropía también ha cambiado. De la época dorada del Compromiso de Donación hemos pasado a una etapa más polarizada, donde la riqueza extrema ya no siempre se traduce en inversión social. A esto se suma una creciente desconfianza pública sobre las motivaciones detrás de las grandes fundaciones, muchas veces cuestionadas por prácticas poco transparentes o acusaciones de greenwashing.

El cierre de Fundación Gates no puede entenderse sin considerar este contexto político y cultural. Lo que está en juego no es solo el dinero, sino el modelo de filantropía que ha dominado las últimas dos décadas. Y aunque Gates apuesta por una transición ordenada, el riesgo de dejar un vacío institucional y financiero es más real que nunca.

Una filantropía acelerada: 200 mil millones en 20 años

Lo más audaz del plan es la promesa de invertir más de 200 mil millones de dólares antes de cerrar la fundación. Esta estrategia de “acelerar para salir” busca resolver problemas estructurales en tiempo récord. La idea no es nueva, pero sí rara en el sector: muchas fundaciones buscan perpetuarse, no desaparecer. Aquí, en cambio, se privilegia el impacto sobre la longevidad.

El desafío será ejecutar estos recursos con eficacia en un entorno marcado por la desigualdad y el cambio climático. Para eso, la fundación apunta a reforzar innovaciones tecnológicas, herramientas biomédicas e inteligencia artificial como motores del desarrollo. Pero ¿será suficiente la tecnología para resolver desigualdades tan profundas?

Además, hay una pregunta ética que no puede ignorarse: ¿qué pasa cuando una fundación se convierte en el actor principal de temas que deberían ser responsabilidad pública? El modelo Gates, aunque generoso, también fue criticado por centralizar decisiones clave en manos privadas. El cierre puede interpretarse como un intento de reequilibrar esa ecuación.

Lecciones para el ecosistema de responsabilidad social

El cierre de Fundación Gates nos obliga a repensar los modelos de sostenibilidad en el ámbito de la responsabilidad social. Ya no se trata solo de medir impacto o escalar proyectos: ahora, la discusión gira en torno a la permanencia, la institucionalidad y la corresponsabilidad entre sectores. ¿Qué pueden aprender las empresas, gobiernos y sociedad civil de esta decisión?

En primer lugar, que la filantropía no debe reemplazar al Estado, sino complementar su función con estrategias bien articuladas. En segundo lugar, que la transparencia y la comunicación de resultados son clave para construir confianza pública. Y por último, que incluso los actores más grandes tienen un límite temporal y operativo.

Ante el cierre de Fundación Gates, el ecosistema de responsabilidad social necesita fortalecer sus capacidades colectivas. La cooperación entre organizaciones medianas, la articulación con redes locales y la formación de liderazgos comunitarios serán claves para garantizar que el impacto no desaparezca junto con el dinero.

Melinda, Buffett y los nuevos actores

El anuncio de cierre también refleja un cambio generacional en la filantropía. Tras su divorcio en 2021, Melinda French Gates dejó la fundación para impulsar su propia iniciativa, mientras que Warren Buffett ya ha anunciado que no continuará apoyando a la Fundación Gates tras su fallecimiento. Esto obliga a mirar hacia los nuevos actores y tendencias del sector.

La figura del “filántropo estrella” está en transformación. Ahora vemos el auge de colectivos filantrópicos más horizontales, de iniciativas lideradas por mujeres, jóvenes y representantes de comunidades históricamente marginadas. Esta descentralización del poder puede ser una oportunidad para democratizar la toma de decisiones.

Sin embargo, la ausencia de referentes como la Fundación Gates también implica una pérdida de estabilidad. El reto será construir nuevas plataformas de financiamiento y colaboración capaces de sostener el progreso sin depender exclusivamente de mega donantes. El tiempo corre y las necesidades no esperan.

¿Un mundo sin la Fundación Gates?

Gates insiste en que sueña con un mundo donde su fundación ya no sea necesaria. La frase suena idealista, pero también encierra una invitación: construir un sistema global más justo, menos dependiente de fortunas individuales. Para lograrlo, se requiere algo más que recursos: se necesita visión colectiva.

Las herramientas están ahí: innovación, colaboración, voluntad política. Pero aún falta el compromiso de muchos sectores para garantizar que los logros del pasado no se diluyan en el futuro. La Fundación Gates no puede —ni debe— ser recordada solo como una organización poderosa, sino como un catalizador de transformación.

¿Estamos preparados para vivir sin ella? Esa es la gran pregunta. Su cierre no es el fin de la filantropía, pero sí un parteaguas. Un llamado a imaginar nuevas formas de actuar, con mayor equidad, corresponsabilidad y profundidad.

Un cierre que desafía, no que termina

El cierre de Fundación Gates es, sin duda, un hito en la historia de la filantropía contemporánea. Más allá de la cifra monumental de 200 mil millones de dólares, lo que está en juego es la manera en que entendemos la ayuda, la justicia y el impacto a largo plazo. Para quienes trabajamos en responsabilidad social, este anuncio nos interpela de forma directa.

No se trata solo de lamentar una pérdida, sino de aprovechar la oportunidad para reconstruir el sector con base en aprendizajes, alianzas auténticas y visión compartida. El cierre de Fundación Gates debe inspirarnos a pensar más allá de las estructuras existentes y a preguntarnos: ¿cómo podemos continuar —y mejorar— lo que ella comenzó?

Porque el mundo sin la Fundación Gates está más cerca de lo que pensamos. Y es ahora cuando debemos demostrar que el legado continúa.

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