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ColumnistasPesadilla de un hipocondriaco en días de influenza y desinformación de medios

Pesadilla de un hipocondriaco en días de influenza y desinformación de medios

arsenicoLa peor pesadilla para un hipocondriaco como éste, su servidor, es vivir diez días como los recién acaecidos.

Todo comenzó el jueves 23 cuando se suspendieron las escuelas y los saludos de mano y beso en ésta, la ciudad más grande del mundo, cuyo slogan es Bésame Mucho. Fue entonces cuando una mente tan neuróticamente avispada como la mía supo que algo se estaba cocinando… algo que tristemente olía a cochinita. Poco a poco comenzó a flu…flu…fluir la información… y con mayor rapidez la desinformación. Muchos de los medios más serios se olvidaron del periodismo resbalándose por la fácil pendiente del sensacionalismo, olvidando toda ética en el axioma de que las buenas noticias ni venden ni son noticia.

Cabezales tendenciosos y cifras alarmistas invadieron los diarios impresos y online. Uno se acostumbra a esto en algunos pasquines vespertinos en los que no extraña ver títulos como «Asesinole con certero cuchillo cebollero», pero no en productos típicamente más serios como El Universal; sin embargo hasta éste cayó en la tentación y durante estos días,hubo algunos titulares como «Mata epidemia a cientos» (al ingresar a la nota, ésta se refería a una epidemia de sarampión en África); o «Muere niña de 5 años tras haber sido dada de alta en clínicas del GDF» (refiriéndose no a un caso de los que ya se registraban sino a una niña que días antes de que se conociera la enfermedad fue diagnosticada como gripa común en una clínica, envieandola a casa y que tiempo después reingresó al hospital y lamentablemente murió). Comprendo la práctica creativa y periodística de crear un cabezal y entiendo perfectamente que existe un mercado para productos sensacionalistas pero creo que en diarios más serios, nunca no hay que perder de vista la objetividad.

En medio de la confusión generada por la desinformación, los neuróticos hipocondriacos y compulsivos, emprendimos acciones de emergencia. Obviamente corrí al supermercado racionalizando que no eran compras de pánico, simplemente precautorias. Claro que no sé qué tan precautorias son 5 bolsas de arroz, 5 de frijol, 6 garrafones de agua y 17 latas de atún; o mi limpiador de tres litros base cloro que de acuerdo a la etiqueta mata 99.99% de la bacterias. No conforme con ello, llamé a una amiga mía que labora como cirujana en un hospital para que me consiguiera un galón de —según leo en la etiqueta— «Antiséptico con acción antimicrobiana de amplio espectro para uso tópico. Puede desinfectar quirófanos y material quirúrgico.»

Las siguientes noches, ni todas mis compras, ni estar encerrado en mi búnker sanitizado me hacían sentir a salvo cuando escuchaba el reporte de casos y muertes. Para colmo llegaron los malditos mails infestados de rumores: que si se trataba de un ataque biológico por la visita de Obama o una acción planeada del G-20 para desviar la atención de la crisis económica ¿Dónde estás Jack Bauer?

—Es demasiado. Me voy del país— me dije. Rompí mi cochinito (que no tenía gripe), le extirpé mis ahorros y saqué presto mi maleta. Me voy «al otro lado»… no, más lejos… España mejor. Pero mi plan se vino a tierra cuando escuché que el virus había llegado hasta esas latitudes. ¡Ya valió margaritas..!

Al día siguiente salí corriendo a las farmacias, todas con letreros de «No hay antivirales ni tapabocas.» ¡Dios mío! — me decía — y uno respirando este aire puerco. ¿Cuánto costará una de esas máscaras completas con tanquecitos como de corresponsal de guerra en Irak? A la séptima botica, el dependiente me dijo que sí tenía todavía algunos tapabocas.

—¿Cuántos quiere? me pregunto con la mirada del perro que puede oler el miedo en su presa.
—¿Cuántos tiene?
—Uhmmm me quedan pocos, pero se están acabando.
—Deme cincuenta— le dije. El hábil boticario metió la mano en una caja inmensa y sacó uno de muchos paquetes relamiéndose los bigotes.
—Ahí están. Son trescientos pesos.
—¿Trescientos? le pregunte asombrado.
—¿Los quiere o no?
—Démelos.— Cuando la supervivencia está de por medio qué se puede hacer contra la falta de ética y escrúpulos de este tipo de gente.

Regresé al búnker. Las noticias seguían bombardeando. Recordé a Melvin en la película de Mejor Imposible, quien se lavaba las manos con un jabón que inmeditamente desechaba. De pronto tosí. No, no puede ser, ya me contagié —me dije— seguro ¿Dónde está el Dr. House?; me empezó a doler la cabeza, el puerco… er… quise decir el cuerpo. Pero cómo no me iba a doler con la maldita tensión y la insuflada constante de noticias que me hacían sentir protagonista de la cinta Epidemia o Soy Leyenda.

De modo que cuando más angustiado estaba y sin que el alcohol pudiera tranquilizar mis nervios (ni untado ni tomado), la película de horror en la que estaba viviendo, se fue calmando poco a poco cuando llegaron los equipos especializados a México y dijeron que las muertes confirmadas por la nueva influenza eran sólo 7 y que anualmente en México era «normal» de 15 a 20 mil muertes por influenza, neumonía y casos asociados. La danza de cifras redujo su ritmo; de las pruebas que ya se hacían por cientos al día, sólo el 30% resultaban positivas y de éstas apenas el 3% había muerto. El Secretario de Salud y la OMS dijeron que no había que bajar la guardia pues el virus seguía siendo muy contagioso y peligroso pero que afortunadamente no era tan letal como en un inicio se había pensado. Esa noche y tras un par de ansiolíticos pude dormir… un poco más tranquilo.

Sin embargo y tras diez días de álgida presión llegué a varias conclusiones:

1) Como especie, estamos brutalmente indefensos, no ante las bombas nucleares, el terrorismo o las crisis económicas; no, nuestro enemigo es más pequeño pero más peligroso y mortal: los virus. Me pregunto si nuestro abuso del planeta en todos sentidos no está impulsando esta clase de plagas.

2) Cuando hay carne no importa que sea vigilia. Los medios y sus comunicólogos, salvo sutiles excepciones abarataron la información, sin preocuparse de veracidad o fundamentos sólidos. La ética de muchos medios fue una de las primeras siete víctimas mortales.

3) Hubo empresas que hicieron auténtica RSE, tomando medidas por sí mismas desde el inicio, apoyando a su gente, modificando sus conductas; pero las hubo otras que tuvieron que esperar a que el gobierno ejerciera presión para que éstas tomaran medidas; y hubo unas más que ni el cierre sanitario les interesó. Nuevamente, hay una gran diferencia entre la RSE por esencia y la RSE cosmética. Aún nos falta un larguísimo camino por recorrer.

4) Puedo entender el miedo a una enfermedad así pero lo que no entiendo es la xenofobia desatada no ya en el exterior, sino con nuestros mismos hermanos. El anti-chilango, sin importar la causa, es una persona vergonzosa para México. No podemos hablar de empresas incluyentes o de equidad de género si no somos incluyentes ni equitativos con todos nuestros conacionales.

Finalmente, hoy la gripe porcina ya no se llama así, sino virus de la Influenza Humana (no sé si algún sindicato encabezado por Porky, Petunia, Piglet o los Tres Cerditos tuvo algo que ver). De modo que salgo de mi agujero, vuelvo a respirar el aire exterior… aunque sea a través de mi cubreboca que he de seguir usando hasta llegar a la fase verde, lo mismo que mi gel antibacterial… pues como diríamos los capitalinos «aquí nos tocó vivir.»

Eso es to, eso es to, eso es todo amigos.



aRSEnico

aRSEnico es el seudónimo químico de un asesor en RS muy tóxico, solitario, ensimismado y cuasi misántropo, que a través de una propuesta editorial de crítica ácida, expone las circunstancias, a veces inverosímiles, que se presentan en la RSE. La columna, si bien es ficticia se alimenta de eventos de la vida real sin los cuales no sería posible su realización. El objetivo es precísamente, además de provocar la risa forzada de reconocer y reconocerse en ella, señalar dichas circunstancias desde un enfoque cínico e incluso que raya en anti RS, para mostrar finalmente en este radioactivo estilo, el «deber ser» de la RSE.

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