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Más que energías renovables

Los niveles de producción de Estados Unidos y de buena parte de los países desarrollados han recuperado el terreno perdido desde la crisis de 2008. A pesar de ello, el desempleo casi no ha retrocedido desde entonces. Esto sólo puede explicarse por dos vías, las cuales, lejos de excluirse, han tenido un efecto sinérgico en los últimos meses: la devaluación del dólar, que provoca que los productos del país vecino sean más baratos para otros mercados y un aumento importante de la productividad, es decir, de la producción por unidad de factor de producción.

Tanto a nivel macroeconómico como microeconómico, la crisis nos ha enseñado que se puede hacer lo mismo con menos. Justamente en las crisis es donde más han avanzado las economías en términos de productividad, no sólo respecto al trabajo, sino también a otros factores de producción, como la energía y los capitales. Así, el gasto de energía por valor de la producción (PIB) en Estados Unidos creció de manera acelerada desde 1820 hasta 1914 -¡a razón de 4 por ciento anual durante un siglo!- y no fue hasta la primera guerra mundial que dicha tendencia se vio bruscamente interrumpida, comenzando a bajar de manera constante hasta la segunda guerra mundial, cuando volvió a darse un descenso abrupto. Desde entonces, la tendencia a aumentar la productividad no ha vuelto a interrumpirse.

Y, a pesar de tal aumento, no es posible vislumbrar una baja del consumo energético global en términos absolutos. La razón estriba en que el PIB mundial, que es el principal motor del consumo energético, crecerá en los próximos 20 o 30 años a velocidades mucho más rápidas de lo que creció en los pasados 30 y, sobre todo, mucho más rápido de lo que crece la productividad en términos energéticos. Las expectativas sobre las próximas 2 décadas en crecimiento del PIB no «descuentan» otro nuevo paradigma tecnológico o algo similar, sino una idea mucho más simple y palpable: la incorporación de cantidades ingentes de clase media ansiosa por consumir energía a niveles similares a los nuestros, principalmente, de países como China, Rusia, India o Brasil, entre otros.

Con todas las implicaciones positivas que tienen las nuevas energías renovables -principalmente la eólica, aunque también la termosolar o maremotriz- es importante reconocer que, en términos reales, nuestro planeta seguirá dependiendo en fuerte medida (más del 70 por ciento del total) de las fuentes tradicionales de energía: carbón, petróleo y gas. Y la fuerte contribución de las renovables, que pasarán del 5 por ciento de hoy al 18 por ciento del total de la energía consumida en las próximas dos décadas, no será suficiente para mitigar los problemas derivados de las tecnologías de generación tradicionales.

Las nocivas emisiones de CO2 o el efecto invernadero no tendrán fácil solución. Esta sólo podrá venir de un endurecimiento cada vez mayor y muy agresivo de las leyes, normas y acuerdos sobre contaminación, muy particularmente de los países no desarrollados en donde, de seguir el estatus quo, se espera crezcan un 53 por ciento en los próximos 20 años las emisiones de CO2. Sólo así se podrá evitar el creciente y preocupante aumento en enfermedades respiratorias y cardiovasculares o el fuerte cambio climático.

México ha adquirido un rol importante de liderazgo tras los acuerdos de la COP16 el pasado noviembre en Cancún, por lo que no sólo será necesario fomentar la generación de energías renovables o reducir el consumo vía la sustitución masiva de focos incandescentes, sino relanzar un compromiso global que ponga serias trabas a las actividades contaminantes. De no ser así, el impacto de una buena acción, como lo que se planteó en Cancún, o la proliferación de molinos de viento o de granjas solares, no pasará de ser un mero efecto maquillaje y, en el mejor de los casos, seguirán creciendo los efectos nocivos de la contaminación a velocidades de infarto, literalmente.

*El autor es director general de C-Estrategia (Imco)

Fuente: Reforma, Opinión, p. 4.
Articulista: *Francisco Fernández-Castillo.
Publicada: 23 de febrero de 2011.

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