Durante más de una década, muchas corporaciones globales se han posicionado como marcas que apoyan el PRIDE, invirtiendo millones en campañas arcoíris, activaciones de marca en marchas y mensajes de inclusión durante el mes de junio.
Este respaldo corporativo fue interpretado por muchos como un avance hacia entornos laborales más diversos y una señal de compromiso con los derechos humanos. Sin embargo, en 2025, algunas de las empresas más visibles en este espacio —como PepsiCo, Mastercard, Nissan, Citi y PwC— han decidido abandonar su rol como patrocinadores principales del NYC Pride, marcando un retroceso significativo en la relación entre el sector privado y el movimiento LGBTQ+.
Este repliegue se da en un contexto político polarizado, donde el compromiso con las agendas de diversidad, equidad e inclusión (DEI) está siendo cuestionado desde distintos frentes. Lo que antes era una muestra de liderazgo ético, hoy es percibido por algunos como un riesgo reputacional. El resultado: un silencio calculado que contrasta con los discursos inclusivos de años anteriores.
¿Marcas que apoyan el PRIDE están cambiando de estrategia?
La decisión de Mastercard de abandonar su estatus como patrocinador “platino” del NYC Pride sorprendió a activistas y observadores del sector. Si bien la empresa sostiene que continuará apoyando a la comunidad LGBTQ+ con iniciativas internas y otras formas de respaldo no visibles, la realidad es que su salida responde a un contexto adverso: campañas políticas y mediáticas que asocian las políticas DEI con una “ideología woke” supuestamente perjudicial para los negocios. Mastercard busca evitar controversias públicas, priorizando la gestión reputacional sobre la defensa activa de los derechos humanos, lo cual genera tensiones desde el enfoque de RSE.
PepsiCo, por su parte, no ha ofrecido declaraciones públicas sobre su retiro, pero fuentes cercanas al NYC Pride señalan que la compañía decidió no renovar su patrocinio debido a ajustes presupuestales y una evaluación de riesgos reputacionales ante un ambiente cada vez más polarizado. La marca, que solía destacar por sus campañas inclusivas y su presencia activa en eventos del Orgullo, ha optado por una estrategia de bajo perfil. Esta retirada silenciosa revela una postura más conservadora: mantener la inclusión como valor interno sin exponerse al escrutinio externo.
En el caso de Nissan, la decisión de alejarse del patrocinio principal está ligada a una estrategia global de recorte de gastos en marketing de causas sociales, priorizando inversiones en innovación tecnológica y movilidad eléctrica. Sin embargo, el impacto reputacional de este cambio es evidente: al dejar de participar activamente en espacios como el NYC Pride, Nissan corre el riesgo de perder la conexión con audiencias que valoran el compromiso social. La empresa se suma así a otras marcas que apoyan el PRIDE solo en contextos no polémicos, mostrando una selectividad cuestionable desde el punto de vista ético.
Citi, históricamente reconocida por sus políticas inclusivas y su apoyo al colectivo LGBTQ+, también se retiró como patrocinador principal del evento. Aunque mantiene una política de inclusión robusta a nivel interno, fuentes indican que la firma financiera busca evitar convertirse en blanco de ataques políticos y perder clientes en mercados más conservadores. Esta decisión revela un dilema que enfrentan muchas empresas: cómo equilibrar su responsabilidad social con sus intereses comerciales en contextos geográficos y culturales diversos.
Por su parte, PwC, consultora global con una larga trayectoria en diversidad e inclusión, ha optado por mantener su participación en el NYC Pride, pero con condiciones: solicitó que su logo no se exhiba públicamente ni en mercancía del evento. Esta postura sugiere que, aunque no ha cortado vínculos, PwC intenta evitar que su marca sea utilizada como símbolo en un debate que se ha vuelto intensamente ideológico. En términos de RSE, esto representa una ambigüedad peligrosa: querer apoyar sin asumir el costo simbólico de ese respaldo.
El patrón común es claro: ante un clima político hostil y campañas de desinformación, estas empresas eligen proteger su reputación en lugar de sostener su liderazgo en derechos humanos. El repliegue de estas marcas que apoyan el PRIDE no solo resta recursos al movimiento, sino que envía un mensaje contradictorio sobre su verdadero compromiso con la inclusión.
Coherencia y credibilidad en juego…
Las causas de este retroceso por parte de las marcas son múltiples. Por un lado, el endurecimiento del discurso político en EE. UU., encabezado por figuras del Partido Republicano, ha puesto en la mira a las políticas DEI y al marketing con enfoque de género y diversidad. Por otro, boicots recientes como el sufrido por Bud Light tras colaborar con la influencer trans Dylan Mulvaney han enviado una señal de alerta: el respaldo visible al PRIDE puede convertirse en un blanco político y mediático. Un estudio de Gravity Research reveló que el 39 % de las marcas en EE. UU. planea reducir su presencia en eventos LGBTQ+ en 2025, frente a solo 9 % en 2023.
Este contexto ha llevado a algunas compañías a solicitar a los organizadores del NYC Pride que sus logos no sean exhibidos públicamente o en mercancía oficial. Incluso empresas que continúan participando han optado por hacerlo de manera discreta, con eventos internos o apoyos no publicitados. La pregunta que surge es si estas medidas obedecen a una estrategia táctica temporal o a un cambio estructural en la forma en que las marcas entienden su responsabilidad social en relación con los derechos LGBTQ+.
Las marcas que apoyan el PRIDE han construido en los últimos años un relato en torno a la inclusión como valor empresarial. Al reducir su visibilidad o retirarse de los eventos más emblemáticos, ese relato se pone en duda. La RSE exige coherencia: lo que se comunica en campañas debe reflejarse en políticas, inversiones y presencia pública sostenida.

Además, estas decisiones impactan no solo a la comunidad LGBTQ+, sino también al capital reputacional de las propias empresas. Los consumidores —en particular las generaciones más jóvenes— evalúan con atención si las marcas actúan con convicción o solo por conveniencia. El activismo performativo, criticado por activistas como una forma superficial de compromiso, queda en evidencia cuando el respaldo se retira en momentos de tensión social.
Desde dentro de las organizaciones, este cambio también puede generar desconfianza entre colaboradores LGBTQ+, quienes podrían interpretar el repliegue como una señal de que su seguridad y visibilidad están condicionadas al clima político. La inclusión no puede ser estacional ni oportunista. De ser así, la cultura corporativa queda vaciada de significado real, y la credibilidad de los programas DEI se erosiona rápidamente.
¿Crisis del modelo de patrocinio o cambio estratégico?
Otro factor que ha influido en este repliegue es la transformación de los esquemas de patrocinio del NYC Pride. En un intento por reducir el peso del marketing sobre el activismo, los organizadores reformularon los paquetes para excluir ciertas actividades comerciales. Esta decisión ha generado incomodidad entre marcas acostumbradas a tener espacios de visibilidad privilegiada. Se trata, en el fondo, de un debate sobre quién debe liderar la narrativa del Orgullo: ¿las corporaciones o las comunidades?
El modelo tradicional de financiar eventos del PRIDE mediante alianzas con grandes empresas está en crisis. Algunas organizaciones LGBTQ+ están explorando nuevas vías de sostenibilidad, como el crowdfunding, los fondos públicos y el patrocinio de fundaciones. Si bien estos caminos ofrecen mayor autonomía, también suponen retos en términos de escala, logística y alcance. En este escenario, las marcas enfrentan una decisión ética: seguir invirtiendo en causas sociales incluso si no hay rédito inmediato, o retirarse y priorizar la neutralidad.
No obstante, hay excepciones. Target, por ejemplo, regresará como patrocinador principal en 2025, a pesar de los ataques sufridos en años anteriores. Este tipo de decisiones muestra que aún existen empresas dispuestas a sostener su compromiso, incluso bajo presión. Para las marcas que apoyan el PRIDE, el futuro pasa por transformar su participación: menos oportunismo visual, más alianzas de largo plazo.
Riesgos de un silencio calculado
El retroceso actual puede leerse como un síntoma de un nuevo conservadurismo empresarial, que prioriza la seguridad reputacional por encima del liderazgo social. Esta lógica, sin embargo, implica un costo: las empresas que antes eran vistas como aliadas pueden ahora ser percibidas como inconsistentes o incluso cobardes ante la presión política. Para muchas comunidades, la retirada en tiempos difíciles equivale a una traición simbólica.
Además, este distanciamiento puede fomentar una narrativa peligrosa: la idea de que los derechos LGBTQ+ son “ideología” o “controversia” y no un asunto de derechos humanos. La renuncia de las marcas a aparecer públicamente refuerza esa lógica, validando, aunque sea por omisión, los discursos que criminalizan o estigmatizan la diversidad.
En ese sentido, la responsabilidad social empresarial no puede ser neutral. En contextos polarizados, la omisión también comunica. Las empresas deben asumir que defender valores implica riesgos, pero también genera confianza, fidelidad y diferenciación ética en el largo plazo.