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La responsabilidad social de la digitalización

Por: Antonio Vives

La mentira ya ha recorrido la mitad del mundo antes de que la verdad se termine de poner los zapatos. Anónimo

En las décadas recientes la penetración de la digitalización en la actividad cotidiana se ha venido acelerando y en especial en la difusión de la información con la proliferación de las redes sociales.  La ubiquidad de los teléfonos móviles inteligentes ha creado dependencia de esa digitalización.  Y la crisis la ha intensificado aún más. Ahora la usamos para sobrevivir el confinamiento, para hacer compras esenciales que antes hacíamos de forma presencial y aun para hacer nuestro trabajo cotidiano, desde casa.

Esta ubiquidad de la digitalización y la facilidad y bajo costo de su uso han creado y acentuado las responsabilidades de la producción y uso de las tecnologías digitales y se está volviendo cada vez necesario considerar las responsabilidades ante la sociedad, no de empresas individuales, o de una industria de empresas, o sino además de la actividad misma, de su uso y abuso.Por lo mencionado es ahora más importante considerar esa responsabilidad en el sentido más amplio.

En mayo del 2020 se publicó un artículoCorporate Responsibility in the Digital Era ,[1] en la revista MIT Sloan Management Review donde se presenta un esquema de esa responsabilidad. Solo destacaremos algunos aspectos que son específicos a la responsabilidad de la digitalización y no los que son comunes a toda responsabilidad empresarial.

El siguiente gráfico presenta un resumen del artículo.  Se puede apreciar que incluye los dos componentes “tradicionales” de la RSE, Social y Ambiental, con aspectos muy comunes a todo tipo de empresas. Incluye un componente que denomina “Económico” que cubre aspectos de la tradicional Gobernanza, pero incluye además un componente específico que es la responsabilidad de la tecnología digital.

Los cuatro aspectos mencionados en el tercer componente coinciden con los tradicionales de la gobernanza, pero con algunas variantes específicas que merecen comentar.  El primero reconoce el poder de la tecnología de afectar la cantidad y dignidad del capital humano a ser substituido por capital tecnológico.  Es una responsabilidad de toda empresa o actividad pero que el caso de la digitalización tiene un potencial impacto muy elevado por lo que es muy oportuno e importante destacar y considerar a la hora de intensificar el uso de las tecnologías.

 De hecho, en una encuesta reportada en el Edelman Trust Barometer 2019  (el informe completo aquí) el principal temor expresado por los empleados fue la pérdida del empleo, ya sea por los cambios tecnológicos (55%), ya sea por la falta de las destrezas necesarias (59%).  El 54% creía que la innovación iba demasiado rápido.

Esto es algo relativamente conocido pero que cada día nos trae nuevas implicaciones. Por ejemplo, el reciente confinamiento mundial ha acelerado el uso del teletrabajo y la educación virtual, lo que a primera vista tiene connotaciones muy positivas pero que un análisis más detallado releva connotaciones negativas, incluyendo en los aspectos de la desigualdad económica y social. No se trata solamente de un problema de substitución de personas por máquinas, sino además de la maquinización de las personas.

 El aumento del teletrabajo conlleva una disminución de la utilización del espacio de oficinas, con el consecuente impacto negativo para las personas que se dedican a la limpieza y mantenimiento de las edificaciones y de toda la industria de comidas, entretenimiento y transporte creada alrededor de esos espacios, entre otros impactos.  La educación a distancia también tiene connotaciones positivas, pero donde su análisis más detallado también revela impactos negativos.  Como en el caso del teletrabajo es más apto para las personas de mayores capacidades económicas e intelectuales. Muchos colegios de educación primaria no han podido continuar la educación a distancia por carecer de las tecnologías y, en algunos casos, de las capacidades de los maestros para manejarlas.  Ambas actividades, teletrabajo y teleeducación contribuyen a la desigualdad al afectar más negativamente a las personas con menores ingresos y niveles de educación.  Adicionalmente, reducen el contacto social, el desarrollo de las culturas empresariales y el desarrollo de las destrezas de la convivencia con otras personas. Se corre el riesgo de la deshumanización de los trabajadores y de los alumnos.

El tercer aspecto sobre el pago de los impuestos que tocan no es exclusivo de esta actividad, pero al ser esta menos tangible, que por ejemplo la manufactura, facilita la ubicación de las fuentes de ingresos y costos de tal manera de localizarlos en los territorios dependiendo de la fiscalidad.  Se presta para la elusión fiscal. Los ingresos se ubican en territorios de baja fiscalidad (Irlanda, Luxemburgo, paraísos fiscales), en tanto que los costos se imputan en los territorios que permiten el mayor desgravamen fiscal (para mayores detalles ver los artículos Eludir y evadir impuestos: ¿Hasta dónde llega la irresponsabilidad empresarial?¿Un paso adelante contra la elusión fiscal?, donde considerábamos el caso de algunas empresas de base digital).  

El artículo del MIT añade un componente específico a la digitalización a los ya tradicionales ASG (ambiente, social y gobernanza) de la RSE de las empresas en general: el tecnológico (que aunque también existe para estas no se suele destacar mucho en las discusiones tradicionales de la RSE).

Se refiere a la responsabilidad en la captación, uso, procesamiento, diseminación y disposición de la información digital, en particular la captada de forma espontánea del público.  La principal preocupación ha sido el abuso de esa información, el mantenimiento de la privacidad (con motivo de algunos abusos habíamos analizado la responsabilidad ante la sociedad de una de las mayores empresas digitales en La responsabilidad social de Facebook).  En este componente, el artículo señala cuatro aspectos, pero comentaremos solo el primero ya que los siguientes tres son relativamente más obvios.

La ética en el uso de los algoritmos y de la inteligencia artificial, no es tan obvia para el gran público.  Los algoritmos son reglas, a veces complejas, para tomar de decisiones que suelen ser desarrollados por personas, empresas o instituciones con el fin de utilizar la inmensa cantidad de información que se recopila continuamente (big data) para, por ejemplo, ofrecer productos a ese público en función de sus intereses expresados, directa o indirectamente en los foros donde los expresa en función de los sitios internet que visita. Se usan algoritmos, por ejemplo, para determinar la concesión de créditos basada en el historial crediticio y otras características y comportamiento de las personas o empresas. Se usan para la selección del personal, también en función de características y comportamiento, basadas en información que ha sido recopilada muchas veces sin el conocimiento de las mismas personas. 

Estos algoritmos y la inteligencia artificial (aprendizaje derivado del análisis de un gran número de decisiones tomadas por otros en circunstancias que tienen algo en común, por ejemplo, analizando miles de operaciones llevadas a cabo por médicos) suelen ser de propiedad exclusiva de los que los desarrollan, sin que los que hayan proporcionado la información lo sepan o sepan que hay dentro de la “caja negra” que toma las decisiones. Suelen ser secretos. Pudiendo ser estos algoritmos muy poderosos y tener una gran influencia sobre la vida de las personas, empresas e instituciones, es que se requiere su desarrollo y utilización ética.  Se pueden utilizar para el bien, por ejemplo, para una asignación más eficiente y efectiva de recursos, pero también para el mal, por ejemplo, para discriminar o excluir a personas por sus características, como género, edad, gustos, comportamiento, opiniones, etc.  

Y una gran responsabilidad de la digitalización es el control de información que es falsa y que puede ser dañina para la sociedad. Cuanta zozobra se ha creado en la actual crisis con la diseminación de bulos e información incorrecta o simplemente falsa (Los bulos de la pandemia: cuántos, cuáles, dónde, cómo y quiénes). Si bien es cierto que la responsabilidad recae en las personas o instituciones que la crean y diseminan, no es menos cierto que es la tecnología digital es la que permite su diseminación masiva e instantánea y por ende su impacto negativo.  Los medios tecnológicos de recopilación, procesamiento, uso y difusión de la información tienen gran parte de responsabilidad en controlar esa información.   No es que sea fácil determinarlo ex ante, pero pueden poner los algoritmos y la inteligencia artificial que mencionábamos antes para identificarla y controlarla.  Usarlos para el bien de la sociedad.

Ante los riesgos de la captación, uso, procesamiento, diseminación y de la información digital, la Unión Europea ha desarrollado extensas regulaciones para minimizarlos (ver Reglamento general de protección de datos), que entraron en vigencia en mayo del 2018 y que se cubren los siguientes derechos: 

  1. El derecho a ser informado.
  2. El derecho al acceso.
  3. El derecho a la rectificación.
  4. El derecho a la eliminación.
  5. El derecho a restringir el procesamiento.
  6. El derecho a la portabilidad.
  7. El derecho a objetar.
  8. Derechos relacionados con la toma de decisiones automatizadas y la generación de semblanzas (profiling).

 Ojalá esta responsabilidad de la digitalización sea asumida urbi et orbi.

 ¡Qué iluso!

Post Data:  el 26 de mayo del 2020, Twitter, primera vez en su historia, utilizó la advertencia sobre posibles hechos falsos.  Le añadió la designación de “No corroborado” a una aseveración del………. !!!Presidente Trump!!!, donde decía que la expansión del voto por correo en California conduciría al fraude. Twitter invita a los lectores a verificarlo e incluye nexos.


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