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Imágenes de la filantropía en Sinaloa

La corta vida de la mayoría de las organizaciones que narran su surgimiento y vocación confirman que la filantropía organizada en Sinaloa es de cosecha reciente

La filantropía, es decir, la conducta que nos lleva a ayudar en forma desinteresada a los demás, se ha practicado a lo largo de mucho tiempo en los barrios populares, en las comunidades rurales e indígenas, entre las clase sociales de bajos ingresos y en algunos personajes de las clases medias y altas, como ha sucedido en el extraordinario ejemplo de Romanita de la Peña, creadora de un orfanatorio en Mazatlán a principios del siglo XX.

Pero la filantropía mexicana no ha gozado de organicidad, permanencia y menos de institucionalidad. Ha tenido una existencia difusa.

Al igual que el capital social, la filantropía en México, es decir, la capacidad de dar y recibir solidaridad, construir redes de cooperación, mantener a la confianza como cemento de nuestras relaciones, por un lado, y por otro, la capacidad de dar sin esperar recibir, han sido inconstantes.

De la misma manera, la sociedad civil mexicana es débil, poco extendida y con una corta historia.

Muy probablemente son dos las razones por las que el capital social y la sociedad civil mexicana tienen poca fortaleza. Una de ellas es que por más de un siglo, desde los inicios del porfiriato, a la crisis del régimen de partido casi único, el Estado impidió o corporativizó los intentos de organización independiente de los ciudadanos, y creó una cultura social de subordinación e incluso de dependencia.

La otra es que la familia mexicana, a pesar de cambios en su estructura, tamaño y cultura, tiende a ser proteccionista, y desconfiada hacia quienes no son sus miembros.

Este proteccionismo limita la autonomía de las personas y un desarrollo personal basado en los propios esfuerzos y capacidades de los individuos. Cuando los padres y los abuelos protegen y proveen en exceso a sus descendientes, dificultan la búsqueda de la asociatividad, solidaridad y cooperación, para resolver problemas y necesidades con otros miembros de la sociedad.

La familia mexicana llega a ser tan proteccionista que puede abandonar la moralidad y convertirse, al menos en algunos aspectos, en amoral, cuando solapa las desviaciones o deficiencias de sus integrantes, o cuando confunde los intereses colectivos y/o públicos, con los intereses de sus miembros e impone a toda costa el beneficio privado de los suyos por encima de los derechos y méritos de los demás.

Con esas estructuras sobre las que actúan los mexicanos, la filantropía se topa con serias dificultades para solidarizarse desinteresadamente con otros de manera organizada y sistemática y se limita a lo que de manera espontánea brota en el barrio, el centro de trabajo, la escuela, la comunidad.

Tomando en cuenta lo anterior, todos los esfuerzos por forjar sociedad civil, capital social y una cultura filantrópica en México deben ser aplaudidos y, sobre todo, respaldados.

En nuestro país ha habido personas ricas altruistas y filantrópicas, pero la historia de empresas con programas filantrópicos es muy reciente y delgada. La preocupación de los empresarios por la ayuda desinteresada tiene pocos representantes.

Cuando leemos el libro Imágenes de la Filantropía en Sinaloa con fotografía de Luis Brito, nos damos cuenta que lo que decimos para el país es cierto para nuestro estado.

El Ingeniero Alejandro Elizondo Macías, en la presentación de este libro, nos comenta que «La historia de las prácticas sociales ligadas a la filantropía en Sinaloa apenas comienza a ser develada».

Es cierto, pero habrá que decir que también empieza a construirse. La corta vida de la mayoría de las organizaciones que narran su surgimiento y vocación confirman que la filantropía organizada en Sinaloa es de cosecha reciente.

La gran mayoría de las organizaciones que aparecen en esta obra que comentamos nació del dolor, la carencia, la necesidad, el desamparo y el olvido, pero también en la mayoría de los casos, de un amor incondicional a los hijos, los hermanos, los padres o, simplemente, a los otros que necesitan de nuestra entrega.

Si nos fijamos bien al leer el libro, los temas dominantes que articulan a la mayoría, de las 26 organizaciones de asistencia privada, que aparecen en la obra que abordamos son, salud y pobreza que, junto a los problemas del medio ambiente, mala educación y violencia, son los grandes problemas nacionales.

El Estado mexicano en los años ochenta al empezar a reducir el gasto social se fue alejando de muchos asuntos de salud y educación públicas, y al aplicar medidas de política económica neoliberal fue reduciendo los salarios de las clases bajas y medias, a la vez que toleró la presencia del crimen organizado y con ello el incremento de la violencia.

No es casualidad que, con la excepción de una organización, todas las demás, de las veintiséis que se han agrupado en Sinaloa, hayan surgido de los años ochenta en adelante.

Ante este nuevo panorama la población mexicana no supo, o no pudo crear la sociedad civil necesaria para ocupar los vacíos que dejaba el Estado, y que los empresarios no podían o no querían llenar porque los espacios abandonados no eran lucrativos.

¿Qué empresario quería abrir clínicas para niños autistas, para niños con parálisis cerebral, con síndrome de down o con debilidad visual si su costo de educación, mantenimiento y capacitación son muy altos?

Si el Estado no aportaba los suficientes recursos par atender a niños, jóvenes y adultos con necesidades especiales ¿quién, entonces, los iba a atender?

Nadie más que la familia. Pero el gasto para atender a una persona con discapacidad es muy alto y que además es para toda la vida, ¿qué pueden hacer las familias de bajos ingresos, quienes son mayoría en México?

Una parcial respuesta ha sido la creación de las asociaciones de padres que con sus propios esfuerzos colectivos y el apoyo, no siempre constante porque es difícil, de individuos y grupos privados, y a veces del sector público, han sostenido casi milagrosamente a las instituciones que atienden a sus hijos.

De igual manera, ante la falta de capacidad del Estado para enfrentar la violencia empiezan a surgir las organizaciones civiles que luchan contra ella como es Unidas por La Paz.

Ningún tipo de sociedad puede desarrollarse sanamente sin solidaridad recíproca, confianza, compasión, filantropía y altruismo, componentes esenciales de una sociedad humanitaria, al margen de que el Estado sea fuerte o no, o de que predomine la economía de mercado.

Es por eso que tenemos que saludar calurosamente y alentar a las 26 asociaciones que aparecen en el libro Imágenes de la Filantropía en Sinaloa y a la vez reconocer que si bien, ese ramillete de organizaciones civiles, no son las únicas de su tipo en Sinaloa, las que hay son insuficientes para enfrentar la montaña de problemas que enfrentamos.

Esperamos que el público se interese en el ejemplo de estas organizaciones y en la lectura de esta obra que nos demuestra el esfuerzo sostenido y valioso de decenas de sinaloenses y la senda que podemos seguir miles más para enfrentar los crecientes desafíos de la sociedad contemporánea.

Fuente: Noroeste.com

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