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George Soros: «El dinero da poder. No está bien, pero es un hecho»

1sorosPara algunos, George Soros es un filántropo visionario, que ha donado más de US$8.000 millones en los últimos 30 años.

En 1984, inspirado en las ideas del filósofo austro-británico Karl Popper, quien había sido uno de sus profesores, Soros estableció su Fundación para una Sociedad Abierta, que defiende la libertad, la democracia y los derechos humanos.

Sin embargo, sus detractores aseguran que no tiene credenciales democráticas o éticas y que con su filantropía lo único que busca es comprarse un puesto en las poderosas mesas de discusiones políticas.

Después de todo, dicen, él fue el hombre que llevó a la quiebra al banco central de Inglaterra en 1992, cuando sus especulaciones precipitaron la devaluación de la libra esterlina y le reportaron, en un día, un beneficio personal de más de US$1.000 millones.

El financista de origen húngaro, de 80 años, conversó con la BBC con motivo de la publicación del libro «La filantropía de George Soros».

En la introducción del libro, usted dice que quería ganar una fortuna pero que temía el tremendo estrés que significaría el proceso de hacer dinero. ¿Cómo logró compaginar su pasión por el dinero con la filantropía?

Todos los seres humanos tenemos muchas inconsistencias. Hubo un momento particular en que pensé que me iba a dar un infarto, debido a la presión que tenía.

Fue en ese momento en que me pregunté si me estaba noqueando a mí mismo sólo por querer enriquecerme.

Entonces decidí establecer una fundación, porque pensé que sólo valía la pena noquearme si podía ayudar a otras personas o contribuir a que el mundo fuera mejor.

Pero he pasado la mayor parte de mi vida tratando de compaginar los diversos aspectos de mi personalidad.

¿Cree que son muchos? Usted dice que heredó características de las personalidades de su padre y de su madre.

Creo que muchas de estas inconsistencias se deben a eso. Yo los quería a ambos y absorbí de los dos. Están dentro de mí.

Yo diría que mi personalidad se parece más a la de mi madre. Ella era muy intrusa y yo tenía que defenderme.

Mi padre, por su parte, era muy generoso y estaba dispuesto a distanciarse de mí. Por eso me ayudó a salir del hogar cuando yo tenía 17 años.

Cuando volvimos a vivir juntos, cuando yo tenía 26, me alegró acogerlos en mi propia casa porque habían tenido la gran generosidad de empujarme al mundo.

Usted tenía 13 años cuando Hungría fue ocupada por los nazis, en 1944. ¿Cómo era entonces la vida cotidiana?

La vida de nuestra familia, que era de la clase media, se vio trastornada por la ocupación alemana. Tuvimos que abandonar nuestro hogar y adoptar identidades falsas.

Para mí ser judío era ser diferente, formar parte de una minoría y siempre considerar la otra cara de la moneda ante cualquier problema.

También aprendí a ser más rebelde porque, a pesar de que éramos de clase media, mi padre nos enseñó a rechazar los valores burgueses, a rechazar la idea de que los bienes materiales son tan importantes.

De hecho, lo aprendí bien porque de lo contrario no sería capaz de darles mi dinero a otros.

En 1947 usted vino al Reino Unido y comenzó a estudiar en la London School of Economics. Un año después, Estados Unidos impulsó el Plan Marshall para apoyar a las sociedades europeas después de la Segunda Guerra Mundial, pero también tenía por objetivo abrir mercados para las compañías estadounidenses. ¿Piensa que EE.UU. debió haber sido más honesto sobre los aspectos contradictorios del plan?

Creo que eso es algo que estaba bien claro en ese momento y me parece que fue un gesto político extraordinariamente generoso, que distinguió a EE.UU. en esa época si se lo compara, por ejemplo, con su comportamiento a raíz del colapso de la Unión Soviética.

La apertura es un asunto muy importante para usted, pero también es algo muy complejo. Cuando la Unión Soviética colapsó, lo que quedó del país se abrió a empresarios muy rapaces y Rusia es tal vez el único país europeo donde la pobreza absoluta ha aumentado.

Sí, pero cuando pasó, la mayoría de las personas no tenían claro si era una victoria del capitalismo sobre el comunismo o un triunfo de la sociedad abierta sobre la cerrada.

Yo pensaba que se debía a lo segundo pero la mayoría de la gente, incluidos casi todos los políticos y empresarios de EE.UU., pensaban lo contrario.

Fue el colapso de un sistema represivo y cerrado. Pero al capitalismo no le fue muy bien en Rusia.

Muchas cifras indican que durante tres o cuatro años del gobierno de Boris Yeltsin la liquidación de activos fue enorme, aunque luego Vladimir Putin restableció un poco el modelo soviético.

Por supuesto, pero eso fue capitalismo de ladrones.

¿Qué diferencia hay entre el «capitalismo de ladrones» y el capitalismo?

Hay una gran diferencia porque el capitalismo puede ser, y de hecho es, algo lícito. Si no lo es, no funciona muy bien.

Soy un capitalista y, aunque suene raro, creo en el sistema capitalista, pero considero que es imperfecto y se debe mejorar.

El comunismo era atractivo. De hecho, yo sentía curiosidad por el comunismo. Pero estaba equivocado. Ahora lo considero un sistema idealista que, en la práctica, no funciona ni puede funcionar.

Uno de los lugares donde su fundación ha tenido dificultades es China. Aunque se puede plantear que no es un sistema comunista, el país está dirigido por comunistas y su éxito económico ha sido extraordinario.

Es un Estado con un solo partido pero lo gobiernan siguiendo el modelo capitalista y el sistema posibilita que la gente se enriquezca.

Su éxito se debe precisamente a este enriquecimiento y a que, como no es una democracia, los gobernantes saben que tienen que satisfacer las expectativas mínimas del pueblo.

Una de las tristes paradojas del mundo actual es que el gobierno de China funciona mejor que el de Estados Unidos.

¿O sea que las sociedades cerradas pueden ser mejor que las abiertas?

Por un tiempo. En estos momentos es una paradoja que el gobierno en China funciona mejor.

Sin embargo, me parece que China está en camino de transformarse en una sociedad más abierta. Se ven muchas señales de apertura.

El futuro de nuestra civilización depende de si China se transforma de una sociedad cerrada, unipartidista, a algo más democrático. Si no lo hace, podría terminar en una catástrofe, en una guerra muy destructiva.

¿Cree usted que si las democracias tienen cada vez mayores problemas económicos -como lo que pasa en Grecia o, según usted, en Estados Unidos- las sociedades cerradas, con gobiernos más autoritarios, puedan llegar a ser atractivas porque parecen tener un mayor éxito económico?

Eso es algo que ya estamos enfrentando. China ya está ofreciendo una alternativa al capitalismo occidental, que es cosmopolita, internacional, con su sistema que yo llamo capitalismo de Estado.

Otra paradoja es que EE.UU. siempre ha sido el icono de la apertura, pero ha apoyado a muchas sociedades cerradas.

Sí. De hecho, el concepto de sociedad abierta que me inspiró se ha derrumbado. Además de no ser adecuado para el mundo actual, encierra un error conceptual.

Popper, como filósofo, daba por sentado que el objetivo del pensamiento crítico y el discurso político era comprender el mundo y establecer reglas, etcétera, para guiar la vida social.

En realidad, el discurso político democrático tiene como meta tergiversar la realidad, mentirle a la gente y manipular datos para ganar las elecciones.

El pensamiento tiene un doble papel: la función cognitiva en la que Popper basó su teoría y lo que yo llamo la función manipuladora.

Muchos dicen que la democracia es un mal sistema, pero que es mejor que los otros. Usted ha ejercido un gran poder en diferentes partes del mundo, a través de su fundación. Ese poder ha estado sustentado por su gran riqueza y sus conexiones. ¿Pero de dónde viene su autoridad? La autoridad de un gobierno, por ejemplo, la otorga una votación. ¿Y la suya?

Del dinero. El dinero es poder. Pero el dinero también es libertad. Y yo valoro más la libertad que el poder.

Personalmente, me importa más entender el mundo, tratar de acercarme a la verdad, que ejercer poder.

Mi primera regla es evitar hacer daño a los demás y si uno ejerce el poder así, disfruta la posibilidad de tener un impacto positivo.

Si uno lo hace sin entender esto, corre el riesgo de obtener resultados muy diferentes de lo que uno esperaba.

Aunque su principio es de no hacer daño, y en eso centra el trabajo de su fundación, usted sigue al frente de un fondo de cobertura [«hedge fund»]. Estos fondos, casi por definición, pueden hacer daño. Fondos como el suyo, en este momento están decidiendo si invertir en el euro, lo que podría tener enormes consecuencias para la vida de los europeos.

Hay algunos fondos de cobertura que hacen mucho daño y, hasta cierto punto, algunas de nuestras actividades sin duda han afectado a divisas, pero incluso cuando estaba en la cima de mi éxito eso representaba una minúscula parte de nuestra acción en los mercados.

Si yo hubiera ido en contra del mercado, en lugar de adivinar hacia dónde iba el mercado, mi acción por ejemplo no hubiera llevado al colapso de la libra esterlina.

Aunque me consideran el hombre que causó la bancarrota del Banco de Inglaterra, en realidad no fue obra mía. Fue el mercado quien lo hizo.

Yo adiviné hacia dónde iba ese mercado y fui un elemento importante de él porque le di ímpetu. Pero no causé la bancarrota del Banco de Inglaterra.

¿Tenían sus acciones alguna dimensión ética?

Al principio, no. Porque el hecho de que yo comprara determinada acción, como un participante anónimo del mercado, no influía en el precio de esa acción.

Cuando me hice conocido, me trataban como un gurú, si decía algo sobre el oro, por ejemplo, los mercados me seguían. Entonces influía en los mercados. Así comenzó a tener una dimensión ética.

Eso complicó mi vida considerablemente y me hizo mucho más difícil dirigir el fondo.

¿Usted cree que es correcto que alguien tenga autoridad a partir del dinero?

No, pero es un hecho. Soy muy crítico de la actitud estadounidense de tenerle un gran respeto a la gente que tiene mucho dinero sin preguntarse cómo lo han ganado.

Incluso hoy me tratan con más respeto por tener dinero que por mi filantropía.

Hay gente buena y gente mala. Eso es parte de la humanidad. Yo no me identifico con ninguno de los dos grupos. A veces los buenos son demasiado buenos para mi gusto.

Yo soy uno de los que tienen cosas buenas y cosas malas. Ahí es donde coinciden mi parte filantrópica y mi parte financiera.

Pero, ante todo, me considero humano y mortal. No soy religioso y sé que no seguiré aquí, que no existiré. El «yo» es algo temporal. Lo único que temo de la muerte es que voy a dejar de pensar.

Fuente: Bbc.co.uk
Por: Philip Dodd.
Publicada: 27 de junio de 2011

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