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Fósiles no, fast fashion sí: la contradicción verde en la Gen Z

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En los últimos años, la llamada Generación Z ha ganado protagonismo como un colectivo socialmente activo, consciente del medioambiente y crítico de los combustibles fósiles. Son jóvenes que marchan por el clima, exigen políticas de transición energética y denuncian la inacción de gobiernos y empresas. Sin embargo, esta conciencia ambiental parece diluirse cuando se trata de sus hábitos de consumo.

Recientemente, la directora ejecutiva de Woodside, Meg O’Neill, desató una polémica al señalar esta incongruencia: jóvenes que condenan al gas y al petróleo mientras consumen productos baratos vía Shein o Temu, sin cuestionar la huella de carbono de sus decisiones. Más allá del tono, sus palabras abren una discusión necesaria sobre la contradicción de la Gen Z entre su discurso verde y su comportamiento cotidiano.

Un rechazo ideológico con prácticas poco sostenibles

O’Neill describe un fenómeno evidente: el entusiasmo juvenil contra los combustibles fósiles coexiste con una dependencia digital de bienes que requieren energía intensiva para producir y transportar. En sus palabras, “enchufan sus dispositivos, piden cosas en línea y esperan que las luces se enciendan” sin reconocer el impacto energético detrás.

Este comportamiento revela una desconexión entre las causas que defienden y las prácticas que sostienen. Las plataformas de moda rápida, tan populares entre los jóvenes, no solo emiten toneladas de CO2 en logística y producción, sino que dependen de redes globales de extracción y energía fósil para operar. La defensa del planeta no puede limitarse a discursos en redes sociales.

contradicción de la Gen Z

O’Neill no es una vocera ambiental ni pretende serlo, pero al exponer esta incoherencia da en el blanco: la contradicción de la Gen Z refleja un activismo simbólico más que estructural. Una generación puede ser aliada del clima, pero no si sus acciones refuerzan las dinámicas que buscan erradicar.

La industria fósil bajo presión y a la defensiva

La molestia de O’Neill no surge en el vacío. Woodside enfrenta críticas por su intención de extender operaciones hasta 2070 y por las 74 millones de toneladas de CO2 que generó su producción el año pasado. Además, su nuevo proyecto de GNL en Luisiana ha sido catalogado como incompatible con los compromisos climáticos globales.

Ante este contexto, culpar a los jóvenes por la crisis climática parece una estrategia defensiva. Líderes de Greenpeace, la Coalición Juvenil por el Clima y el partido Verde respondieron que las responsabilidades no pueden trasladarse a consumidores individuales, especialmente cuando enfrentan una crisis del costo de vida. La magnitud del problema requiere cambios sistémicos, no acusaciones individuales.

Sin embargo, estas críticas no invalidan del todo la observación: los hábitos individuales importan, sobre todo cuando se masifican. Negar la responsabilidad corporativa no implica eximir de responsabilidad a quienes consumen sin cuestionar. La conversación debe evolucionar de la culpa al cambio colectivo.

Fast fashion: el talón de Aquiles de la conciencia ambiental

Uno de los sectores que encarna la contradicción de la Gen Z es la moda rápida. Este modelo de negocio, que promueve ciclos de consumo acelerado y obsolescencia estética, es altamente dependiente de combustibles fósiles, tanto en la manufactura como en el transporte global. Pese a ello, las marcas low cost siguen siendo tendencia entre los jóvenes.

Shein y Temu, citadas por O’Neill, son ejemplo de esta paradoja. Sus precios bajos y constante renovación seducen a una generación que, paradójicamente, defiende la sostenibilidad. Las prendas, a menudo hechas con materiales sintéticos derivados del petróleo, terminan desechadas en menos de un año, contribuyendo a la saturación de vertederos y microplásticos en los océanos.

La solución no pasa por cancelar a la Gen Z, sino por promover alternativas que sean accesibles y coherentes con sus valores. La educación sobre consumo responsable, los modelos circulares y el fortalecimiento del comercio local son estrategias clave para alinear intención y acción.

contradicción de la Gen Z

Una contradicción generacional que también interpela a la industria

Hablar de la contradicción de la Gen Z no implica negar sus aportes al movimiento climático, sino señalar una tensión presente en toda la sociedad. Los consumidores, sin importar su edad, viven en sistemas que les imponen opciones insostenibles como norma. La responsabilidad no es exclusivamente suya, pero tampoco deben quedar exentos de cuestionamiento.

Al mismo tiempo, las empresas como Woodside deben asumir su papel protagónico en la crisis climática. Culpar a los jóvenes desvía el foco de su propio impacto: inversiones millonarias en proyectos fósiles hasta 2070 no son compatibles con los objetivos del Acuerdo de París. El sector privado debe liderar con coherencia si espera una ciudadanía más consciente.

En ese sentido, el discurso de O’Neill podría haberse traducido en una autocrítica productiva. Reconocer que la transición energética exige coherencia tanto en el consumo como en la producción permitiría construir puentes, en lugar de trazar líneas divisorias que debilitan el diálogo.

contradicción de la Gen Z

La coherencia como desafío intergeneracional

La defensa del medioambiente no puede dividirse en bandos de edad o poder adquisitivo. El cambio climático es un fenómeno global que requiere la participación de todos: consumidores informados, empresas responsables y gobiernos comprometidos. Señalar las inconsistencias en las prácticas juveniles no debe ser excusa para perpetuar las propias.

La contradicción de la Gen Z es un espejo que revela nuestras propias tensiones como sociedad. Solo reconociéndolas y trabajando en soluciones estructurales, podremos avanzar hacia un modelo de desarrollo verdaderamente sostenible. Las palabras deben ir acompañadas de acciones, y eso aplica tanto en la trinchera digital como en las salas de juntas corporativas.

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