En el suroeste de Memphis, una fábrica abandonada se transformó en símbolo de innovación… y de controversia. Ahí, la empresa de inteligencia artificial xAI, propiedad de Elon Musk, instaló lo que define como la “supercomputadora más grande del mundo”: Colossus. Con ella, se entrena Grok, su chatbot “anti-woke”, y se promete una revolución tecnológica impulsada desde el corazón del Delta Digital.
Pero mientras los titulares celebran esta avanzada infraestructura, los vecinos de Boxtown —una comunidad históricamente marginada— enfrentan otra realidad. La supercomputadora de Musk llegó con decenas de turbinas de gas que emiten contaminantes peligrosos. Para muchos residentes, lejos de progreso, esto representa un nuevo capítulo de contaminación en una ciudad ya saturada de industrias tóxicas.
xAI en Memphis: empleo, potencia… y turbinas contaminantes
La llegada de xAI a Memphis fue vendida como una oportunidad de oro: empleos bien pagados, recaudación fiscal y un salto al futuro digital. La instalación de Colossus se alineaba con el objetivo de transformar a la ciudad en un centro neurálgico de tecnología avanzada. El alcalde Paul Young respaldó el proyecto, estimando que generaría más de 30 millones de dólares en impuestos en su primer año.
Pero no todos aplaudieron la llegada de la supercomputadora de Musk. En Boxtown, comunidad predominantemente afroamericana, la alarma creció cuando se instalaron 35 turbinas de gas en las instalaciones. Sin permisos de aire vigentes y aprovechando una laguna legal para justificar turbinas “temporales”, la empresa desató el descontento de grupos vecinales y ambientalistas.
Estas turbinas, diseñadas para alimentar el enorme consumo energético del centro de datos, emiten contaminantes vinculados al smog, enfermedades respiratorias e incluso cáncer. Para Sarah Gladney, quien vive a pocos kilómetros y sufre una afección pulmonar, “nunca se tuvo en cuenta nuestra salud ni la seguridad de nuestras comunidades”.
Tóxicos en el aire: la otra cara de la supercomputadora de Musk
Las turbinas de xAI liberan óxidos de nitrógeno, formaldehído y partículas ultrafinas. Estos contaminantes no solo contribuyen al smog, sino que están asociados con ataques de asma, disminución de la función pulmonar, cáncer y muertes prematuras. Con 420 megavatios de potencia —el equivalente a una planta eléctrica mediana— xAI podría convertirse en una de las principales fuentes de contaminación del condado.
Los residentes del suroeste de Memphis conocen esta historia. Viven entre una refinería, una planta siderúrgica y una central de gas. En 2021, lograron detener un oleoducto y en 2023, forzaron el cierre de un centro de esterilización médica tóxico. Ahora, enfrentan a la supercomputadora de Musk, pero la pelea es más desigual.
Musk es cercano al presidente Trump, un defensor férreo de la inteligencia artificial y detractor de la regulación ambiental. Desde que volvió al poder, su administración ha recortado fondos para programas de justicia ambiental y eliminado más de una docena de normas de contaminación. En este contexto, comunidades vulnerables como Boxtown quedan aún más expuestas.
Impacto social: promesas que no convencen
Aunque xAI promete cientos de empleos bien remunerados, líderes comunitarios como KeShaun Pearson dudan que la población local acceda a ellos. “Los centros de datos no requieren mucha mano de obra”, dijo, advirtiendo que los únicos empleos podrían ser de limpieza o vigilancia. Tampoco cree que los ingresos fiscales compensen el deterioro de la salud pública.
El acceso a la información también ha sido opaco. Legisladores locales denuncian que se enteraron de la instalación cuando ya estaba en funcionamiento. Algunos residentes afirman que las decisiones fueron tomadas a espaldas de la comunidad, lo que alimenta el sentimiento de desconfianza hacia xAI y las autoridades locales.
Lo que más preocupa es la falta de controles. Hasta ahora, xAI ha operado sin permisos formales, amparándose en tecnicismos legales. Aunque el alcalde ha prometido que las turbinas no permanentes serán retiradas, no hay un cronograma definido. Para muchos, se trata de una muestra de cómo el poder económico puede evadir las reglas con facilidad.
¿Innovación a costa de comunidades vulnerables?
El caso de Memphis expone una tensión creciente: ¿la innovación tecnológica puede justificarse si perpetúa desigualdades ambientales? La supercomputadora de Musk, presentada como símbolo de progreso, funciona gracias a turbinas que contaminan en uno de los barrios más vulnerables del país. La promesa de modernidad contrasta con realidades marcadas por enfermedades y desamparo.
Según el representante Justin Pearson, “los centros de datos siempre se instalan en comunidades pobres”. En su opinión, esto refleja una tendencia preocupante en la expansión de la IA: que sus beneficios y sus costos no se distribuyen de manera justa. Las ganancias se concentran, mientras las externalidades recaen sobre quienes ya viven con múltiples desventajas.

Esta problemática cobra aún más relevancia en el contexto de la política ambiental de Trump, que prioriza la IA como motor económico. Si se multiplica el modelo de Memphis, muchas más comunidades podrían convertirse en “zonas de sacrificio”. La innovación, entonces, deja de ser una promesa de bienestar y se convierte en otra cara del extractivismo.
Aire limpio o poder de cómputo
El debate en Memphis no es solo técnico ni económico. Es ético y político. La supercomputadora de Musk ha obligado a los ciudadanos de Boxtown a plantearse si el avance digital justifica su deterioro ambiental. ¿Debe una comunidad vulnerable soportar nuevas cargas en nombre del progreso?
En un mundo donde la IA definirá el futuro, también debemos decidir qué modelo queremos construir. Uno basado en justicia climática y responsabilidad social, o uno que normaliza el sacrificio de los más débiles. Porque como dijo una vecina de Boxtown: “merecemos respirar aire limpio, incluso si eso significa ralentizar un poco la carrera tecnológica”.