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El viejo (hombre) y el mar; una relación de amor-odio

Amanece en Alaska, un lugar al que muchos compararían con el edén; el mar, la fauna y la vegetación conviven en perfecta armonía… hasta que un coloso de metal y grasa choca con el arrecife de coral y a su paso derrama 37,000 toneladas de crudo, manchando y afectando por años más de 2,000 km de costa. Es el 24 de marzo de 1989 y el Exxon Valdez, con una carga de 11 millones de galones de crudo, acaba de encallar.

¿Fue del todo negativo el terrible incidente? Deberíamos decir que sí, sin embargo no fue así. La indignación causada por el terrible accidente motivó que la sociedad exigiera a las empresas reportar más allá de sus cifras duras de pérdidas y ganancias, datos sobre sus impactos ambientales; ése fue el momento en que los informes de responsabilidad corporativa vieron su primer atisbo.

Los mares han sufrido desde hace muchos años la falta de cuidado del hombre, algunos dirían incluso su impertinencia. El Exxon Valdez si bien es una ícono, una mancha negra (literalmente) en la histórica relación del hombre y el agua, no sería el único incidente. ¿Quién puede olvidar el 20 de abril, cuando la plataforma petrolífera Deepwater Horizon de British Petroleum (BP), provocó un colosal derrame en el Golfo de México? ¿Quién puede exonerar a TEPCO de la responsabilidad de manchar el agua con radioactividad tras el terremoto y tsunami de Japón el 11 de marzo pasado?

Sí, la relación del hombre y el agua ha sido turbia y llena de remolinos, no sólo en accidentes industriales como los citados sino también a través de su feroz instinto depredador. ¿Cuántas especies se han extinguido por esto? ¿Cuántas más están en peligro de hacerlo? ¿Ha escuchado hablar de la matanza de delfines y tiburones en Japón y China? ¿De la abyecta caza de focas en Canadá? ¿De la descontrolada persecución de ballenas en Noruega?

En contraparte, el pasado 2011 una pequeña embarcación de velas fue botada a los mares; su misión: luchar frente a frente con los gigantescos balleneros y los buques petroleros. El Rainbow Warrior III, la más reciente embarcación de Greenpeace custodia hoy las aguas, lo mismo que sus dos predecesores. Las embarcaciones de Greenpeace han llevado a los activistas a situarse frente a los arpones para salvar a las ballenas, a detener los vertidos al mar de barriles de residuos tóxicos y radiactivos, a bloquear envíos de madera ilegal y a poner fin a los ensayos nucleares ¿Y todo esto con un pequeño bote? —podría usted preguntarse— no se deje engañar…
Construido como un buque de campaña, el Rainbow Warrior III cuenta con modernos equipos de comunicaciones y dos lanchas rápidas; incluso con su limitado tamaño es capaz de transportar un helicóptero. Puede llegar a los sitios más recónditos para documentar y mostrarle al mundo las amenazas ambientales que enfrentamos. Pero además es un buque eco-eficiente, su marco único de mástiles, en forma de A, soportan 1260m2 de velas, ayudando a mantener su huella de carbono al mínimo y haciendo de ésta, una de las embarcaciones más ecológicas de su clase.

Sí, es cierto… la relación de algunos hombres con los mares no ha sido en absoluto benéfica para los ecosistemas, sin embargo, el surgimiento de organizaciones como Greenpeace o PNUMA y el nacimiento de los informes de sustentabilidad como documentos de RSE, tras los sucesos citados, han sido batallas ganadas en una lucha en donde a pesar de sentir que el agua nos llega hasta el cuello… aún hay esperanza.

Fuente: Revista Equilibrio, p. 30.
Por: Expok, consultoría y medios en RS.
Publicada: febrero de 2012.

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