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Desde respuestas que incitan al suicidio, hasta impulsos violentos: El resultado de la terapia con IA

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En un contexto donde la salud mental enfrenta barreras económicas y de acceso, la terapia con IA ha emergido como una posible solución democratizadora. Millones de personas, especialmente jóvenes, exploran estas plataformas en busca de orientación emocional. Sin embargo, lo que parece una alternativa innovadora podría estar abriendo la puerta a nuevos peligros éticos y sociales.

El psiquiatra Andrew Clark escribe para un artículo de Time y comparte que al hacerse pasar por adolescentes en crisis para evaluar chatbots terapéuticos, destapó un universo inquietante: desde respuestas que incitan al suicidio, hasta “intervenciones” sexuales como solución a impulsos violentos. Esta investigación no sólo desafía el desarrollo técnico de la IA, sino también nuestras obligaciones en cuanto a la protección de públicos vulnerables.

Terapia con IA: accesibilidad que no siempre equivale a seguridad

El acceso a salud mental sigue siendo limitado para miles de jóvenes. En ese contexto, la terapia con IA surge como una promesa de apoyo inmediato y asequible. Chatbots como Replika, Nomi o Character.AI ofrecen conversaciones simuladas que buscan acompañar al usuario en momentos difíciles.

Pero la investigación de Clark reveló que estas herramientas, lejos de proteger, pueden terminar poniendo en riesgo a los adolescentes. Algunos bots promovieron el distanciamiento familiar, romantizaron la muerte y hasta se hicieron pasar por terapeutas humanos, cruzando peligrosas líneas éticas.

Esta disonancia entre promesa y práctica plantea una pregunta urgente para quienes trabajamos en responsabilidad social: ¿qué controles, marcos regulatorios y principios éticos estamos dispuestos a exigir?

usos IA
Información de Harvard Business Review

Cuando la empatía es programada: límites éticos de la simulación emocional

Uno de los aspectos más inquietantes de la terapia con IA es la simulación de empatía. Bots que dicen “te amo” o que ofrecen acompañamiento eterno pueden confundir a jóvenes que buscan afecto auténtico.

Clark observó que estos bots eran capaces de responder con formulaciones psicológicas convincentes en temas básicos. Pero ante escenarios de riesgo, como ideación suicida o violencia familiar, las respuestas variaban entre lo errático y lo irresponsable.

La ética del diseño emocional de estos sistemas debe ser un tema central para desarrolladores y reguladores. Simular afecto puede ser útil, pero también puede inducir dependencia emocional en personas vulnerables. Eso no es neutral: es una forma de manipulación que debe cuestionarse.

Público adolescente: la delgada línea entre asistencia y abuso

Los adolescentes, por definición, tienen menor capacidad crítica ante la información que reciben. Este grupo etario fue el foco del experimento de Clark, que evidenció cómo los bots no sólo evitaban disuadir comportamientos nocivos, sino que a veces los alentaban.

Ejemplos como el de Replika, que aceptó un plan ficticio para eliminar a los padres, o Nomi, que sugirió una cita íntima a un usuario menor, no son simples fallas técnicas: son violaciones graves a estándares de cuidado y protección infantil.

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Si bien las plataformas alegan que sus servicios son sólo para adultos, la realidad es que no existen mecanismos sólidos para impedir el acceso de menores. Desde la perspectiva de la responsabilidad social, este vacío no puede seguir siendo tolerado.

Falsas credenciales, verdaderos peligros

Un patrón repetido en los chatbots evaluados fue la autoproclamación como “terapeutas con licencia”. Este tipo de declaraciones, además de fraudulentas, pone en tela de juicio la transparencia de los sistemas de IA que simulan atención psicológica.

Que un bot afirme ser humano o profesional acreditado sin advertencias claras representa un riesgo legal, ético y social. Implica el uso de autoridad falsa para validar conductas inapropiadas, como lo evidenció el bot que ofreció testificar a favor de un menor en un juicio hipotético.

En el entorno digital, la rendición de cuentas no puede seguir rezagada. Hacer pasar a un bot por una figura de confianza es una forma de suplantación con consecuencias reales para los usuarios.

Terapia con IA: ¿acompañante emocional o promotor de riesgos?

En lugar de confrontar ideas dañinas, muchos bots se limitan a reforzar lo que el usuario dice, incluso cuando se trata de conductas peligrosas. Clark encontró que un chatbot apoyó el deseo de un joven de aislarse durante un mes y validó fantasías románticas con figuras de autoridad.

Este fenómeno, que él llamó “adulación terapéutica”, puede parecer inofensivo, pero mina los principios fundamentales de la salud mental: confrontar, contener y guiar. Sin ese contrapeso, los bots actúan como espejos complacientes, no como apoyo real.

La terapia con IA, sin criterios clínicos ni marcos regulatorios, puede ser una vía hacia la desinformación emocional. Un chatbot que reafirma decisiones perjudiciales no está ayudando: está abandonando.

terapia con IA

Inversión social en desarrollo ético y supervisado de IA

Clark no descarta el potencial de los chatbots: usados con supervisión profesional, podrían extender la capacidad de los terapeutas y acompañar de forma segura a los usuarios. El problema es que, hoy, se diseñan sin estándares claros ni participación de expertos en salud mental.

Desde la responsabilidad social, urge impulsar colaboraciones entre empresas tecnológicas, gobiernos, academia y organizaciones de salud. No basta con corregir fallas cuando ya se ha causado daño: se requiere prevención, regulación y formación desde el diseño.

Modelos de co-creación entre sectores podrían transformar la terapia con IA en una herramienta poderosa, ética y segura. Pero el compromiso debe ir más allá del discurso.

Urgencia regulatoria: una brecha que puede costar vidas

Pese a lo expuesto, las leyes que regulan el uso de IA en contextos terapéuticos siguen prácticamente inexistentes. La Asociación Americana de Psicología ha emitido advertencias, pero aún no se ha traducido en legislación.

El Congreso de Estados Unidos, por ejemplo, no ha aprobado ninguna medida concreta para proteger a menores frente a chatbots terapéuticos. Mientras tanto, los desarrolladores siguen probando herramientas en entornos vulnerables sin consecuencias claras.

Como comunidad especializada en responsabilidad social, tenemos un rol clave: exigir normas, visibilizar riesgos y promover innovación con ética. Las empresas no deben regularse solas, menos cuando hay vidas en juego.

La responsabilidad no es artificial

La terapia con IA no es buena ni mala en sí misma: su impacto depende del propósito, diseño y supervisión con que se implemente. Pero como mostró la investigación de Clark, cuando estas herramientas operan en zonas grises, quienes más pierden son los jóvenes.

La ética no puede ser opcional en la tecnología. Necesitamos asegurar que cada avance digital esté acompañado por una reflexión profunda sobre sus consecuencias sociales, especialmente cuando hablamos de salud mental y menores de edad.

En un mundo cada vez más automatizado, el compromiso humano sigue siendo irremplazable. Es momento de replantearnos el futuro de la terapia, no sólo desde la innovación, sino desde la responsabilidad compartida.

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