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El mayor enemigo de las renovables

El punto más importante en la batalla por las energías renovables, resulta ser nuestra propia conciencia.

¿Por qué será que cada año millones de familias mexicanas gastan miles de pesos en calentadores de agua que funcionan con gas, cuando podrían tomar ventaja de la cercanía que nuestro país tiene con uno de los trópicos y usar la energía térmica del sol? Esto no sólo tendría un efecto en la reducción de emisiones contaminantes; a la larga sería un ahorro en términos económicos.

¿Por qué en México todavía existe al menos medio millón de hogares sin energía eléctrica por la gran dificultad de conectarlos la red nacional pero que podrían tenerla usando páneles solares?

Y ¿por qué teniendo algunos de los lugares más privilegiados en el mundo para el uso de energía eólica, como Oaxaca y La Rumorosa (Baja California), no utilizamos más de 5% de dicho potencial?

¿Por qué siendo México la tierra de origen de la mayor parte de las variedades de jatropha, planta no comestible con potencial para la generación de biodiesel, prácticamente no hemos dado uso a este recurso?

Sin duda nuestra adicción a los hidrocarburos es una posible respuesta a estas interrogantes; sin embargo, sería algo falso asignar toda la culpa a la mayor fuente actual de energía. Después de todo, es absurdo abandonar dicha riqueza petrolera, al menos en corto plazo, y sin un claro plan alternativo.

Las respuestas más profundas se relacionan también con la cultura del México del siglo pasado, en donde los recursos parecían interminables y la depredación ecológica era la regla.

Podríamos buscar enemigos de las renovables, y seguramente encontrarlos en el gobierno, los empresarios o las instituciones, pero eso sería desconocer la raíz del problema. Si en nuestra sociedad existiera una gran demanda de productos, programas y leyes que promovieran el uso de energías limpias, podríamos estar seguros de que las empresas responderían por interés a este mercado y que los políticos pondrían más atención en cumplir leyes estrictas.

Debemos reconocer que en nuestro México de comienzos del siglo XXI pocos están dispuestos a sacrificar pequeñas comodidades en pro del medio ambiente y del futuro. Vivimos en un país donde lo inmediato manda, donde los próximos 20 años parecen un espejismo lejano. Un ejemplo de esto es el cambio de horario que ha generado oposición, pero que es una de las medidas más directas para aumentar el uso de la capacidad instalada.

Cada vez que vemos más los efectos de nuestras acciones y decisiones directas o indirectas en los ríos, mares, bosques y selvas, aunque la imaginación es corta al momento de seguir esa cadena de consecuencias inevitables que comienza en nuestras casas y termina en los cuerpos de agua.

Las energías renovables son uno de los grandes remedios de las catástrofes presentes y futuras del planeta. No obstante si no logramos capturar la imaginación de la población y conseguir que las mayorías relacionen la vida diaria con las grandes tragedias, no habrá programa gubernamental, ni medio que pueda tener el efecto con la contundencia que reclama la magnitud del problema al que nos dirigimos en las siguientes décadas.

Será difícil que las empresas y autoridades sean los líderes que nos lleven a éste salto de conciencia, pues la lógica del dinero y el poder funciona antes que nada para perpetuarse. Resulta injusto decir que estos actores o han hecho nada al respecto, pero todos tenemos claro que sus medidas están lejos de tener el alcance requerido; simplemente no es su prioridad. Por ejemplo, varias empresas petroleras tienen ambiciosos programas de desarrollo de tecnología en energías renovables, pero son las mismas las que están devastando el Ártico a pasos agigantados.

No podemos ignorar los esfuerzos que han hecho instituciones como el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) para fomentar la investigación en fuentes limpias, pero de nuevo es una cuestión de escala: estamos simplemente muy lejos de llegar a la altura del conflicto.

Los medios de comunicación podrían jugar un papel importante, y en ocasiones lo han hecho; esto sólo sería posible a través de una prensa, radio y televisión independientes de las grandes corporaciones. Desafortunadamente, la tendencia es justo la opuesta: cada vez están más ligados a los intereses económicos y políticos, perdiendo su función de contrapeso.

Debe ser claro para nosotros que sólo la sociedad civil tiene la fuerza para causar un cambio de fondo. En este sentido, las redes sociales tienen un papel esencial en el futuro para difundir campañas, ideas y proyectos; eso sucederá si abandonamos la queja estéril u asumimos nuestra responsabilidad.

Hasta el momento el principal enemigo de las energías renovables somos los ciudadanos, que todos los días decidimos con nuestros hábitos de consumo, opiniones y forma de actuar. Así, consciente o inconscientemente elegimos el camino del dinero y los esfuerzos.

Compremos hoy un calentador solar o al menos comencemos a ahorrar para él; esto es transsformar las buenas intenciones en menores emisiones de dióxido de carbono. Apoyemos las causas ambientales en las redes sociales y, sobre todo, eduquemos a nuestros seres queridos sobre el mayor reto actual: reducir el envenenamiento paulatino del planeta.

Fuente: Revista Equilibrio No. 50
Publicada: Octubre de 2012

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