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El filántropo

Cuando me enteré que Telmex abría líneas para recibir donativos en el número 7777 y que se podía aportar dinero con cargo al recibo telefónico, contando con la seguridad de que la Fundación Carlos Slim duplicaría los donativos que se recibieran, me dio mucho gusto.

«He allí una espléndida iniciativa filantrópica», me dije entusiasmada. (A pesar de que se dijo que dejaría de funcionar hasta el día 22, continuará indefinidamente). Acto seguido, marqué cuatro veces siete (mi número predilecto) e hice mi donativo de 3 mil pesos. «El Ingeniero Slim y yo ya dimos 6 mil pesos», le dije el otro día a mi hija.

«También nosotros, Carlos Slim y yo, ya depositamos 2 mil pesos», me contestó igualmente orgullosa. ¿Habríamos depositado dinero para ayudar a Haití (cuya reconstrucción tomará 10 años) tanto Lolita como yo sin la motivación de la Fundación Slim, la cual representaba duplicar nuestro donativo? No lo creo. No hay duda que la exhortación a la sociedad mexicana por parte de la fundación resulta además de eficaz, muy estimulante.

Hay que decir, no obstante, que a pesar de estas recientes y pasadas demostraciones, habría que admitir que la filantropía, la solidaridad, el altruismo en México no es algo que se nos dé de manera habitual. Es siempre necesario que ocurra algún tipo de desastre mayor como para que se observe esta cascada de ayuda que, en general, cumple más con el objetivo de calmar nuestras conciencias, de mitigar el mal sabor de boca que provoca no pensar en los demás, no actuar permanentemente con civilidad o no ser solidario ni aun con quienes están cerca de nosotros.

No es un acto espontáneo originado simplemente del hecho de percibir la desgracia, la enfermedad o la angustia ajena, en cualquiera que sea la circunstancia. La filantropía (del griego philos = amor, antropos = ser humano), la solidaridad (comportamiento in solidum, es decir, unir inseparablemente los destinos de dos o más personas) o el altruismo (del francés: altruism = procurar el bien ajeno aun a costa del propio) no son atributos congénitos, no se nace con la intención de auxiliar o comprometerse con otros.

Si acaso, podría ser algo que se adquiere por medio de la educación en casa una especie de herencia familiar o bien como parte de una conducta comunitaria, de usos y costumbres orientados hacia el bien común. Muchas veces es un comportamiento aprendido que se incorpora en el currículum escolar, algo relacionado con lo que solíamos llamar «civismo», materia no sólo extinta de los libros de texto, sino también de nuestra vida cotidiana.

Las sociedades más civilizadas invariablemente integran conductas de solidaridad, generosidad y filantropía, como elementos consustanciales de su existencia. Más aún, ayudar a los demás de forma reiterada no es solamente una cuestión de moral o de conciencia cívica, también confiere la experiencia necesaria para actuar con orden, formar equipos humanos y respetar las prioridades en la eventualidad de un desastre.

En el caso de Haití, por más que todo el mundo se hubiera volcado en mostrar su solidaridad con la población afectada, ante la presión mediática de hacer patente que serían los primeros en responder a la emergencia, mucho de lo que se envió por países poco acostumbrados a organizar la ayuda de manera coherente permaneció agolpado en las escasas vías de comunicación disponibles, impidiendo el tránsito eficiente y expedito de medicamentos, alimentos, agua y sobre todo médicos, rescatistas y expertos de otro tipo. S

e perdió tiempo invaluable por esta marejada de buena voluntad desorganizada. Se diga lo que se diga, no fue sino hasta que las naciones más desarrolladas impusieron cierto orden que se logró que los recursos llegaran y que los voluntarios actuaran. En estos momentos y tal vez desde el principio mismo de la urgencia lo más efectivo es enviar dinero.

Sí, dinero, mucho dinero, es lo que más urge para poder adquirir los implementos y consumibles de acuerdo a las necesidades del momento. Para ello hay varios esquemas de donación, entre ellos, la más segura y eficaz sería la Fundación Carlos Slim, además de práctica, se duplica la suma. Para la ayuda, que va más allá de un millón de pesos, se puede hacer el depósito bancario en Banco Inbursa, S.A. con el número de cuenta 50007592533 y cuenta clabe 036180500075925339 a nombre de Fundación Carlos Slim, A.C. (Juntos por Haití).

Si por ejemplo, un empresario ricachón desea donar 2 millones de pesos, serán cuatro los que lleguen a las organizaciones haitianas correspondientes. (Lástima que no soy rica, de lo contrario, ya hubiera depositado 5 millones, para así estar segura que mandaría 10 millonzotes…).

Dicho lo anterior, no basta con mostrar solidaridad con otro país y ante un desastre, no basta con limosnas en la iglesia, no basta con aportar a un teletón, hay que ser filántropos con México y de tiempo completo, así como lo está haciendo la fundación de Carlos Slim con Haití.

Reforma, “Opinión”, Opinión, p. 11.
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