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El agua podría costar más que el petróleo en el futuro

La mitad de las opiniones expertas considera que es un disparate. El agua no escasea como se asegura y no competirá nunca con el valor de los combustibles fósiles. Para la otra mitad, el problema es real y ya lo tenemos encima. En poco tiempo más, sostienen, habrá una falta de agua dulce en grado similar a la de petróleo en el último cuarto del siglo 20.

Como en ese caso o el de otros insumos primarios, cabe prever volatilidad de oferta, choques entre países donde el elemento abunda y el resto del mundo. Eventualmente, surgirá un mercado donde el agua se cotice, así como sucede con los “créditos” tasados en emisiones de carbono.

El papel que hoy cubren las reservas submarinas de crudos les cabrá a los enormes acuíferos sudamericanos, africanos y canadienses.

En ese escenario, el presumible agotamiento de reservas quizá tenga efectos peores que los del mismo fenómeno para los hidrocarburos, pues transformará mercados los expertos de Wharton dan por seguro que habrá precios para el agua dulce, ecosistemas y la geopolítica mundial.

Naturalmente, no todos creen que el recurso pase a ser negociable y apuntan a China, India, Rusia, Brasil y otras economías no tan condicionadas al lucro privado.

¿Cuál es el perfil hídrico del planeta? El agua salada, sólo apta si se la desaliniza –algo hoy imposible en altamar–, representa 97% de la masa total. En cuanto a 3% restante, su uso humano vive un auge por efectos de la sobrepoblación, la industrialización y la creciente necesidad de alimentos.

Hacia 1900, el consumo hídrico totalizaba cerca de 700 km3, señala un informe (2007) de Sustainable Asset Management, una consultoría de Zürich. Hace un año, la cifra se elevaba a 3.840 km3 (+400%) y probablemente alcance 5.000 km3 (+550) en 2025.

Por supuesto, las dos últimas cifras siguen lejos de los 9.000/12.000 km3 anuales aportados por lluvias en áreas accesibles. Pero, sostienen los promotores del “mercado hídrico”, la contaminación, el derroche, las sequías, la licuación de glaciares como consecuencia del efecto invernadero deterioran las reservas disponibles.

Ya se observan consecuencias tales como racionamiento hídrico en California, desecamiento en la cuenca del río Amarillo (China) o reducción glaciar en la Patagonia argentino-chilena.

Los gigantescos desprendimientos de témpanos circumpolares son otros signos. Hacia 2030, estima la Organización de Cooperación para Desarrollo Económico (OCDE), más de media humanidad vivirá en zonas con problemas de abastecimiento hídrico.

¿Catástrofe ignorada?

Según una encuesta realizada en 2007 por Marsh Center for Risk Insights, 40% de las mil empresas en la lista anual de Fortune estima que los efectos de la escasez hídrica serán “de severos a catastróficos”, pero apenas 17% se prepara para esa eventualidad.

“Muchas compañías ni siquiera han empezado a pensar en el tema o se lo dejan al Gobierno”, subraya Howard Kunreuther, del Centro para Gestión de Riesgo y de Procesos de Decisión de Wharton. “La gente sigue considerando el agua como don del cielo, aunque cada mes le llegue una factura por el servicio”.

En verdad ¿se avecina un futuro sediento? “No necesariamente –señala el experto–, pero el recurso va en vías se transformarse en oro líquido, o sea un insumo a obtener, disputar, comercializar y vender a los precios más altos posibles”. Apelando a un clásico del management, Kunreuther lo define como “amenaza y desafío en forma simultánea”.

Igual lenguaje emplea Witold Henisz (del Foro Económico Mundial, Davos) especialista en riesgos ecológicos. “No será el fin del mundo. Pero habrá precios para el agua y, más aún, rivalidades entre países por el acceso al recurso”. No obstante, para la mayoría de la población global, no es cosa de mercados ni negocios. De acuerdo con el Consejo Mundial del Agua, 1.100 millones de personas sufren por falta de agua potable y otros 2.600 millones carecen de instalaciones sanitarias adecuadas: 60% de la humanidad.

La mala calidad hídrica, indica Naciones Unidas, causa diarrea infantil y otros males que matan 1,6 millones por año. Obviamente, durante años esos problemas han sido acompañados por insuficientes estructuras o prestaciones en países emergentes y subdesarrollados. Pero, con una población mundial capaz de alcanzar 9.000 millones hacia 2050, el surgimiento del agua como bien de cambio puede tener graves implicancias sociales y políticas.

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