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Ambientalistas pragmáticos

A veces, las nuevas ideas surgen de los lugares más inesperados. El primer aeroplano se concibió en el garaje de una pequeña ciudad del estado de Ohio, Estados Unidos. La ciencia genética nació en un monasterio de Moravia.

Hoy, en un rincón remoto de la Amazonía, un grupo de visionarios pragmáticos cree haber encontrado respuesta al problema que durante años ha desconcertado a científicos y ambientalistas: cómo proteger la selva húmeda de la Amazonía y mejorar al mismo tiempo la calidad de vida de la gente que la habita.

Se trata de un grupo de idealistas pero no de ideólogos. En muchos casos, sus ideas desafían las posturas del ambientalismo tradicional. Por ejempl no rechazan la tala de árboles. Tampoco se oponen a la ganadería a gran escala y a la construcción de carreteras o centros industriales, siempre y cuando estas actividades se practiquen de manera sostenible.

Los nuevos idealistas son funcionarios gubernamentales, líderes comunitarios y de la sociedad civil y empresarios del estado de Acre, en la región occidental de Brasil. Se han comprometido a proteger la selva húmeda y a sus habitantes. Pero conocen bien la complicada realidad del lugar donde viven. Muchos de ellos son veteranos de los conflictos sociales y medioambientales que acabaron con la vida de Chico Mendes. Han sido testigos de cambios dramáticos en la Amazonía, y saben que otros mayores están por venir: nueva infraestructura, nuevas tecnologías agrícolas y el creciente apetito externo por materias primas que la Amazonía puede proporcionar.

Es una dura realidad que esta gente intenta afrontar sin rodeos. Su objetivo, relatado en esta edición de BIDAmérica, es mostrar que se puede construir una economía local sólida y sostenible basada en los recursos de la selva virgen. No se trata de la protección total que exigen muchos defensores de la selva. Pero la Amazonía nunca fue una reserva natural.

Innovación y desesperación. En América Latina abundan los conflictos medioambientales, muchos de ellos con resultados trágicos. Pero, en algunas ocasiones, situaciones aparentemente desesperadas inspiran a la población local a encontrar nuevas maneras de proteger su herencia natural. En casi todos los casos, estas innovaciones tienen que ver con la eterna cuestión de cómo conciliar las necesidades de la población con la capacidad de la naturaleza para atenderlas.

Por ejemplo, en las Islas Galápagos, grupos tradicionalmente antagónicos hoy colaboran en un plan de protección de las reservas marinas. En Guatemala, una agencia gubernamental y varios grupos ambientalistas se han unido para potenciar la producción de los agricultores locales, con lo que se espera reducir futuras incursiones en parques nacionales. En una isla de la costa de Honduras, un gobierno municipal ha contratado a una ONG ecologista para funcionar como su agencia medioambiental. En la costa nordeste de Brasil, un biólogo marino está ayudando a los funcionarios locales a proteger los arrecifes de coral. En el interior de Nicaragua, un alcalde muestra con orgullo su “parque ecológico” situado en la cima de una montaña, donde la gente acude para valorar el papel del bosque natural como proveedor de “servicios ecológicos.”

En cada uno de estos casos, el objetivo es convencer a la población local de que la protección de su entorno natural les puede proporcionar altos beneficios. En la mayoría de los casos, la persuasión es la única estrategia posible para lograr ese objetivo. Incluso donde existen leyes de protección medioambiental, los gobiernos no disponen de los recursos o de las instituciones para hacerlas cumplir. En los países desarrollados, tales como Estados Unidos, entidades públicas con grandes presupuestos se encargan de proteger las áreas naturales. Sin embargo, muchas de esas áreas fueron creadas tras la expulsión forzosa de sus habitantes originales, un hecho que ha provocado rencor y resentimiento que perduran hasta el día de hoy.

En muchas partes de América Latina, se ha llegado a la protección mediante un proceso distinto que prioriza el diálogo para forjar una relación de largo plazo entre el hombre y la naturaleza. Esos casos, todavía incipientes y no siempre exitosos, constituyen, sin embargo, una importante contribución de América Latina a la problemática del manejo de los recursos naturales en el nuevo siglo.

A estos logros hay que agregarle una advertencia que nos lleva nuevamente al estado brasileño de Acre. En la mayoría de los casos, estos ejemplos de diálogo e innovación son fruto del esfuerzo de individuos y grupos comprometidos que llenan un vacío creado por la ausencia de instituciones públicas fuertes. Aunque son admirables, estos esfuerzos son transitorios por naturaleza. Con el tiempo los gobiernos, trabajando efectivamente con la sociedad civil, tendrán que asumir la responsabilidad.

Pero en el caso de Acre, el mismo gobierno está impulsando el cambio y la innovación, apoyado por una fértil red de organizaciones de la sociedad civil y de las comunidades. Todos ellos han obtenido grandes mejoras en pocos años. Su ejemplo debería ser estudiado detenidamente en otros países en vías de desarrollo y en otros lugares.

Fuente: BID

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