Por Edgar López
Hoy desperté con la confianza rondando mis pensamientos: ese activo invisible que sostiene relaciones, equipos y proyectos, pero que se tensa —y a veces se rompe— bajo el peso de la duda. Pensé también en cómo, en lo personal, la confianza no surge por decreto ni se mantiene por costumbre: se construye con actos cotidianos, se renueva con coherencia y se quiebra cuando las promesas fallan.
Y lo mismo ocurre en las organizaciones. Mientras sigo viendo noticias sobre los escándalos que han sacudido al sector financiero —como las investigaciones que alcanzan a bancos como CIBANCO , Intercam Banco y Vector — reflexioné en cómo, en el mundo corporativo, una sola sospecha puede bastar para desmoronar lo que tomó décadas construir.
La confianza, lo sabemos, no suele aparecer en los balances… pero su ausencia pesa más que cualquier pasivo.
En lo personal o en lo institucional, la constante es la misma: la confianza opera como el activo más valioso… y más vulnerable.
Todo eso lo pensé después de revisar el Edelman Trust Barometer 2025, que llegó a mi bandeja hace unos días. Su lectura provocó esta reflexión sobre el papel central —y frágil— que juega la confianza en nuestras vidas y en nuestras instituciones.
¡Empresas y ONG al rescate en medio del caos de la desconfianza!
Vivimos en un contexto donde muchas personas no solo desconfían de las instituciones, sino que sienten algo más profundo: un agravio persistente. Es esa sensación de que el sistema juega en su contra; de que las reglas están hechas para favorecer a unos cuantos, mientras la mayoría queda fuera. No es solo molestia: es decepción acumulada, un cansancio cívico que mina la confianza colectiva.
De acuerdo con el Edelman Trust Barometer 2025, el 63% de los mexicanos comparte ese sentimiento. Y cuando el agravio se instala, la confianza en las instituciones se vuelve frágil, volátil… o simplemente desaparece.
Aun así —y quizá como refugio frente al desencanto institucional—, las empresas (67%) y las ONG (61%) destacan como las instituciones más confiables, por encima de los medios (54%) y el gobierno (47%). Lo hacen, además, en un entorno global donde la confianza permanece estancada en 57%.
Este posicionamiento representa tanto una oportunidad como un riesgo. Una oportunidad, porque en medio del descrédito, estas organizaciones aún conservan capital para forjar alianzas y generar impacto. Un riesgo, porque la confianza es volátil: se fortalece con acciones coherentes y se disipa ante la inacción o las contradicciones.
¿Las empresas prometen oro y entregan… bronce?
El estudio revela una paradoja inquietante: las empresas en México son vistas como más éticas que hace cinco años (+16 puntos), pero también como menos competentes (-12 puntos). Esta disonancia plantea una pregunta estratégica: ¿Puede una empresa ser percibida como “buena”, pero no “capaz”? ¿Y cuánto tiempo puede sostenerse esa percepción antes de que la confianza se resquebraje?
Además, la fe en los CEO se debilita significativamente en contextos de agravio: entre empleados con alta percepción de injusticia, la confianza en los líderes empresariales cae 23 puntos. Y en general, la confianza en las empresas se reduce también en 20 puntos. Los recientes escándalos financieros lo ilustran con crudeza: un solo incidente puede anular años de reputación construida.
Las expectativas sociales son claras:
- Más del 90% espera empleos bien remunerados en comunidades locales.
- Otro 91% quiere capacitación para enfrentar los retos de la automatización y la inteligencia artificial.
- Tres de cada cuatro consideran legítimo que los CEO se involucren en asuntos sociales, siempre que generen beneficios tanto para el negocio como para la sociedad.
La conclusión es clara: la confianza empresarial se ancla en hechos, no en discursos. Las compañías que avanzan en salario digno, innovación inclusiva o sostenibilidad refuerzan su legitimidad. Las que se limitan a campañas de imagen corren el riesgo de reforzar la percepción de que no están a la altura.
ONG: ¡a equilibrar el mundo entre presión y promesas!
Para las ONG, el desafío es igual o mayor. Deben responder a expectativas diversas —y a menudo contradictorias— de donantes, voluntarios, beneficiarios, aliados corporativos, medios y autoridades. Todo ello mientras procuran mantener su independencia, legitimidad y transparencia.
Aunque hoy son la segunda institución más confiable en México, su credibilidad es frágil: entre quienes se sienten agraviados, la confianza en las ONG cae de 68% a 50%. En otras palabras, su capital reputacional puede erosionarse con rapidez si no se sustenta en evidencia.
El estudio invita a estas organizaciones a asumir un rol más activo en la reconstrucción del tejido social, con énfasis en la equidad y la inclusión: el 58% de quienes se sienten agraviados espera que las ONG enfrenten la desigualdad económica y el acceso limitado a servicios básicos.
Pero no basta con tener buenas intenciones. La confianza en una ONG se construye con mecanismos verificables: rendición de cuentas, transparencia financiera, impacto documentado y alianzas diversas. Las organizaciones que publican informes claros, visibilizan resultados y cultivan liderazgos éticos amplían su influencia. Las que optan por la opacidad o evaden temas incómodos, la pierden… rápido y sin aviso.
La confianza no es un lujo: es la plataforma esencial para la cohesión, la innovación y el desarrollo. Cultivarla exige algo más que discursos: requiere coherencia entre el ser (valores), el hacer (acciones), el parecer (comunicación) y el pertenecer (inclusión).
En tiempos de escepticismo, empresas y ONG aún conservan una ventaja: la credibilidad residual. Pero si la dan por sentada, esa confianza puede dejar de ser un activo… y convertirse en una liability.
Confianza: el intangible que sostiene lo tangible y cuantificable
La confianza no se hereda ni se improvisa. Se construye con evidencia, se valida con resultados y se renueva con consistencia.
Es la confianza lo que permite que organizaciones como Fundación Gigante — a la que estoy cercano— catalicen alianzas multisectoriales con empresas, fundaciones y entidades públicas, articulando respuestas ágiles: desde la reconstrucción tras el huracán Otis hasta programas en favor de la infancia o el suministro de alimentos al personal hospitalario durante la emergencia por COVID-19.
Y también es lo que se desvanece con un solo titular: una presunción de lavado de dinero puede borrar años de credibilidad construida.
La confianza no aparece en los balances, pero define el valor real de lo que hacemos. No se impone: se gana, se cuida y —cuando se cultiva con otros— multiplica todo lo que toca.
Y lo digo no solo por lo que revela el estudio, sino por lo que he podido ver de cerca: cuando una organización es verdaderamente confiable, logra más, convoca más y transforma más.
En tiempos de agravio y escepticismo, ser confiable ofrece una ventaja competitiva y habilita resultados concretos.
Edgar López Pimentel, es actualmente Director en Expok, ejerciendo su liderazgo día a día con pasión por la responsabilidad social y el desarrollo sustentable. Su labor ha contribuido significativamente al posicionamiento de empresas líderes en materia de responsabilidad social.
Su formación académica, enriquecida por programas de Alta Dirección de Empresas en el IPADE e IE Business School, así como una maestría en Responsabilidad Social Empresarial en la Universidad Anáhuac Norte, respaldan su liderazgo.
