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Todo va mal

Por: Josep M. Lozano

Si algo he constatado tras muchos años en el oficio es que cuando preguntas sobre los problemas éticos que se identifican en cualquier ámbito lo que aparece es un listado completo de malas prácticas. Cuando en seminarios con directivos propongo como cuestión abierta que presenten un caso práctico que consideren relevante desde el punto de vista ético, en casi la totalidad de las situaciones lo que se presenta es un comportamiento criticable o rechazable. Si un extraterrestre hiciera una indagación sobre la calidad ética de nuestra sociedad escuchando a los que hablan de ética no me cabe la menor duda de la conclusión a la que llegaría: todo va mal.

Adoptemos otro punto de vista, que también siempre me ha resultado sorprendente: cuando constatamos una conducta censurable o inaceptable en alguien de quien se esperaba algo más, muy a menudo surge el comentario resignado: claro, es la condición humana. Lo curioso es que cuando lo que se produce es un comportamiento excelente y ejemplar creo que nunca he oído decir: claro, es la condición humana… cuando lo que es obvio es que es justamente la condición humana la que permite y posibilita los dos comportamientos. Si me perdonan el pareado, parece que lo normal en ética sea decir que todo va mal. Muy mal.

La ética siempre es de buen ver. Sobre todo como arma de combate, que se incorpora al discurso para señalar la supuesta inmoralidad de los demás. Porque la inflación de apelaciones a la moral y los valores que estamos sufriendo desde hace un tiempo tiene un común denominador: la disociación entre ética y responsabilidad. Resulta curioso constatar que solo se suele hablar de la moral y los valores (con la trillada introducción «crisis o falta de») para referirse a problemas sobre los que no tiene responsabilidad directa quien habla. Iglesias, intelectuales, políticos, periodistas, sindicalistas, líderes sociales o educadores suelen ser sumamente lúcidos en la denuncia de las flaquezas morales que detectan en ámbitos de la vida social con los que tienen muchos contactos, pero ninguna responsabilidad. Y, por supuesto, siempre la gran condenada por el juicio moral de todos ellos es «la sociedad». Tómenlo como un chiste: todavía no he visto ninguna reflexión ética de algún profesional de la ética sobre el funcionamiento de los departamentos de ética, los procesos de provisión de cátedras de ética o las líneas de investigación dominantes entre los especialistas en ética.

Volvamos al hilo argumental: entre todos nos van perfilando una visión de conjunto en la que todo va mal… con el acuerdo tácito de que nadie habla de si mismo y de su gremio y sus prácticas. Cuando más responsabilidad directa sobre una institución o una actividad, menos capacidad de crítica ética sobre ellas; y viceversa. En el límite, estamos normalizando una paradójica correlación entre falta de responsabilidad y disponibilidad a la crítica o la exigencia moral.

Cualquiera diría que los ejercicios éticos consisten en lamentarse y criticar. Cualquiera diría que la práctica moral consiste en no transgredir prohibiciones. Cualquiera diría que tiene más sensibilidad para la ética quien tiene mayor querencia por repartir juicios y condenas morales. En definitiva, solemos reaccionar com si el nivel de la propia excelencia moral se midiera por la capacidad de expresar indignación ante todo lo que va mal. O incluso por afirmar que todo va mal.

Quizá convendría recordar que la validez de cualquier discurso ético tiene algo que ver con su capacidad y disponibilidad para hablar de las propias responsabilidades. Claro que entonces la tendencia suele ser decir que todo va bien: véanse las memorias de RSE.

Vaya, que deberíamos hacer un monumento a quienes se situan, no más allá del bien y del mal, sino más allá de decir solo que todo va bien o todo va mal. Porque la validez del discurso ético tiene algo que ver con la capacidad de generar autocrítica. Sobre todo si no identificamos autocrítica con una especie de masoquismo bienpensante, sino como la valoración y reorientación de las propias opciones y decisiones en el marco de un proyecto que se ofrece explícitamente como tal. Porque la ética no se juega en las definiciones sino en los proyectos. Porque el discurso ético parece que debería tener también alguna capacidad de engendrar proyectos morales. Vamos, que debería vincularse también a la capacidad de asumir comprometidamente riesgos y decisiones, dando razón de ellos.

Claro que esto supone no hablar (mal) solamente de los demás, sinó también de uno mismo. ¡Y hasta ahí podíamos llegar!



Josep M. Lozano

Profesor del Departamento de Ciencias Sociales e investigador senior en RSE en el Instituto de Innovación Social de ESADE (URL). Sus áreas de interés son: la RSE y la ética empresarial; valores y liderazgos en las organizaciones; y espiritualidad, calidad humana y gestión. Ha publicado sus investigaciones académicas en diversos journals. Su último libro es La empresa ciudadana como empresa responsable y sostenible (Trotta) Otros de sus libros son: Ética y empresa (Trotta); Los gobiernos y la responsabilidad social de la empresa (Granica); Tras la RSE. La responsabilidad social de la empresa en España vista por sus actores (Granica) y Persona, empresa y sociedad (Infonomía).

Ha ganado diversos premios por sus publicaciones. Fue reconocido como Highly commended runner-up en el Faculty Pionner Award concedido por la European Academy of Business in Society i el Aspen Institute. Ha sido miembro de la Comissió per al debat sobre els valors de la Generalitat; del Foro de Expertos en RSE del MTAS; del Consejo Asesor de la Conferencia Interamericana sobre RSE del BID; y de la Taskforce for the Principles for Responsible Business Education del UN Global Compact. En su página web mantiene activo un blog que lleva por título Persona, Empresa y Sociedad

Blog RSE de la Universidad Complutense de Madrid

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