Hace unos días, Orlando Bloom compartió en redes una imagen en la que, conectado a cánulas y recostado en una camilla, celebraba haberse sometido a una “limpieza de sangre” para eliminar microplásticos y químicos tóxicos de su organismo. El actor afirmó que, gracias a una clínica privada, había encontrado una forma de desintoxicarse de estas amenazas invisibles. El procedimiento no es barato: cuesta más de 11,400 euros y se presenta como una solución avanzada para limpiar el plasma sin afectar los componentes esenciales de la sangre.
De acuerdo con un artículo de El País, aunque la oferta suena tentadora en una época marcada por la preocupación por la salud ambiental, la ciencia es contundente: no hay evidencia sólida de que esta técnica funcione. Expertos alertan sobre los riesgos y advierten que, más allá del marketing clínico, esta propuesta no forma parte de los protocolos médicos avalados por las principales sociedades científicas. En un entorno de desinformación y ansiedad colectiva frente a la contaminación invisible, ¿qué papel debe jugar la responsabilidad individual y colectiva?
El enemigo silencioso: una crisis de salud aún en estudio
Los microplásticos se han convertido en una presencia habitual en nuestra vida diaria. Están en el agua que bebemos, los alimentos que consumimos, el aire que respiramos. Han sido hallados en órganos como el intestino, el hígado e incluso el cerebro. La preocupación es legítima: múltiples estudios indican que estas partículas podrían causar inflamación, daños celulares e interferencias hormonales, pero aún no sabemos cuánto acumula el cuerpo ni cuál es el umbral real de toxicidad.
Parte del desafío científico está en la propia naturaleza de los microplásticos y sus derivados: son difíciles de medir, varían en composición y tamaño, y su comportamiento en el organismo humano sigue sin estar completamente comprendido. Por eso, cualquier promesa de eliminar microplásticos del cuerpo debe ser vista con escepticismo, particularmente cuando no cuenta con una validación clínica rigurosa.
Aféresis: promesas costosas y fundamentos cuestionables
La clínica que trató a Bloom afirma utilizar una tecnología de aféresis para separar el plasma del resto de la sangre, filtrar supuestos contaminantes como microplásticos y “forever chemicals” (sustancias químicas extremadamente persistentes), y reinfundir la sangre limpia al cuerpo. Pero no se presentan estudios revisados por pares ni ensayos clínicos que demuestren su efectividad.
Aunque existe una publicación preliminar en Brain Medicine con una muestra de solo 21 pacientes que exploró un método similar, los mismos autores advierten que se requieren más investigaciones, mayores cohortes y mejores análisis cuantitativos. Expertas como Silvia Monsalvo, de la Sociedad Española de Hematología, enfatizan que la terapia no está recomendada por ninguna guía médica seria y que aún no se ha demostrado que este procedimiento pueda eliminar microplásticos del cuerpo de forma segura y eficaz.
¿Solo en la sangre? Limitaciones de una terapia incompleta
Uno de los principales problemas de este enfoque es su alcance limitado. La técnica de aféresis actúa únicamente sobre lo que circula en el plasma sanguíneo, pero una gran parte de los contaminantes persistentes se aloja en tejidos como la grasa corporal, el músculo o incluso el cerebro. Ethel Eljarrat, investigadora del CSIC, recuerda que “el cuerpo no puede metabolizar muchos de estos compuestos, por lo que se acumulan fuera del sistema circulatorio”.
Elena Codina, experta en salud ambiental pediátrica, explica que una muestra de sangre no refleja la totalidad de contaminantes presentes en el organismo. “Esta técnica te purificaría, en todo caso, lo que está en circulación, pero no accede a los reservorios tóxicos más profundos. Lo que esté en tejido graso o cerebral sigue ahí”, explica. Este punto es clave: incluso si existiera una purificación temporal, volveríamos a contaminarnos en cuanto comamos, respiremos o usemos productos cotidianos.
Riesgos médicos y responsabilidad comunicativa
Además de su dudosa eficacia, esta práctica no está exenta de riesgos médicos. La técnica requiere equipos especializados, control de electrolitos como el calcio, y una vía de acceso sanguíneo de mayor calibre, lo que aumenta el riesgo de infecciones, sangrados o desequilibrios metabólicos. Para profesionales como Codina, que utiliza procedimientos similares en pacientes con enfermedades específicas, su uso fuera de contextos clínicos claramente definidos es alarmante.
Desde una perspectiva de responsabilidad social, la promoción de terapias sin respaldo científico plantea dilemas éticos importantes. ¿Qué ocurre cuando celebridades impulsan tratamientos ineficaces o potencialmente riesgosos como soluciones de bienestar? La salud pública se ve afectada cuando el deseo de “limpieza” corporal desplaza la búsqueda de soluciones estructurales y científicamente fundamentadas para problemas reales como la contaminación plástica.
Reducir la exposición: la mejor alternativa hasta ahora
Ante la falta de métodos validados para eliminar microplásticos del cuerpo, la comunidad científica internacional aboga por la prevención. Disminuir el uso de plásticos de un solo uso, evitar envases con BPA, optar por aspirar en vez de barrer, ventilar los espacios cerrados y reducir el uso de cosméticos con partículas plásticas son medidas prácticas con impacto real.
Investigadoras como Alba Hernández, del proyecto europeo PlasticHea, alertan sobre la relación de estas partículas con daños celulares, alteraciones genéticas y enfermedades crónicas. Mientras la ciencia trabaja en comprender su impacto, es urgente adoptar una cultura preventiva y presionar por políticas públicas más estrictas sobre el uso de plásticos y químicos persistentes.
Frente al plástico, más ciencia y menos espectáculo
La historia de Orlando Bloom pone en evidencia una tensión actual: la búsqueda de soluciones individuales y rápidas frente a una crisis global y compleja. A pesar del atractivo mediático, aún no existen técnicas probadas que permitan eliminar microplásticos del cuerpo de manera segura y efectiva. Creer lo contrario puede distraer del verdadero reto: modificar los entornos, las industrias y las políticas que perpetúan esta exposición.
El cambio no vendrá de terapias milagrosas, sino de decisiones informadas, responsabilidad empresarial, regulación ambiental y transformación de hábitos. La contaminación por microplásticos no es solo una amenaza individual, sino un reto colectivo que requiere respuestas serias, basadas en ciencia y ética, no en promesas espectaculares.