En pleno 2024, la brecha de ingresos por género sigue siendo una realidad dolorosa en México. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), las mujeres mexicanas percibieron 34% menos ingresos que los hombres durante el último año. Esta diferencia, que equivale a poco más de 4,111 pesos mensuales, revela una desigualdad estructural que persiste pese a los avances legislativos y de inclusión laboral.
Más allá de las cifras, esta brecha representa historias de talento desaprovechado, techos de cristal no rotos y mujeres que cargan con jornadas dobles. El dato es una llamada urgente a repensar políticas, liderazgos y prácticas empresariales que aún no logran traducirse en equidad económica.
Un problema crónico: 66 centavos por cada peso
Mauricio Rodríguez, del Inegi, lo resume en una frase contundente:
“Por cada peso que ganan los hombres en México, las mujeres reciben sólo 66 centavos”.
Esta afirmación no es nueva, pero sí alarmante. La brecha de ingresos por género lleva años estancada en cifras similares, mostrando un avance tan lento que se antoja desesperanzador.
De acuerdo con El economista, la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) 2024 da cuenta del desequilibrio. Mientras el ingreso promedio mensual de los hombres fue de 12,016 pesos, el de las mujeres se situó en apenas 7,905. Este desequilibrio no es sólo monetario: implica menor acceso a vivienda, salud, ahorro y autonomía financiera.
Reconocer esta disparidad como un problema estructural y no individual es el primer paso para resolverlo. No se trata solo de mujeres ganando menos, sino de una economía entera que desperdicia su potencial productivo por sesgos de género.
La maternidad como penalización silenciosa
Uno de los datos más reveladores del informe del Inegi tiene que ver con la relación entre ingresos y número de hijas e hijos. En mujeres, el ingreso máximo se alcanza cuando tienen un solo hijo, mientras que en los hombres crece hasta cuando tienen dos. Esta diferencia deja entrever cómo la maternidad sigue siendo una barrera económica para ellas.
En palabras claras: la maternidad se penaliza. No solo se trata de ausencias por licencias o tiempo destinado al cuidado, sino de un sistema que no reconoce ni valora el trabajo de cuidados. Mientras tanto, los hombres no enfrentan las mismas consecuencias y, de hecho, pueden mejorar sus ingresos pese a tener más hijos.
El análisis con perspectiva de género es vital. No podemos hablar de equidad sin mirar cómo la experiencia de ser madre influye en las oportunidades laborales. Y desde la responsabilidad social, urge poner sobre la mesa esquemas más justos de corresponsabilidad familiar.
La trampa del cuidado: una barrera invisible
Las cifras de la Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados (ENASIC) 2022 muestran un patrón claro: de los 31.7 millones de personas cuidadoras en México, el 75.1% son mujeres. Esta desproporción tiene consecuencias directas sobre su acceso al empleo, su tiempo disponible y, por supuesto, sus ingresos.
Las labores de cuidado —como atender a menores, personas enfermas o adultos mayores— no son remuneradas y son invisibilizadas en muchas políticas públicas y corporativas. Sin embargo, son justamente estas tareas las que dificultan que muchas mujeres entren o permanezcan en el mercado laboral.

Desde una óptica de responsabilidad social, invertir en sistemas públicos y empresariales de cuidados no es un lujo, es una necesidad estratégica. Sin redistribución de las tareas del cuidado, será imposible cerrar la brecha de ingresos por género.
Participación laboral femenina: lejos de la OCDE
Otro dato preocupante es que, en la última década, la participación de las mujeres mexicanas en el mercado laboral ha oscilado apenas entre 43% y 46%. Esto nos coloca muy por debajo del promedio de la OCDE, que es del 67%. La baja participación es tanto causa como consecuencia de la brecha de ingresos por género.
Cuando las mujeres están subrepresentadas en la fuerza laboral, pierden poder de negociación, posibilidades de ascenso y acceso a mejores salarios. Pero también, las estructuras laborales tienden a perpetuar modelos masculinizados que no consideran la realidad de las trabajadoras.
Reducir esta brecha implica promover empleos dignos, flexibles, con igualdad de oportunidades y con políticas claras de conciliación laboral. No basta con abrir puertas: hay que asegurar que las mujeres puedan atravesarlas en condiciones de equidad.

Edad, ingresos y el techo de cristal
La ENIGH 2024 revela otro matiz importante: mientras que el ingreso masculino alcanza su punto más alto entre los 40 y 59 años, en el caso de las mujeres se da entre los 30 y 49. Esta diferencia puede interpretarse como un reflejo del llamado “techo de cristal”, esa barrera invisible que impide que muchas mujeres escalen a puestos de mayor responsabilidad.
La pérdida de ingresos con la edad en el caso femenino puede deberse a varios factores: abandono del empleo para cuidar a familiares, menor acceso a puestos de liderazgo o menor inversión en su capacitación profesional. En todos los casos, hablamos de una cadena de decisiones estructurales, no individuales.
Combatir el techo de cristal requiere una combinación de políticas de equidad salarial, mentorías, liderazgos diversos y métricas claras de inclusión. No se trata solo de sumar mujeres, sino de que estas puedan mantenerse y crecer en sus carreras.

Más allá del dato: corresponsabilidad y acción empresarial
La brecha de ingresos por género no puede resolverse únicamente con reformas legales o políticas públicas. Las empresas tienen un papel protagónico en la solución, desde sus procesos de contratación y promoción, hasta en el diseño de beneficios laborales con perspectiva de género.
La transparencia salarial, las auditorías de equidad, los programas de liderazgo femenino y la implementación de esquemas flexibles son algunas de las herramientas con las que el sector privado puede contribuir activamente. También es clave impulsar culturas organizacionales que desafíen los estereotipos y promuevan la corresponsabilidad.
La responsabilidad social debe dejar de ser un discurso y convertirse en una práctica cotidiana. Apostar por la equidad salarial no es sólo justo, también es rentable: incrementa la productividad, reduce la rotación y mejora la reputación corporativa.
La brecha de ingresos por género en México no es una casualidad ni un fenómeno reciente: es el resultado de estructuras históricas de desigualdad que seguimos arrastrando. Pero cada dato, como el de esta ENIGH 2024, es también una oportunidad para actuar, transformar y construir nuevos modelos.
Cerrar esta brecha no es solo una deuda con las mujeres mexicanas, es un imperativo económico, ético y social. Para quienes trabajamos en responsabilidad social, el reto es claro: pasar del diagnóstico a la acción, con valentía y compromiso.
Porque la igualdad no llegará sola. Hay que construirla, sostenerla y defenderla. Todos los días.







