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¿Los fundamentos filosóficos de la responsabilidad social?

En una columna de noviembre de 2009 en Diario Responsable, se preguntaba Ramón Jáuregui por la solidez de las bases filosóficas de la responsabilidad social (¿Quo vadis RSE?). Cabe preguntarse cuáles son esas bases filosóficas, si es que existen formalmente.

En realidad, en el artículo hay implícita una concepción filosófica: “si el mercado no premia las respuestas de las empresas a las demandas de sus stakeholders, si los costes de la RSE no son recompensados por los resultados económicos sean estos financieros, reputacionales, etc. el futuro de la RSE es más dudoso que cierto y más utópico que real”.

Argumentos de ese tipo ponen en entredicho la noción misma de responsabilidad: ¿Cómo puede ser algo mi responsabilidad sólo cuando me garantiza un rédito? Y, en dado caso, ¿cuál sería el retorno mínimo que justifica una actitud socialmente responsable? No se trata de ignorar el espíritu utilitarista que anima a muchos “programas de RS”; tampoco pretendo desconocer que la RS tiene que ser sostenible, para evitar que se convierta en un cúmulo de utopías irrealizables.

Pero sí es importante que nos preguntemos por las razones que nos llevan a creer que una determinada conducta es responsabilidad propia, aun si eso significara asumir una pérdida económica.

Por otro lado, Jáuregui da por sentada “la implantación progresiva de esta estrategia empresarial en las principales empresas del mundo”. ¿Podemos hablar de que se ha consolidado una “estrategia de responsabilidad social” de aceptación generalizada? ¿Se ve reflejada en los informes que se elaboran bajo la metodología del GRI?

Algunos dirán que los Objetivos del Milenio recogen una serie de problemas sobre los que se ha logrado un mínimo acuerdo a nivel mundial; sin embargo, me parece que los famosos objetivos no se desprenden de una concepción filosófica determinada, sino de la evidente vergüenza que deben causarnos los índices de miseria o de discriminación que presenciamos a comienzos del siglo XXI, cuando la humanidad ha alcanzado cotas tan altas de desarrollo científico y empresarial.

Volvemos entonces a la pregunta: ¿cuáles son las bases filosóficas que sustentan una idea universal de responsabilidad social? Hay una pista: todas las discusiones que conozco hablan de que la RS se fundamenta en la ética, en la certeza de que hay una línea que divide lo que está bien de lo que está mal.

El problema es que no existe el mismo consenso al momento de trazar esa línea; muchas personas se sienten incómodas al tratar de definirla. De repente alguien dice algo así como “¡ese es un asunto subjetivo; nadie puede cuestionar los valores del otro!”, y entonces la discusión queda herida de muerte. De hecho, la Guía ISO 26000 circunscribe la ética “al contexto de una situación particular” (N° 2.1.6).

Es claro que cualquier intento de definir la ética pasa por el reconocimiento de la pluralidad de culturas que integran a la familia humana. Pero, ¿es esto incompatible con la construcción de un lenguaje común en torno a la naturaleza ética de nuestras acciones y sus límites objetivos? ¿Cómo podríamos entonces aspirar a que ella nos proporcione criterios para orientar la conducta? Basta con pensar en uno de los mandatos que ha iluminado la historia por más de 4000 años: “no matarás…”; y comprobar cómo se esgrime cualquier pretexto relacionado con un contexto religioso, político, o de justicia, para excusar la violación del precepto.

Como si de tanto hacer énfasis en la diversidad cultural nos hubiéramos hecho incapaces de reconocer nuestra identidad antropológica y metafísica.

A mi modo de ver, el problema no radica en la imposibilidad de llegar a un acuerdo sobre los fundamentos éticos de la existencia humana, sino en que no nos tomamos en serio esa tarea.

Tan ocupados estamos en un activismo atizado por la manía de dar prelación a lo urgente sobre lo importante, que nos preocupamos más por señalar problemas y culpables que por entender al ser humano.

Por ese camino, muchas veces llegamos a la conclusión de que el hombre es lobo para el hombre y, así, aunque estamos llamados a liderar un proyecto común de humanidad, nos sentimos incapaces de hacerlo, por considerarnos los autores inexorables de nuestra propia desgracia.

Si queremos encontrar las bases filosóficas de la responsabilidad social, debemos indagar primero qué razones tenemos para la esperanza, y si esas razones están en el entorno o en nuestro interior.

Quizás nos sirva de algo traer a la memoria un pensamiento de Víktor Frankl: “¿Quién es el hombre? Es ese ser capaz de inventar las cámaras de gas; pero es también aquél que está dispuesto a entrar en ellas con una oración en los labios”.

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