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La riqueza ética de las naciones

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Por : Joseph Lozano

El título de este artículo no es mío, sino del profesor Donaldson, de Wharton School. Lo asumo porque expresa gráficamente una sensibilidad que comparto. Hacia ella convergen, desde sus propias perspectivas, Fukuyama cuando se refiere a la generación de confianza en la economía o Putnam cuando habla de la importancia del capital social para el buen funcionamiento de la democracia.

La cuestión de fondo que se plantea es que la viabilidad económica y política de una sociedad no es posible sin la asunción práctica, por parte de una mayoría de sus ciudadanos, de unos valores fundamentales. Y, por consiguiente, que no podemos entender el desarrollo de una sociedad sólo en términos económicos -aunque a menudo únicamente apliquemos este criterio de medida- porque la misma viabilidad económica sólo es posible si está asociada al cultivo, por parte de los actores sociales, de dichos valores.

Cuando hablo de cultivo de valores no lo hago desde una perspectiva instrumental. No comulgo con el reciente cinismo que nos recuerda que es necesario gestionar una buena reputación porque cada vez es más necesario aparecer como ético para poder ser económicamente exitoso. No pretendo cultivar un nuevo tipo de esquizofrenia. La riqueza ética de las naciones remite a valores necesarios para la viabilidad económica de un país, pero cuya justificación no es económica porque lo que se plantea es cómo construir una sociedad viable, justa y sostenible. Que determinadas prácticas arraigadas en valores tengan un impacto económico positivo no significa que dichas prácticas se justifiquen por razones económicas.

La sociedad del conocimiento, organizada en redes, nos obliga a replantear la vinculación entre la ventaja competitiva de las naciones y la riqueza ética de las mismas. La pregunta por la riqueza ética de las naciones emerge cuando descubrimos que son los valores los que configuran las prácticas y las acciones sociales, sean estas económicas, profesionales, asociativas o políticas. Una nación es también un espacio moral, donde deben ser posibles la supervivencia, la convivencia y el vivir con sentido (o, al contrario, puede ser también un espacio inmoral donde reina la corrupción, la injusticia y la incivilidad).

La responsabilidad de su riqueza ética corresponde a todos los actores sociales, y depende de sus prácticas cotidianas. En el marco de dichas prácticas, los valores son lo que nos permite entender, justificar, orientar y, en definitiva, hablar de lo que hacemos. Por eso el desarrollo de la riqueza ética de las naciones es la clave para explicar si nos hallamos –o no- ante una sociedad desmoralizada, en el doble sentido de la expresión.

De lo que se trata, pues, es de superar una errónea división social del trabajo según la cual hay grupos especializados en enunciados valorativos (iglesias, universidades, intelectuales…), y grupos especializados en acciones (profesionales, empresas, asociaciones…). Los primeros suelen caer en un tipo peculiar de irresponsablidad, cuando su especialidad consiste en hablar de la calidad ética de las actuaciones de cualquiera, menos de las suyas propias. Los segundos suelen caer en otro tipo de irresponsabilidad, cuando su especialidad consiste en tomar decisiones como si se justificasen por si mismas y estuvieran vacías de valores. A los primeros les suele molestar que se incluya la palabra riqueza cuando se habla de ética. A los segundos les suele molestar que se incluya la palabra ética cuando se habla de riqueza.

Atender a la riqueza ética de las naciones ha de llevar a valorar en su justa medida el lugar que se ocupa, por ejemplo, en los índices de desarrollo humano o de corrupción. Ha de llevar a valorar, por ejemplo, el lugar que ocupan en las prioridades de la vida social la transparencia, el diálogo, el cumplimento de los acuerdos, la integridad, la calidad o la cooperación.

La riqueza ética de las naciones tiene, ciertamente, parámetros de medición o análisis. Podemos preguntarnos, por ejemplo, cómo se ejerce el liderazgo en todos los niveles de la vida política, económica y social. Si es un liderazgo que pretende arrastrar y someter a los seguidores, o bien que pretende poner de manifiesto los valores y el proyecto inherentes a las decisiones que se toman. Es decir, si es un liderazgo capaz de vincular lo que vivimos con lo que queremos vivir y que, por tanto, considera la ejemplaridad como uno de sus elementos constitutivos. Otro parámetro se manifiesta en el perfil de los personajes (reales o arquetípicos) que pueblan las referencias de nuestras conversaciones cotidianas. O en la credibilidad y la visibilidad que tienen los discursos que proponen horizontes, ideales u opciones radicales en relación con los que sólo hablan en clave de administrar y gestionar. O los comportamientos de quienes representan instituciones. O la disposición de los grupos de referencia (profesionales, organizativos, políticos, etc.) a considerar como un criterio de calidad la incorporación a sus prácticas cotidianas de los valores que los legitiman ante la sociedad, y la búsqueda de indicadores que permitan contrastarlo. O los criterios de organización del tiempo y de estructuración de los horarios…

En cualquier caso, el desarrollo y las prácticas de las organizaciones es un componente esencial de la riqueza ética de las naciones. Por eso la RSE no es ni puede ser un enfoque empresarial cerrado sobre sí mismo, sino la contribución desde el mundo empresarial a la riqueza ética de las naciones.



Josep M. Lozano

Profesor del Departamento de Ciencias Sociales e investigador senior en RSE en el Instituto de Innovación Social de ESADE (URL). Sus áreas de interés son: la RSE y la ética empresarial; valores y liderazgos en las organizaciones; y espiritualidad, calidad humana y gestión. Ha publicado sus investigaciones académicas en diversos journals. Su último libro es La empresa ciudadana como empresa responsable y sostenible (Trotta) Otros de sus libros son: Ética y empresa (Trotta); Los gobiernos y la responsabilidad social de la empresa (Granica); Tras la RSE. La responsabilidad social de la empresa en España vista por sus actores (Granica) y Persona, empresa y sociedad (Infonomía).

Ha ganado diversos premios por sus publicaciones. Fue reconocido como Highly commended runner-up en el Faculty Pionner Award concedido por la European Academy of Business in Society i el Aspen Institute. Ha sido miembro de la Comissió per al debat sobre els valors de la Generalitat; del Foro de Expertos en RSE del MTAS; del Consejo Asesor de la Conferencia Interamericana sobre RSE del BID; y de la Taskforce for the Principles for Responsible Business Education del UN Global Compact. En su página web mantiene activo un blog que lleva por título Persona, Empresa y Sociedad

Blog RSE de la Universidad Complutense de Madrid

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