El perfil del nuevo pobre se aleja del anciano y dibuja a un trabajador precario con niños pequeños – El reto es doble: crear empleo y fortalecer una red social que impida heredar la exclusión
Casi 80 millones de personas son pobres en Europa, una inmensa legión que no se debe a estos dos años de crisis y que tampoco ha podido combatir una década de bonanza económica. La pobreza va cambiando su aspecto, del rostro envejecido que ha mostrado siempre, engordado a base de magras pensiones de jubilación, ha pasado a perder arrugas y ahora son millones los hogares de gente joven que corren el riesgo de caer en el pozo de la miseria.
Y encima, la penuria se hereda, como muy bien perciben los ciudadanos europeos: un 25% piensa que criarse en una familia sin recursos perpetuará esa suerte. Y así es, en muchos casos, porque se cerrarán las puertas a la formación y será difícil sobreponerse a un entorno social de cierta marginación.
«La educación, que hasta ahora había ayudado a moderar las desigualdades sociales, es ahora un terreno donde se generan», dice el irlandés Fintan Farrell, director de la European Anti-Poverty Network (EAPN), una red de organizaciones que luchan contra la pobreza. Farrell, de visita en Madrid para participar en las conferencias que abren el Año Europeo de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social, advierte que este fenómeno no es de hoy, sino que tuvo su origen en políticas ultraliberales, como las de Reagan (EE UU) y Thatcher (Reino Unido), que «generaron unos niveles de desigualdad que no hubo forma de reconducir en los años siguientes».
Los problemas que la EAPN está detectando en Europa son los clásicos: de acceso directo a comida diaria, a la vivienda, a la formación académica. Los universitarios, dice Farrell, están rejuveneciendo el rostro de la pobreza.
Y la crisis poco tiene que ver con este panorama, por ahora, pero dejará una nueva oleada de exclusión en unos años, si no se vira el timón. Porque poner diques para contener el desempleo, que es la medida en la que se emplean los responsables políticos, no es la única solución. «La crisis sólo ha mostrado las vergüenzas. España está seis puntos por debajo de la media europea en inversión social y la pobreza relativa alcanza al 19% de la población.
Eso no se ha mejorado en nada la pasada década, los años de mayor crecimiento económico», afirma Carlos Susías, responsable en España de la organización europea que preside Farrell, la EAPN. En ella se agrupan organizaciones tan influyentes como la Cruz Roja, Cáritas, el Secretariado Gitano, Cocemfe, hasta 14 estatales.
«El empleo no podrá por sí solo mejorar esta situación», prosigue Susías, «porque no basta con tener un trabajo si este no es de calidad, si es precario», si uno recibe el finiquito cuando se tienen dos hijos y una hipoteca por pagar. «Ya antes de la crisis había un 11% de trabajadores pobres en España, un 8% como media en Europa». Ahí arranca ese vergonzoso dato del 24% de pobreza infantil, la que está afectando a los menores de 16 años.
Los consultados coinciden en que este dramático fenómeno que va de la pobreza a la exclusión social es tan estructural en Europa como en otros continentes menos favorecidos, porque la causa está en el modelo: «La cohesión social no resulta del crecimiento económico, sino que es por sí misma la que tiene capacidad de generar ese crecimiento», resume Susías.
Y reclama acciones inmediatas para evitar que esa situación de miseria se herede de padres a hijos. «No hay que crecer para distribuir, eso ya lo hemos hecho y no ha funcionado, sino cambiar la forma de crecimiento económico». A su modo de ver, la protección social no puede basarse en parches económicos que capeen el temporal sino en solventes sistemas de protección social. Y el español no es de los mejores.
Alguien está en situación de pobreza relativa cuando su renta está por debajo del 60% de la mediana de las rentas del país de que se trate. Y así extrae Eurostat ese dato del 19% español, tres puntos por encima de la media europea. «Pero hay que añadir que un 7% de esos españoles está bajo la pobreza extrema», dice José Manuel Caballol, director general de la Fundación RAIS, Red de Apoyo a la Integración Sociolaboral.
La pobreza extrema es una situación combustible que prenderá a poco que se arrime a esa mecha un factor de exclusión, drogas, la ruptura de una relación. Y ese es un viaje del que no siempre se vuelve.
Benito Artal nació en una familia de pastores en Teruel. Cuando acabó el servicio militar se puso a trabajar en la Tudor, «la de las pilas». Pero aquello duró hasta que «circunstancias de la vida» le llevaron a la cárcel. Y no por un delito menor, precisamente: pagó 20 años de prisión. Entró en 1978 y cuando salió no le esperaba más que la calle.
Buscó trabajo en la construcción, pero todos sabían que había estado entre rejas. Tiene un hermano del que no quiere saber nada (o quizá al revés) y hubo una novia que desapareció mientras él estaba encerrado. Hoy ha ido a comer al Albergue Municipal de Zaragoza y quizá aparezca de nuevo para dormir, pero eso no es más que una posibilidad.
En su caso es difícil determinar si fue la pobreza la que le llevó a la exclusión o la exclusión social la que le dejó en la calle para siempre. La trabajadora social que lleva su caso lamenta una circunstancia que estos días está en el candelero: el empadronamiento. Para que Benito Artal cobre un subsidio social necesita un año de empadronamiento, pero eso ya será imposible porque en 2010 cumple 65 años y pierde el derecho a esa prestación.
Le queda entonces la pensión no contributiva, pero las condiciones son aún más restrictivas para eso: se precisa una decena de años empadronado en algún sitio y dos años más consecutivos empadronado antes de cobrar. «¿Cómo cumplimos ese requisito administrativo?», se rebela la trabajadora social. Las leyes que son básicas para el común de las personas se vuelven kafkianas con los excluidos.
Así que Benito, con las piernas débiles, «como si estuviera borracho», pasea las calles de Zaragoza en un ir y venir sin mucho rumbo. No pide, pero le dan y se lo gasta en algún bocadillo, unas cervezas…
¿Qué es la exclusión social? «No se trata sólo de tener un mejor nivel económico porque hay pobres que tienen buenas relaciones sociales, que le ven sentido a la vida, pero los hay que tienen un trabajo para el que se levantan por la mañana como autómatas y vuelven a la pensión de mala muerte después de un par de cervezas en soledad», dice José Manuel Caballol, de RAIS. «Pero si no estuviéramos convencidos de que se puede salir de la exclusión no estaríamos aquí, trabajando en ello cada día», señala animoso.
Muchas organizaciones están en la calle con estas personas que Caballol no quiere llamar indigentes, porque lo ve peyorativo, ni mendigos, «porque la mayoría no lo son». Trabajan con ellos, les proporcionan alojamiento, comida, y les enseñan a pescar, porque es la única forma de salir de la espiral miserable.
La crisis sí ha golpeado, sin embargo, a aquellas personas que ya se encontraban en situación de vulnerabilidad social y a otras muchas las colocará en ese escalón de precariedad.
El inmigrante es uno de los nuevos perfiles de personas con problemas de pobreza. El desempleo entre los extranjeros es feroz y a muchos puede vérseles en la cola de los comedores sociales. Los africanos son los más afectados entre ellos, como señala el informe anual de vulnerabilidad social de la Cruz Roja. No hay un solo perfil para estas personas en riesgo: afecta a las mujeres mayores de 65 (peores pensiones), a los hombres entre 25 y 49; y más a las personas solteras que a las casadas.
Tener hijos acrecienta el riesgo y ellos tienen más que la media: 1,8 frente a 1,3. Todos estos datos los extrae Cruz Roja de una inmensa muestra de 189.186 personas atendidas en 2007. Pero en su boletín de julio de 2009 hay información reciente a partir de encuestas a casi 23.000 personas atendidas. El 56% opina que la crisis ha influido en su situación económica mientras que al 37% no le ha afectado.
El empleo y la vivienda se señalan como los dos grandes problemas que se han agravado con la recesión económica. La precariedad en el empleo ha afectado a más de uno de cada cuatro, que ha cambiado de trabajo en el último año. Toda esto ha revuelto la vida de aquellos que ya estaban expuestos a un alto nivel de riesgo en 2008, dice el informe de Cruz Roja.
El 91% declara haber tenido problemas familiares, peleas por temas de dinero, y el 80% manifiesta angustia permanente u ocasional. El lenguaje con el que se redactan los resultados de las encuestas puede ser aburrido y frío, pero en esos datos está la mecha que enciende la exclusión social.
Estos problemas, con todo, no son propios ni exclusivos de España. La estrategia de Lisboa no ha surtido el efecto deseado en una década y ahora hay planes para 2020. La ministra de Sanidad y Política Social, Trinidad Jiménez, presentó la conferencia de hoy, que reunirá a expertos con motivo del año Europeo de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social. Jiménez reconoció problemas comunes a los europeos y fijó los objetivos para este año: visualizar el problema y acercarlo a la agenda política, propiciar la coordinación entre las instituciones públicas y las organizaciones sociales para contribuir a incrementar la cohesión social. Y renovar los compromisos europeos y nacionales. El comisario europeo de Asuntos Sociales, el checo Vladimir Spidla, admitió que Europa no tiene gran poder sobre los Estados miembros para imponer políticas pero quiso hacer hincapié en las recomendaciones que alumbrarán futuras reuniones, como el impulso de empleo de calidad o la lucha contra la transmisión de la pobreza como una herencia ineludible. Spidla recordó que «trabajar en los sistemas educativos y en capital humano es más importante que las infraestructuras», a pesar de que muchos planes económicos emprendidos por los Gobiernos para espantar la crisis han apoyado esta última vía del empleo temporal.
Mientras los políticos se reúnen otra vez para sacar adelante nuevas estrategias de inclusión social, para ahuyentar el fantasma de la pobreza en una Europa que ha hecho gala tradicionalmente de una buena protección social, unas 30.000 personas no tienen hogar en España, el eslabón más débil de esta cadena. «La crisis no ha agudizado en nada la situación de esta gente, porque el que nada tiene, nada pierde…», dice Gustavo García Herrero, responsable desde hace más de 13 años del Albergue Municipal de Zaragoza. Su amplia experiencia y los datos recogidos en todo ese tiempo muestran que apenas ha cambiado el panorama. Los hombres sin hogar siguen siendo la amplia mayoría del colectivo y los extranjeros siguen representando algo más del 50%. La infravivienda y el hacinamiento afecta sobre todo a estos últimos. «Lo que sí percibimos es un leve repunte de la cronificación, es decir, los que no pueden salir del pozo porque las oportunidades son menos, y de eso sí tiene la culpa la crisis. Los anuncios de empleo de los periódicos que ponemos en el tablón del albergue son escasísimos», lamenta García Herrero. Y entre los sin hogar, que no entre los pobres, sí se aprecia, prosigue, un ligero envejecimiento. García Herrero advierte que la cuestión económica no es la que lleva a la calle si se tiene vivienda.
«Incluir en las estadísticas la posesión de una vivienda en propiedad mejoraría sustancialmente los datos de pobreza españoles y los de los países mediterráneos en general», dice el presidente del Comité de Protección Social de la UE, Aurelio Fernández. Y tiene razón. Hay criterios que cambiarían las gráficas.
Pero sustancialmente nada mejorará mucho «si hay políticas de empleo y vivienda pero no se refuerzan las redes profesionales de apoyo a estas personas para que salven los conflictos y el abandono, para que no pierdan la motivación», dice García Herrero. El responsable del Albergue de Zaragoza reconoce el «esfuerzo que están haciendo todas las administraciones por incrementar los recursos para la inclusión y la inserción así como para ayudas urgentes». Pero todo se quedará en «asistencialismo», asegura, si no hay una red de atención a personas sin hogar. «Y en muchas grandes ciudades eso todavía no existe».